CAPÍTULO 41
Pareja y valor de mercado

Muchas rupturas matrimoniales tienen una raíz económica de corte marxista, relacionada con la lucha de clases[364]. Eso ocurre cuando un cónyuge abandona al otro porque su propio valor de mercado ha aumentado o porque el del otro ha disminuido.

El valor de mercado de ella se dispara cuando en una cafetería en la que ha entrado a desayunar después de dejar a los niños en el colegio conoce a un señor forrado de pasta que el primer día insiste en pagarle el café porque se parece mucho a una sobrina que tiene en Chile.

—Perdone el atrevimiento, señorita, pero es usted la copia clónica de una sobrina muy querida que tengo en Santiago de Chile: Escarlata Barrientos de Castroverde y Cifuentes. ¿Usted cree en que todas las personas tenemos un doble?

Otro día la saluda efusivamente y celebra la coincidencia de que se hayan encontrado de nuevo. «¿De dejar los niños en el colegio? Nadie diría que es usted casada, parece una mozuela. […] ¿Treinta y dos años? ¡Cielo santo, aparenta quince menos!»

Al tercer encuentro ya sabe ella que el tipo tiene forrado el riñón y que ese Ferrari que hay en la puerta es suyo (quiero decir «suyo de él», aunque si se dejara querer podría ser «suyo de ella»), y que la gasolina no le cuesta nada porque es propietario de una cadena de gasolineras con capital incluso en Colombia e intereses petroleros en Venezuela. El tipo la corteja con delicadeza, la trata como a una dama y, tras sucesivos encuentros y un par de encamamientos conclusivos, le hace ver que su marido no la merece. «Incluso tus hijos estarán mejor conmigo, seré como un padre para ellos y los matricularemos en los mejores colegios, nada de LOGSE analfabeta». ¡Ah! Y la sobrina chilena no existe: fue un truco para trabar conocimiento.

¿Qué ha ocurrido?

Que ha aumentado su valor de mercado. Que ha atraído a un tipo de un nivel superior capaz de ofrecerle la clase de vida que ella se merece, no ese sinvivir que padece con el marido.

El valor de mercado del hombre suele aumentar por ascenso laboral. Cuando se casaron era un simple dependiente y ahora ha ascendido a jefe de departamento o de planta; o de cajero a jefe de la oficina bancaria. La esposa, sin embargo, no ha ascendido de su primitivo empleo como ama de casa. Más bien se ha abandonado físicamente, ha echado lorzas y luce celulitis en los glúteos. Tú has aumentado de categoría; ella, solamente de peso. Es la madre de tus hijos y no la vas a dejar, pero por lo menos intentas conquistar a otra que esté a la altura de tu actual valor de mercado, una aventura que, en muchos casos, puede acabar en algo más profundo y determinar el divorcio para casarse con la nueva, si esta se lo propone.

En Estados Unidos es frecuente, como dijimos antes, que la mujer trabaje como camarera en una cafetería para sufragar los estudios universitarios del marido. En algunos casos, cuando el otro se transforma en brillante abogado de un bufete famoso, con un valor de mercado mucho mayor, se busca una nueva pareja a la altura de su posición y abandona a la anterior. Sólo las espeluznantes pensiones que fijan los abogados o el amor de los hijos (dado que los americanos suelen ser unos padrazos) frenan esa tendencia, que es bastante corriente en países como España cuyo sistema legal permite que el marido descuide el pago de la pensión e incluso se declare impecune, trabaje en negro y deje perfectamente tirada a la esposa y a la camada que creó con ella.

En España, muchos políticos trepas, al principio sólo los de izquierdas, después también los de derechas («en realidad soy liberal»), aprovecharon la inusitada prosperidad que les brindaban sus puestos como servidores del pueblo soberano para «cambiar las tres ces» (casa, coche, coño).