44. GRAJO NEGRO EN TIEMPO DE LLUVIA

Encorvado en lo alto de una rama firme,

Empapado por la lluvia, un grajo negro

Ordena y reordena sus plumas.

Ya no espero ningún milagro

Ni un accidente

Que encienda la vista de mis ojos,

Ni tampoco busco ningún designio

En este tiempo inestable, sino que me limito

A dejar caer las hojas moteadas a su antojo,

Sin ninguna ceremonia, sin ansiar ningún portento.

Aunque, lo admito, de vez en cuando

Deseo oír alguna réplica

Del cielo mudo, lo cierto es que no puedo quejarme:

Una cierta luz menor puede surgir

Aún incandescente

De la mesa o de la silla de la cocina,

Como si un fuego celestial se apoderase

A veces de los objetos más obtusos,

Consagrando así un intervalo

De otro modo inconsecuente,

Confiriéndole honor, generosidad,

Incluso amor, podríamos decir. En cualquier caso, ahora camino

Con cautela (pues algo podría suceder

Incluso en este ruinoso, deprimente paisaje); con escepticismo

Mas también con prudencia, pues ignoro

Si algún ángel ha decidido flamear

De repente junto a mí. Tan sólo sé que un grajo

Ordenando sus plumas negras puede brillar tanto

Como para adueñarse de mis sentidos, obligarme

A alzar los párpados y concederme

Un breve respiro frente a mi miedo

A la absoluta neutralidad. Con un poco de suerte,

Si consigo atravesar esta ardua

Y fatigosa estación, podré

Reunir toda clase

De cosas. Los milagros ocurren,

Si es que se puede llamar milagros a esas espasmódicas,

Radiantes ilusiones de dicha. La espera ha comenzado

De nuevo, la larga espera por el ángel[92],

Por ese raro y azaroso descenso.