Cada vez son más los ejemplares de homo asustadus español que, tras fracasar en su relación con una española liberada y reivindicativa, optan por buscar pareja en el extranjero[506].
Internet se ha convertido en la gran plaza global donde la gente se cita para buscar pareja como en los paseos y tontódromos del tiempo de nuestros abuelos. El soltero agrario de una aldea perdida de la meseta castellana, donde no han quedado ya chicas libres de su edad (ellas son más emprendedoras y se largaron a las grandes ciudades), encuentra a una siberiana rubia, con ojos azules y curvas rotundas, que anda buscando a un señor solvente, no importa que sea un podrido capitalista, que la rescate de la miseria, la niebla carbonienta y el helor de su ciudad industrial.
Esa facilidad de comunicarnos con desconocidos del otro lado del planeta no la tuvieron nuestros abuelos, que tenían que escoger pareja entre las chicas casaderas del pueblo, o sea, las diez o doce, a lo sumo, de parecida edad y nivel social.
—Tantas no había, que la mitad eran primas y entonces había que pagar dispensa a la Iglesia.
—Vale, abuelo.
Pep Concustell, catalán de cuarenta y un años, soltero, buscador de esposa extranjera por Internet, dice: «Lo ideal sería encontrar a una catalana que tenga trabajo, que no esté mal y que sea normal, sin críos. Pero es que de mi edad no las hay: las separadas tienen críos y las solteras de cuarenta hay que dejarlas estar porque […] alguna tara tienen. Es un comentario machista, pero es la verdad. Una tía de treinta y cinco o cuarenta que no se ha casado y que no tiene críos es que algo no le funciona, alguna cosa rara tiene».
Las agencias matrimoniales, cuyo número crece sin cesar desde los años noventa, ofrecen dos tipos de mujer: la rusa[507] rubia de ojos azules y la sudamericana morena y sensual[508].
El hombre que busca pareja escoge por catálogo (vía Internet) a las que cree más idóneas y se comunica con ellas a través de e-mails, teléfono, webcams y otros recursos de la tecnología moderna. Después de algún tiempo de relación, va a visitar a la elegida a su país o le paga el viaje para que venga a España. Pasan unos días juntos, conociéndose mejor, y deciden si siguen con el proyecto de pareja o simplemente se despiden como buenos amigos.
Las mujeres procedentes de países del Este y de Sudamérica se casan con españoles en busca de una mejor calidad de vida que la que podrían esperar en sus países de origen y también porque el español les parece mejor marido que el que podrían encontrar en origen, donde todavía impera el machismo y los tíos están asilvestrados. El español, por su parte, a menudo acogotado por las reivindicaciones feministas de sus compatriotas, busca lejos de nuestras costas una mujer más sumisa y cariñosa y menos reivindicativa. Una de las informantes de la encuesta, rusa, de veinticinco años, declara:
«Los españoles necesitan el cariño que les dan las mujeres de mi país, porque no recibieron tanto de mujeres de su país. Las españolas son un poquito más de trabajo, más de sus negocios, más de fuera que de casa. Nosotras somos más de casa que de fuera […]. A los hombres de aquí les gustan mucho las mujeres de mi país, porque nosotras somos muy desacostumbradas de cariño, nos falta cariño, nos falta apoyo, nos falta… no sé, una seguridad. Lo mínimo que puede dar un hombre, un hombre español, ya tenemos bastante. En cambio vosotras, que sois españolas de toda la vida, a lo mejor con esto os sentís un poco mal, necesitáis más que nosotras. A lo mejor la mujer española, y con derecho, pide más que una mujer de mi país».
Por su parte, Josep M.ª, español de cincuenta y seis años casado con una rusa de veintiséis años, afirma:
«[Las rusas] tienen más clase. Las puedes llevar a todas partes. Son muy guapas. […] Aún tienen una cultura antigua de una cierta devoción al macho […]. Esto es bueno, ternura, que te cuiden bien»[509].
Jordi Furnielles, español de cuarenta y un años casado con una venezolana de 37, declara:
«Las mujeres de allí [Sudamérica] son cariñosas, sumisas. Y además suelen ser apasionadas, y me reitero en la cuestión, y… bueno, complacientes, mujeres muy al gusto de un hombre. Además, tienen interés en cuidar la casa, no les importa realizar las tareas del hogar en un momento determinado. De alguna forma, tienen una forma de ser… a mi gusto; encaja bien en mi circunstancia».
Al parecer, según el encuestado, esas cualidades están ausentes en la española:
«La española es más reacia, es decir, es más independiente, ha desarrollado en los últimos años una seguridad en sí misma […] suele tener más ambición profesional, por lo menos de tener su camino independiente del hombre, aparte de que tenga su relación de pareja»[510].
Oigamos ahora a una española de cuarenta y un años, Leocadia Sants Dresser, que enjuicia, no sin cierto despecho, el fenómeno de las uniones entre españoles y rusas o sudamericanas:
«¿Quién conecta con mujeres rusas y latinas? Los que tienen algún problema físico. Entonces, ¿qué buscan? Una persona necesitada que si fuera de aquí los rechazaría […]. La mayoría tienen alguna tacha que les impide acceder [a la mujer] por una vía normal y por eso recurren a Internet o a las agencias. Y después, porque se ha mitificado que las mujeres rusas están muy buenas, y las cubanas que son ardientes […]. Yo creo que es más por el sexo. Una mujer joven y guapa es el sueño de todo hombre entre los cuarenta y los cincuenta, una tía buena y joven que no tiene reparos de acostarse con él. El mito sexual. Yo no creo que busquen enamorarse. Y si además te hacen la comida, pues perfecto, pero el mito es decir: acostarse y dormir con una tía buena, porque se las cogen guapas… ¿Qué miran? ¿Las cualidades o el físico? Miran que esté buena. Y además son dos modelos: la guapa elegante y la exuberante y sensual, que sexualmente nunca tiene bastante, que están más liberadas, el modelo latinoamericano. Los hombres tienen siempre más presente el sexo que las mujeres»[511].