Tras el cortejo (si da sus frutos apetecidos y no se tuerce), emprende la pareja la fase precopulativa, consistente en contactos físicos y táctiles en privado y últimamente —o témpora, o mores!—, en público, a la vista de todo el mundo (un gran avance social, sin duda, que nos retrotrae al proceder desinhibido de la horda primigenia que descendió del árbol en los albores de la Humanidad).
Cumplida la excitante primera vez en que, tras conquistar el corazón de la amada (o sea, su cerebro), intentas conquistar el cuerpo, conviene no olvidar el trámite de las caricias. Es tradicional que la fase precopulativa comience con un beso en los labios, o beso de amor.
El beso se conoce desde que tenemos memoria del hombre civilizado, aunque tardó mucho en aparecer en la literatura y en el arte[238].
¿Quién ha olvidado su primer beso, placentero, enamorado?
«Correrá lava por tus venas. Te quedarás sin respiración. Gemirás y te desmayarás porque la sangre huirá de tu cabeza y correrá desbocada por todas las venas de tu cuerpo. Serás incapaz de pensar o razonar»[239].
Todo eso que parece poesía (y lo es) describe los procesos químicos que el beso desencadena: un chute de hormonas[240] equivalente a un chute de anfetas, pero más sano, del todo natural, sin contraindicaciones, un beso que estimula el amorcillamiento preliminar del miembro masculino y la lubricación genital femenina («¡Ay, me ha dejado hecha caldito!», le confiará a la amiga en cuanto cambien impresiones en el tocador)[241].
¿Quién inventó el beso enamorado? Quisiera suponer que acompaña al homínido desde siempre, desde que chupaba el pezón de la madre para obtener alimento; desde que la monilla madre le masticaba los primeros alimentos sólidos y le daba, de boca a boca, sus primeras papillas. Desde luego, es el desencadenante de la fusión amorosa que debe erigirse, como un buen edificio, sobre sólidos cimientos.
Es importante no considerar el beso como un preámbulo del casquete (aunque a menudo lo sea) sino un acto per se. Su secreto son las cuatro “pes”: paciencia, pasión, parsimonia, presión adecuada[242]. Besar en la boca, cuando se hace bien, sin apremios, lentamente, en lugar propicio, solitario, oscuro, produce una sensación muy agradable y hasta crea adicción. Los labios y el interior de la boca conforman la zona más sensible del cuerpo, la más musculada, la más suave. Según los estudios del Instituto Kinsey para la Investigación de la Sexualidad, «el beso afecta a cinco de los doce nervios craneales que afectan a las funciones cerebrales». Debido a las conexiones neuronales de labios, lengua y mejilla con el cerebro, el beso permite detectar en la otra persona muchos datos, entre ellos la temperatura, el gusto y el olor[243]. Es un medio de captar las feromonas del otro, un escáner que nos revela compatibilidades y afinidades.
El cerebro analiza las sensaciones que le transmite el beso y produce, aunque no siempre, una descarga de feromonas. Cuando el cerebro da luz verde, tras un beso feliz, es como comer anacardos: no te conformas con uno solo.
Examinemos ahora la técnica del beso. Lo primero es tener la boca limpia y fresca. ¿Te has cepillado los dientes después de comer? ¿Has masticado ese caramelo de menta o eucalipto (el Pictolín es el mejor) que perfume tu aliento? Ten esto especialmente en cuenta si fumas porque de lo contrario a la otra parte le va a parecer que lame un cenicero, especialmente si ella no fuma.
Bien, vamos a suponer que la boca está en perfecto estado de revista. Si usas gafas, quítatelas. Ahora busca un lugar tranquilo e íntimo donde puedas sentar a la chica objeto de tu atención y tomarla de la mano, en plan romántico (lo de leerle las rayas de la mano está muy visto, ya se lo han hecho otros, ni lo intentes). Si ella se resiste a las manitas, es señal de que todavía no está madura: no te precipites y aplaza el beso para la próxima sesión. Cuando te deje tomarla de la mano y notes que se muestra relajada y cooperante, háblale de sentimientos en el adecuado tono de voz intimista: «Debo confesarte que pienso constantemente en ti»; «No me canso de mirarte, ¿nadie te ha dicho que tienes una mirada dulce como la miel?», cosas así. Cualquier cursilería, murmurada en el tono y en el momento adecuado, servirá. Las manos enlazadas, las cuatro digo, y los cuerpos a la distancia conveniente, un poco inclinados, invitan ahora al beso. Vamos allá.
Los primeros besos deben ser suaves y castos, secos, sin lengua y sin apenas abrir la boca, que solamente sienta tus labios cálidos y tu aliento. Comienza por algún beso ligero en la mejilla, o un pespunte de besos diminutos que la recorran desde la sien hasta la boca, aspirando el aroma de su piel. Después besa ligeramente las comisuras de sus labios y cuando ella espera que pases a los labios propiamente dichos, desvíate de ellos para besar sus párpados. Eso es la mar de romántico. No vayas a hacerlo bruscamente. Cuidado. Que te vea venir, que le dé tiempo a cerrar los ojos. No me seas torpe porque, si en tu precipitación le metes una pestaña en el ojo, se fastidiará la tarde.
—¡Ay, es que se me ha metido una pestaña!
Las mujeres son tan románticas que se desconcentran enseguida a la menor contrariedad, así que mucho tiento.
Besados los párpados, primero uno, luego otro y regreso al primero, desciende de nuevo a la boca. Ahora sí es el momento del primer beso. Ladea ligeramente la cabeza para que las narices no tropiecen. Lo normal es que cada uno ladee la cabeza hacia su derecha, pero las orientales la ladean a veces hacia la izquierda. Si, a pesar de tus precauciones, se produce el tropiezo de las narices, disimula tu torpeza murmurando: «¡Uhmmm, un dulce beso esquimal!»
La boca. Concéntrate en su labio superior, su zona erógena por excelencia (sólo superada por clítoris, pezones y parte posterior del cuello). En un beso perfecto, el hombre besa el labio superior de la mujer, y la mujer, el labio inferior del hombre. Ésa es la ley básica sobre la que estableceremos variables como el beso que pellizca los labios de la amada, el que los muerde ligeramente, el que los succiona y el que sólo los acaricia.
Después vendrán los besos con lengua e incluso con saliva[244]. Estos deben ser al principio suaves, de forma que hagas sentir a la amada la punta de tu lengua entre sus labios o en sus dientes. Si ella acepta, buscará con su lengua la punta de la tuya y cuando tú la retires hará ademán de seguirla al interior de tu boca. Es la luz verde del semáforo del amor. Ya está en disposición de que partes de tu cuerpo penetren en el suyo, al menos de cintura para arriba. No te precipites y reitera los besos. Explora su boca y juguetea con su lengua. No la ahogues, déjala respirar. No intentes tampoco llegar a su garganta. (Olvida esos besos pasionales del cine, tan exagerados como las explosiones y todo lo demás que vemos en la pantalla, especialmente en la del porno.) Alterna los besos con lengua con otros sin ella, candorosos.
Mientras tanto, las manos no deben permanecer inactivas: que acaricien brazos, espalda, cuello, cogote. Se puede acompañar con un repaso de tetas, pero lo suyo es una mano en la cintura y otra en el trasero, presionando suavemente el cuerpo femenino contra el propio (o viceversa). Tampoco sobra un muslo entre los de la parte contraria como buscando el sexo, pero con suavidad, sin borderíos.
Una postura normal del abrazo amoroso es la de una mano en la espalda (con eventual descenso hacia el culo) y otra en la teta, primero en una y luego en otra, que ninguna de ellas pueda sentirse discriminada. De hecho, cuando ya en la desnudez plena le confieses a la amada que nunca sospechaste que su pecho fuera tan hermoso y ella te pregunte: «¿No lo tengo demasiado pequeño?», le dirás, escandalizado: «¿Pequeño? ¡Es perfecto! ¡Es maravilloso! ¡Lo tienes como la Venus de Praxíteles! A mí no me gustan nada esos pechos grandes, colgones, que tienen algunas».
Si, por el contrario, la pechugona te pregunta: «¿No lo tengo demasiado grande?», le dirás, escandalizado: «¿Grande? ¡Es perfecto! ¡Es maravilloso! ¡Lo tienes como la Venus de Praxíteles! A mí no me gustan nada esos pechos pequeños, infantiles, que tienen algunas».