Cuando la noche fluye negra,
Unas visiones tan soberanas embelecan a este hombre
Que lo elevan apartándolo
De su mujer terrena,
Para que, alado por el sueño,
Surque el aire singular,
Mientras ella, novia envidiosa,
Incapaz de seguirlo, yace con sus ojos
Abiertos del todo, hambrientos del todo,
Retorciendo maldiciones en la sábana enmarañada
Con las uñas de sus garras,
Sacudiendo en la jaula de su cerebro
La imagen atiborrada de su huidizo compañero,
Que de nuevo va volando entre seres extraños, emplumados de luna;
Así de ansiosa, así de rabiosa ha de aguardar
Hasta el canto del alba alborotadora,
Cuando ésta, con su rostro de alcaudón,
Se abate para abrir a picotazos esos párpados sellados, y comerse
Las coronas, el palacio, todo
Cuanto hurtó su compañero a lo largo de la noche;
Para ensartar su rojo pico
En ese ingrato corazón que se ha ausentado sin permiso,
Y chuparle hasta la última gota de sangre.