21. DIÁLOGO ENTRE UN ESPECTRO Y UN SACERDOTE

Deambulando por el jardín de la rectoría, en su paseo vespertino,

Andaba el enérgico Padre Shawn. Era un día frío, muy húmedo,

Del negro mes de Noviembre. Tras una llovizna resbaladiza,

El rocío se había posado en cada tallo, en cada espina, como el sudor

Helado; elevándose en espiral desde la tierra mojada, una neblina azul

Colgaba apresada en una oscura maraña de ramas, como una garza fabulosa.

Arrancado súbitamente de su soledad,

Con el cabello erizado por el miedo,

El párroco percibió un fantasma

Configurándose entre la niebla.

“¿Tú?”, dijo el Padre Shawn sucintamente al espectro

Que ondulaba frente a él, orlado de gasa, oliendo a madera quemada,

¿Qué vienes a hacer aquí?

A juzgar por tu palidez, diría que habitas en el páramo helado

Del infierno, y no en su región ardiente. Aunque, por tu mirada de asombro,

Por tu noble semblante, parece que acabas de salir del cielo…”.

Con la voz forrada de escarcha,

Dijo el fantasma al sacerdote:

“No frecuento ninguno de esos países:

La Tierra es mi morada”.

“Anda, anda”, replicó el Padre Shawn impaciente,

“No quiero que me sueltes ese rollo ridículo

Acerca de harpas doradas y llamas atormentadoras, sino que me cuentes

Lo que te ocurrió de cierto al concluir tu vida, qué clase de epílogo

Le puso Dios a tus días. ¿Tanto te cuesta

Satisfacer la demanda de este viejo y curioso loco?”.

“En vida, el amor royó

Mi carne hasta los huesos;

Y lo mismo que hizo entonces, hace ahora:

Carcomerme sin cesar”.

“¿Qué amor”, le preguntó el Padre Shawn, “sino el amor excesivo

Por la imperfecta carne terrenal podría causar semejante aflicción?

Ciertamente, una condena pesa sobre ti:

Creyendo que nunca dejarías este mundo, penas ahora

Como cuando vivías, consumido en ese tormento

Para expiar como sombra el pecado que cometiste como hombre ciego”.

“El Día del Juicio

Aún no ha llegado.

Hasta entonces,

Una vasija de polvo es mi hogar”.

“Querido espectro”, gritó impresionado el Padre Shawn,

“¿Será posible tanta obcecación:

Un alma presa de su fiebre, aferrándose a su tronco muerto

Como una postrera hoja azotada por la tormenta? Mejor harías en someterte

Al juicio del más alto tribunal y suplicar su gracia.

Arrepiéntete, y acude a él, antes de que el crujido del triunfo divino rasgue los cielos”.

Desde la pálida neblina,

El fantasma juró al sacerdote:

“Aquí no hay más alto tribunal

Que el rojo corazón de un hombre”.