De entre la caterva y la sofistería de la corte
Surgió este gigante[30], os lo aseguro, ante los ojos de ella,
Con sus manos como grúas,
Su mirada feroz y negra como el grajo;
Ah, todas las ventanas estallaron cuando él entró a zancadas.
Él se encabritó en sus primorosas tierras
Y trató a sus delicadas palomas con rudeza;
En verdad no sé
Qué furia lo impulsó a matar la gacela
De la reina, que no deseaba más que hacerle bien.
Ella le regañó hablándole al oído
Hasta que él se apiadó de su llanto;
Le desnudó
Los hombros cubiertos de lujosos atavíos
Y la solazó para luego abandonarla al cantar el gallo.
Desairada, ella envió un centenar de heraldos
Convocando a todos los hombres valerosos
Cuya fuerza pudiera ajustarse
A la forma de sus sueños, de sus pensamientos,
Mas ninguno de aquellos bisoños era digno de su brillante corona.
Y así fue como ella llegó a este extraño collado
Que ahora recorre con ardor bajo el sol y la ventisca
Mientras os canta así:
“Qué triste, ay, es ver
Cómo mi gente se vuelve tan, tan pequeña”.