47. PUERCA[100]

Dios sabe cómo haría nuestro vecino para criar

Esta bicha enorme:

Sea cual sea su efectivo truco, el hombre se lo guarda

Para sí, igual

Que guarda su puerca, oculta al ojo público,

A las competiciones de cerdos cuyo premio es una banda.

Pero, un atardecer, nuestras preguntas nos permitieron

Recorrer las laberínticas cuadras del granjero

Iluminadas por su linterna, hasta el dintel de la puerta desgonzada

De la pocilga, donde nos quedamos boquiabiertos:

Aquello no era una cerdita de porcelana rosa, decorada con flores

De espuela de caballero, y su ranura de marras, tamaño penique

Para los niños ahorradores, no; ni tampoco una cocha bobalicona

Dispuesta a berrear antes de ser

Glorificada por su excelente carne y su dorado y crujiente pellejo

En un halo de perejil;

Ni siquiera una de esas gorrinas comunes en cualquier pocilga,

Rebozada de fango, hecha un Cristo,

Ronzando cardos y centinodias con su morro de crucero[101] buscón,

Cántara de leche a rebosar

En movimiento, cercada de una camada de mamones provistos de mañosas pezuñas

Que no paran de chillar a su vieja barcaza

Que haga un alto para poder echar un trago en sus rosadas tetas. No. La vasta

Masa brobdingnaguiana[102]

De esta puerca yacía despanzurrada sobre aquel negro compost,

Con los ojos surcados de gruesas arrugas,

Como velados por un ensueño. ¡Qué visión mantendría así de absorta

A la colosal anciana! ¡Qué antigua vida de su puerca existencia

Estaría rememorando! Tal vez nuestro portento estuviese imaginando

Un caballero con yelmo y armadura,

Derribado de su caballo y despedazado en mitad del bosque del combate,

Y, a su lado, un jabalí de espantosas púas,

Lo bastante fabuloso como para montarla bien montada y apagar su ardor.

Pero en eso nuestro vecino silbó

Palmeando jocosamente el costado de su cántara,

Y ella, la cerda encastillada[103] en su verde soto,

Suspiró, desprendiéndose de su fantasía igual que de una gota de barro seco;

Muy despacio, gruñido

Tras gruñido, se irguió bajo la luz parpadeante, hasta conformar

Un monumento

De prodigiosa gula, si —como aquel verraco al que un día le dio

Por rehusar los bodrios cuaresmales

Que le arrojaban y, negándose a tragar otra cosa,

Consiguió zamparse

Los siete mares encubados y todos sus sísmicos continentes[104].