Aquella muchacha peculiar,
Durante un ceremonioso paseo abrileño
Con su último pretendiente,
Se sintió, de pronto, intolerablemente atacada
Por la caótica algarabía de los pájaros
Y la camada de hojas.
Afligida por aquel tumulto, la joven
Notó que los gestos de su novio alteraban el aire,
Que su andar era errático y desigual,
Mientras cruzaban un campo infestado de helechos y de flores,
Y pensó que los pétalos estaban desordenados,
Que la estación en sí era de lo más zarrapastrosa.
¡Ah, cómo añoró entonces el invierno!
Esa época escrupulosamente austera en su orden
De blanco y negro, de hielo y roca,
En la que cada sentimiento tiene sus límites,
Y la helada disciplina del corazón
Es exacta como un copo de nieve.
Pero eso —todo aquel retoñar
Tan indómito, que sacudía sus cinco sentidos comunes de reina
Convirtiéndolos en una mezcolanza vulgar y abigarrada—
Era una traición insoportable. Allá ellos, los idiotas
Que se tambalean mareados por el barullo de la primavera.
Ella se alejó pulcramente de aquel manicomio,
Levantó alrededor de su casa
Una barricada de alambre de púas, para frenar
El motín de aquella estación sediciosa
Y desalentar a cualquier rebelde que intentara penetrarla
Con imprecaciones, puñetazos, amenazas
O incluso pruebas de amor.