28. SUEÑO CON MARISCADORES DE ALMEJAS[59]

Este sueño brotó brillante, orlado de hojas,

Con un aíre nítido, como cribado por los ángeles: ella había vuelto,

Sucia y herida después de sus tediosos peregrinajes,

A la antigua casa de aquella ciudad costera donde viviera de niña.

Descalza, se detuvo un instante, sobrecogida por el regreso,

Junto a la casa de un vecino que tenía

Las tejas relucientes como el cristal

Y las persianas bajadas en aquel día caluroso.

Ningún cambio la aguardaba: el jardín de la terraza que,

Durante todo el verano, olía a alquitrán derretido, descendía igual,

En picado, hasta sumergirse en el azul; avivada por el intenso calor,

Toda la escena destellaba, dándole la bienvenida a la errabunda.

Recortadas contra el cielo, las gaviotas planeaban en círculos mudos

Sobre el remanso de la marea, donde tres niños jugaban

En silencio y brillando en una roca verde posada en el cieno,

Disfrutando su fabuloso e interminable apogeo.

En aquella resbaladiza roca, una delicada goleta con la proa engalanada

De berberechos, los niños navegaron hasta que la espuma de la marea

Les cubrió los tobillos y el hermoso barco se hundió al sonar

La campana avisando a sus tripulantes de que era la hora de comer.

Arrancada otra vez, de golpe, de aquella lejana inocencia,

Ella, con su raído atuendo de viajera, empezó a caminar

Anhelante hacia el agua, cuando de pronto, para su gran agravio,

Emergieron del oscuro limo los mariscadores de almejas.

Siniestros como gárgolas a causa de los años que llevan acuclillados

En la orilla, aguardando, entre la maleza y los despojos traídos por las olas,

Atrapar a esa joven descarriada al primer impulso amoroso que sintiese,

Avanzan ahora con estacas y horquillas, con sus ojos de pedernal clavados ya en la víctima.