Tendrás un lunes interminable
y te erguirás en la luna.
El hombre de la luna, de pie sobre su concha,
Esculca encorvado bajo un haz
De leña. La luz de tiza, fría se proyecta
Directamente sobre nuestra colcha.
Los dientes del hombrecillo castañetean entre los leprosos
Cráteres y picos de esos volcanes extintos.
Si pudiese, también él recogería
Más leña contra la negra escarcha, no descansaría
Hasta que la luz de su cuarto eclipsase
El espectro del sol dominical.
Pero ahora sufre su infierno de un lunes tras otro en la bola lunar,
Sin un mísero fuego, con siete gélidos mares encadenados a su tobillo.