Irguiendo sus ancas como de fauno, gritó ¡eh!, en aquel soto
Revestido del fulgor de la luna y la escarcha de los pantanos,
Hasta que todos los búhos de todas las ramas aletearon
Para apartar la oscuridad, para mirar y cavilar
Sobre el llamado que aquel hombre había hecho.
Ningún otro sonido, salvo el de aquel tipo[41] borracho
Que se tambaleaba por la orilla del río, camino de su casa.
Las estrellas colgaban hundidas en el agua: una hilera
Doble de ojos de estrella iluminando
Las ramas donde los búhos se habían posado.
Una arena de pupilas amarillas
Observó cómo el hombre se fue transformando,
Vio endurecerse las pezuñas en los pies, vio brotar
Los cuernos de cabra. Vio cómo el dios se levantaba
Y se internaba en el bosque galopando, de esa guisa.