La anciana Ella Mason alberga gatos, once tiene ya
En su desvencijada casa de Somerset Terrace.
La gente le da a la lengua[84]
Al ver la gatería de nuestra vecina,
Diciendo: “Una mujer que recoge tantos michos
No puede ser trigo limpio”.
Con su extraño aire aguardentoso, su cara roja como una sandía
Y su voz cascada y jadeante, Ella Mason
Cobija así, por las buenas,
A Tabby, Tom y el resto de la tropa creciente,
Deleitando el paladar de sus huéspedes
Melindrosos con nata y vísceras de pollo.
Dicen en el pueblo que, antaño,
Ella era una joven muy chic, de andares descocados
Y arrogante belleza, que mataba
A los dandys con sus ojos esmeraldas.
Ahora es una solterona entrada en carnes que cierra la puerta
A todo el mundo salvo a los gatos.
Una vez, cuando éramos niños, espiamos a la señorita Mason
Mientras dormitaba en su cocina pavimentada con platitos.
En las fundas de los sillones, encima de la mesa,
Sobre las alacenas, yacían repantigados aquellos caraduras,
Devanando un bronco ronroneo desde sus peludas gargantas:
¡Qué gatos tan estentóreos!
Entre codazos y risitas, preparados para salir pitando,
Escudriñamos ansiosos a través de las telarañas de la puerta,
Mirando directamente los ojos amarillos
De los guardianes agazapados alrededor de su ídolo,
Mientras Ella sesteaba con su cara regordeta y bigotuda de sagaz raposa:
La reina efigie de los gatos.
“¡Mirad! ¡Ahí va Doña Gatos Mason!”, nos reíamos con disimulo
Mientras bajaba arrastrando los pies por Somerset Terrace
A comprar comida para sus michos del alma,
Cada estación más vaca gorda y zarrapastrosa;
“La Señorita Ella está como un cencerro por andar en tratos
Con once mininos”.
Pero ahora que el tiempo nos ha vuelto más indulgentes, nos percatamos
De que la Señorita Mason, celosa y solitaria,
Evita[85] a las chicas que se casan—
Recatadas unas, dóciles otras—, sabiendo muy bien
Que las presuntuosas mujerzuelas pasan sus deprimentes noches nupciales
De solteronas enfurruñadas, proscritas como gatas salvajes.