Localizados los puntos en los que reside el placer femenino y la consiguiente paz masculina, pasemos ahora a examinar los rudimentos de la faena venérea.
Una vez lubricado el conducto femenino, de manera natural, con la grasilla que ellas segregan cuando se excitan, o con ayudas externas (aceite de oliva, cremas vaginales), llega el gran momento de presentar armas.
Sobre el tamaño ideal del pene masculino ha corrido mucha tinta inútil y descorazonadora. Lo único cierto es que pocos están satisfechos con el suyo, que casi todos quieren más. El estudio Kinsey estableció que el pene masculino alcanza una longitud media de 15,2 cm de largo y un calibre de 12,7 cm. Otro más reciente de Durex propone 16,3 por 12,3 cm[282].
Por su forma, el pene se clasifica en tres grupos: romo (recto, el glande un poco más ancho), botella (recto, el glande más pequeño que el fuste[283]) y plátano (ligeramente curvado como la fruta canaria). Se especula que el más evolucionado es el curvado porque parece diseñado para excitar el punto G durante el fornicio[284].
Si el miembro en cuestión es más bien pequeño y de poca presencia, no intentes justificarlo alegando que eres corto de pellejo o no sé qué me pasa hoy, normalmente la tengo más grande o el tamaño no importa, ni, mucho menos, se te ocurra compensar su parvedad con elogios que pueden resultar contraproducentes en momento tan conclusivo. Sé de uno que rompió a recitar «¡Qué mármol jaspeado! / ¡Pálida arquitectónica belleza! / ¡Qué alto fuste estriado / de azules ríos! ¡Capitel armado / para elevar el mundo en su cabeza!»[285] y la dama, que estaba ardiendo de deseo, creyó que era una burla y lo mandó a tomar por el culo. A otro se le ocurrió decir, para justificarse: «Napoleón también la tenía pequeña y mira tú adonde llegó», a lo que la dama replicó enfadada: «¿Adonde llegó, desgraciado, a morirse de asco en Santa Elena después de incendiar media Europa para compensar su complejo?»[286].
O sea, cualquier acción de este tipo será contraproducente. Si, a pesar de todo, se empeña en contemplar tus credenciales, empúñalas tú mismo desde el mismo pubis, de manera que simules dos o tres centímetros de trampantojo.
Lo ideal es, en un primer contacto, introducir el miembro lenta y suavemente, sin brusquedades ni alardes, delicadamente, en plan espeleólogo, como explorando el territorio, y cuando alcances la penetración máxima inicias el fornicio propiamente dicho, primero a ritmo pausado y después más rápido, según vaya pidiendo hilo la cometa (hablo en metáfora, por si me leen los niños). In crescendo, sin desmayo, como el bolero de Ravel.
Coito representado en las pinturas rupestres de la Cueva de los Casares, en Riba de Saelices (Guadalajara) hacia el 25.000 a. J. C.