En la cubierta azotada por la tormenta, las sirenas del viento maúllan;
Cada vez que se escora, se sobresalta y se estremece, nuestro barco
De proa redonda avanza hendiendo la furia; oscuras como la ira,
Las olas asaltan, embisten su casco pertinaz.
Flagelados por la espuma, aceptamos el desafío, nos aferramos
A la barandilla, entrecerramos los ojos cara al viento preguntándonos
Un alba clara como el cuarzo,
Centímetro a centímetro brillante,
Dora toda nuestra avenida,
Y, emergiendo de la azul disolución
De la Bahía de los Ángeles,
Sale una redonda sandía roja: el sol.
Cuánto más resistiremos; pero, al mirar más allá, la vista neutral
Nos revela que, fila tras fila, los mares hambrientos avanzan.
Abajo, destrozados por las sacudidas y las náuseas, yacen los viajeros
Vomitando en unas escudillas color naranja brillante; un refugiado
Vestido de negro, en posición fetal, se revuelca entre el equipaje,
Con una mueca de dolor bajo la rígida máscara de su agonía.
Nosotros, lejos del hedor dulzón de ese aire peligroso
Que delata a nuestros compañeros, nos helamos
Y maravillamos ante la indiferencia aplastante de la naturaleza:
Qué mejor manera de poner a prueba nuestro férreo carácter
Que afrontar estas embestidas, estas fortuitas ráfagas de hielo
Que luchan como ángeles contra nosotros; la mera posibilidad
De llegar a puerto atravesando este flujo estruendoso nos impulsa
A ser valientes. Los marineros azules proclamaron que nuestra travesía
Estaría llena de sol, gaviotas blancas y agua empapada
De centelleos multicolores; pero, en vez de eso, las sombrías rocas
Emergieron enseguida, balizando nuestro trayecto, mientras el cielo
Se cuajaba de nubarrones y los acantilados calizos palidecían
Con la repentina luz de este día infausto.
Ahora, libres, por una extraña casualidad, del mal común
Que abate a nuestros hermanos, adoptamos una postura
Más burlona que heroica, encubriendo nuestro pavor
Naciente ante esta insólita trifulca incontrolable:
La humildad y el orgullo se derrumban; la extrema violencia
Destruye todos los muros; las propiedades privadas se resquebrajan,
Saqueadas ante el ojo público. Finalmente, renunciamos
A nuestra suerte exclusiva, obligados por nuestro lazo, por nuestra sangre,
A mantener una suerte de pacto inexpresado; quizás no sirva de nada
O aquí esté de más el preocuparse, pero nosotros debemos hacer
Ese gesto, inclinar y llevarnos las manos a la cabeza.
Y así navegamos rumbo a las ciudades, las calles y las casas
De otros seres humanos, donde las estatuas celebran actos valerosos,
Realizados en la paz y en la guerra; todos los peligros acaban:
Las costas verdes aparecen; reasumimos nuestros nombres, nuestro equipaje
Cuando el muelle pone fin a nuestra breve gesta; ninguna deuda
Sobrevive al arribar; desembarcamos por la pasarela rodeados de extraños.