En los tiempos de entonces, en vida del Caudillo, a los gays se les llamaba maricones y debían llevar una vida discreta, de puertas adentro, porque cuando los sorprendían fuera del armario los apedreaban o los fichaban en comisaría. Solían tener lugares de reunión más o menos clandestinos (en Madrid, el cine Carretas; en Barcelona, ciertos locales del Barrio Chino) en los que la policía practicaba de vez en cuando una redada. Más de uno terminaba en la cárcel en aplicación de la Ley de Peligrosidad Social[557].
Hoy las cosas han mejorado: los gays se sienten tan cómodos en España como en cualquier otro lugar de Europa, si no más, y tienen menos cortapisas que los heteros en la procura de sexo recreativo: como son hombres, están exentos de ese prolongado cortejo, atenciones, compromiso y romanticismo que todavía reclaman muchas mujeres. A menudo, entre la trabazón de conocimiento en el bar de ambiente y la consumación sólo media lo que se tarda en trasladarse al lugar escogido[558]. El rol adoptado en el rápido cortejo es típicamente macho aunque después, por necesidades del guión, se repartan los papeles[559]. Ello no significa que no puedan formar parejas estables cuando ha pasado la fase de enamoramiento o del mero encalabrinamiento y queda la amistad, el cariño y la camaradería.
Los gays disponen de barrios propios que han colocado en el mapa de ambientes del mundo, como Chueca, en Madrid, que rescataron de la degradación, o Gayeixample en Barcelona[560]. Tienen también sus propias playas, hoteles, tiendas, agencias de viajes, gimnasios, cines, folletos y hasta locales de ligue divididos según estéticas y tribus urbanas (ositos, etc.).
Algo parecido cabe decir de las lesbianas, antes innoblemente denominadas «tortilleras». Durante siglos, las lesbianas han sido invisibles (a veces, por fortuna para ellas, porque escapaban de la hoguera, el castigo reservado a los homosexuales masculinos). Comenzaron a salir a la luz y reivindicar sus derechos en los años setenta[561]. La liberación de la mujer les ha permitido salir del armario y mostrar a la sociedad la rica complejidad de sus relaciones: las hay que prefieren la pareja estable, incluso con hijos (que pueden tener mediante inseminación artificial, jamás por coyunda con semental, ¡qué asco!), y las hay que prefieren la aventura y la multiplicidad de contactos; las hay convencionalmente masculinas (robustas de aspecto y modales, o sea, «leñadoras» o caterpillars, este último, por la marca de robustos tractores oruga) y las hay deliciosamente femeninas. También las hay de aspecto neutro, andróginas, generalmente sofisticadas.
En lo relativo a las relaciones sexuales, son igualmente variadas y sus gustos oscilan desde la penetración con consoladores (simples, con arnés, dobles…) a la estimulación mediante frotamiento o tribadismo[562].
Hoy todo el mundo halaga a los gays y los políticos se hacen fotos publicitarias al frente de las manifestaciones el día del orgullo gay a fin de captar sus votos. La única que se mantiene firme en los antiguos esquemas homófobos es la roca de Pedro, o sea la Iglesia, a pesar de que, como es sabido, un significativo porcentaje de sus miembros pertenecen a este colectivo aunque no salgan del armario (del confesonario, en su caso)[563]. La Iglesia sostiene que la homosexualidad es antinatural (además de pecado). Algunos psiquiatras creen que es una enfermedad que puede curarse[564]. Sin embargo, en la Naturaleza abundan los casos de homosexualidad[565]. En los últimos años se ha documentado la homosexualidad en más de cuatrocientas cincuenta especies[566].
Menos notorios, menos discriminados y, por lo tanto, menos militantes que gays y lesbianas son los bisexuales[567]. Algunos sexólogos y el propio Freud señalaron que la bisexualidad es inherente al ser humano[568]. Kinsey, el autor del célebre informe sobre sexualidad, remacha esta idea:
«Los varones no representan dos poblaciones diferenciadas, heterosexuales y homosexuales. No hay que dividir el mundo en ovejas y cabras».
La bisexualidad, como las otras opciones sexuales, ha existido siempre, e incluso fue de buen tono en los permisivos años treinta[569], pero sólo comenzó a hacerse notoria en los años sesenta con los movimientos glam rock anglosajones (David Bowie, Lou Reed y toda su peña). En los noventa decayó oscurecida por el glamour del movimiento gay y ahora prosigue una existencia subterránea instalada en la ambigüedad de artistas como Bosé o Rafael Amargo. Lo cierto es que cada vez son más las personas que se descubren bisexuales.
«Tenía novio y nos iba bien —leemos en Internet—, aunque ya la relación se había convertido en algo rutinaria. Quería probar algo nuevo y me enrollé con una chica que me gustaba y le fui infiel a mi novio hasta que ya no pude con la situación. Dejé a mi novio y llevo dos años viviendo con mi chica y somos las reinas del mambo, je, je, je, je. Si soy bisexual o lesbiana, no me lo planteo. No me fijo en chicas y tampoco voy mucho a sitios de ambiente, con el que era mi novio tengo una relación excelente como amigos. Mi consejo es que sólo hay una vida para vivirla, haz lo que realmente quieras hacer pero también has de pensar en las consecuencias, tienes que estar preparada para todo. Yo elegí bien y soy feliz»[570].
Parece que la bisexualidad aumenta en el mundo occidental al amparo de la mayor tolerancia. Según un informe científico, «en los últimos tres años, los casos de bisexualidad que hemos tratado en nuestras consultas han aumentado entre un 15 y un 20 por ciento; las edades de estas personas oscilan entre los veinte y los treinta años»[571]. En Estados Unidos se ha observado una creciente feminización de la población masculina, paralela al incremento de la homosexualidad[572].
Algún autor ha señalado que el consumo de tranquilizantes durante el embarazo potenciaría la bisexualidad del niño desde su estado fetal[573]. Menos alcance científico parecen tener las observaciones del mandatario boliviano Evo Morales cuando atribuye a la ingesta de pollo hormonado la creciente feminización que detecta en los hombres occidentales[574].
Los bisexuales no forman un grupo tan militante como el de los gays o las lesbianas, pero, no obstante, reclaman su espacio social. Para identificarse usan una bandera compuesta por dos franjas azul y rosa que se superponen en el centro, y celebran un Día del Orgullo Bisexual el 23 de septiembre (aniversario de la muerte de Freud). Si homofobia es el rechazo a los homosexuales, el rechazo a los bisexuales será bifobia.
Travestis en una fiesta privada (Sevilla, decenio de 1950)