CAPÍTULO 39
Wonderbra y calzoncillo bóxer

Algunos pacientes de mi consulta de terapeuta aficionado no terminan de aceptar (debido a su vanidad masculina) que la mujer descubra con tanta facilidad que el marido la traiciona y, al propio tiempo, resulte prácticamente imposible detectar la infidelidad de ella. Es frecuente que los hombres no nos enteremos de nada: no solemos analizar los detalles ni sospechar a partir de meros indicios. Ni siquiera somos capaces de sumar dos más dos cuando reparamos en que ese niño que vino de pronto cuando ya habíamos decidido no tener más hijos es pelirrojo y pecoso como el marido de su mejor amiga.

—¿Cómo puedo descubrir cuándo me traiciona mi pareja? —me preguntan, angustiados.

Peliaguda cuestión. Lo primero que debes plantearte es si realmente quieres descubrirlo. Muchas parejas alcanzan la apacible ancianidad sin destapar esa caja de Pandora. Si realmente quieres descubrirlo, debes convertir tus meras sospechas en indicios que te conduzcan a las pruebas. Lo malo es que nuestro cerebro es bastante tosco y no se le pueden pedir sutilezas. Podríamos ejercitar un poco más ese lado femenino que todos tenemos y que suele morirse de aburrimiento, y quizá captaríamos señales. Por ejemplo, cuando una mujer está viviendo un romance apasionado, una viva hoguera que arde fuera de las cenizas yertas del hogar, se dispara su actividad hormonal sin que pueda evitarlo y ello se manifiesta en diversas señales externas. De entrada, intenta mejorar su aspecto físico: régimen de adelgazamiento personal —que repercutirá sobre la dieta hogareña—, musculación en el gimnasio, pilates frente a la tele, depilación fuera de temporada, etc[356]. Esas señales coinciden reveladoramente con una renovación de su fondo de armario y más concretamente con la adquisición de lencería sexy que reservará para sus entrevistas con el amante (contigo seguirá usando sus cotidianas y monjiles bragas de mercadillo, so pringao)[357].

Al propio tiempo, notarás que se relaja en las tareas del hogar, se ocupa menos de los niños y parece más distraída que de costumbre, como con la mente en otra parte. Si además sale más a menudo con las amigas, especialmente con una de ellas (su confidente, su cómplice, su coartada) y se muestra especialmente crítica con tu aspecto, debes empezar a hacerte preguntas como: ¿está más irritable que de costumbre (lo que quizá sea reflejo de su mala conciencia)?, ¿monta un pollo porque he olvidado bajar la tapa del retrete?[358], ¿han dejado de llegar a casa las facturas detalladas de teléfono?, ¿ha tenido que pasar una noche, o varias, fuera del hogar cuidando a una amiga accidentada o a una anciana tía abuela de la que antes apenas se ocupaba?, ¿acepta con indiferencia verdadera o fingida que yo salga de viaje y pase varias noches fuera del domicilio conyugal e incluso me anima a ello?, ¿ha dejado de hablar, de repente, de un compañero de trabajo que antes era constante tema de conversación, especialmente si simpatizaban? En ese caso no se puede descartar que de la mera simpatía (o incluso de la antipatía) haya pasado a algo más profundo.

No mencionaré como indicio revelador la alteración del protocolo fornicario porque ellas, cautas como son, jamás lo alteran. Es propio del marido infiel e incauto introducir variaciones sexuales en una pareja que hace años que observa la misma rutina sexual pautada y anodina. Inmediatamente la parte contraria se pregunta: «¿Quién le está enseñando a éste? ¿Lo ha aprendido en las películas, donde hoy ya se ve todo, o se habrá buscado una entrenadora personal?».

Finalmente, cabe mencionar la recepción de mensajes sospechosos en el móvil. El teléfono móvil es la gran celestina del amor en estos tiempos[359].

Muchas mujeres enzarzadas en una aventura extramatrimonial se muestran inapetentes con el marido: es porque la mujer no suele adaptarse bien a las relaciones sexuales simultáneas. Por eso, a menudo, son ellas las que rompen el matrimonio[360].