Tengo una oca muy terca que, a pesar de llevar
La tripa enjambrada de huevos de oro,
Se niega a poner uno.
Con su talento de oca podrida[72], se pavonea
Por el corral como esas viejas brujas con garras
Que se comen con los ojos a los hombres
Y rizan las arrugas de sus labios en una mueca,
Haciendo sonar las monedas de sus bolsones.
Mientras yo como salvado de maíz,
Ella engorda con los granos más finos.
Pero ahora, mientras afilo el cuchillo, me suplica
Perdón, y lo hace
Con tanta humildad que giro el agudo
Acero hacia mí antes de sacar partido
De la actuación de esta sucia canalla
(Aunque… ¡cómo le brillan las plumas!):
Un montón de heces de rubí
Saliendo de su abertura humeante.