9. LA ENDECHA DE LA REINA[29]

De entre la caterva y la sofistería de la corte

Surgió este gigante[30], os lo aseguro, ante los ojos de ella,

Con sus manos como grúas,

Su mirada feroz y negra como el grajo;

Ah, todas las ventanas estallaron cuando él entró a zancadas.

Él se encabritó en sus primorosas tierras

Y trató a sus delicadas palomas con rudeza;

En verdad no sé

Qué furia lo impulsó a matar la gacela

De la reina, que no deseaba más que hacerle bien.

Ella le regañó hablándole al oído

Hasta que él se apiadó de su llanto;

Le desnudó

Los hombros cubiertos de lujosos atavíos

Y la solazó para luego abandonarla al cantar el gallo.

Desairada, ella envió un centenar de heraldos

Convocando a todos los hombres valerosos

Cuya fuerza pudiera ajustarse

A la forma de sus sueños, de sus pensamientos,

Mas ninguno de aquellos bisoños era digno de su brillante corona.

Y así fue como ella llegó a este extraño collado

Que ahora recorre con ardor bajo el sol y la ventisca

Mientras os canta así:

“Qué triste, ay, es ver

Cómo mi gente se vuelve tan, tan pequeña”.