5. HISTORIA DE UNA BAÑERA[24]

La cámara oscura del ojo registra las paredes pintadas,

escuetas, mientras una luz eléctrica flagela los nervios

crómicos de las cañerías en carne viva;

semejante pobreza agrede al ego; sorprendida

desnuda en su mero cuarto actual, la extraña

persona que aparece en el espejo del lavabo

adopta una sonrisa pública, repite nuestro nombre,

aunque reflejando escrupulosamente su pánico habitual.

¿Hasta qué punto somos culpables cuando el techo

no revela ninguna grieta descifrable? ¿Cuando el lavamanos

que lo soporta no tiene otra manera santa

de invocar que la ablución física, y la toalla

niega secamente que las fieras caras de troll acechen

en sus explícitos pliegues? ¿O cuando la ventana,

cegada por el vapor, ya no deja entrar la oscuridad

que amortaja nuestras expectativas con sombras ambiguas?

Hace veinte años, la bañera familiar engendraba

un montón de augurios, pero ahora sus grifos

no originan ningún peligro; todos los cangrejos

y pulpos —forcejeando más allá del alcance de la vista,

aguardando alguna pausa accidental en el rito

para atacar de nuevo —se han ido definitivamente;

el auténtico mar los rechaza y arrancará

la fantástica carne hasta el mismísimo hueso.

Nos zambullimos; bajo el agua, nuestros miembros

fluctúan, ligeramente verdes, tiritando con un color

muy distinto al de nuestra piel. ¿Podrán nuestros sueños

borrar alguna vez las pertinaces líneas que dibuja

la forma que nos encierra? La realidad absoluta

logra introducirse incluso cuando el ojo rebelde

se cierra; la bañera existe a nuestras espaldas:

sus relucientes superficies están en blanco, son verdaderas.

Sin embargo, los ridículos costados desnudos

exigen siempre algo de ropa con la que cubrir

tal desnudez; la veracidad no debe campar a sus anchas:

el día a día nos obliga a recrear todo nuestro mundo

disfrazando el constante horror con un abrigo

de ficciones multicolores; enmascaramos nuestro pasado

con el verdor del edén, con la pretensión de que el brillante fruto

del futuro renazca a partir del ombligo[25] de esta pérdida actual.

En esta particular bañera, dos rodillas sobresalen

como dos icebergs, mientras los diminutos pelos castaños se erizan

en los brazos y en las piernas formando un fleco de algas;

el jabón verde surca las revueltas aguas de los mares

que rompen en las playas legendarias; henchidos, pues, de fe,

embarcaremos en nuestro navío imaginario y bogaremos temerarios

entre las sagradas islas del loco, hasta que la muerte

haga añicos las fabulosas estrellas y nos vuelva reales a nosotros.