CAPÍTULO 18
Mardito parné

Conectemos ahora con la famosa bruja Lola, en su consultorio del tarot en vivo y en directo a través de la televisión local sevillana.

—¡Lola! —se escucha la voz de una comunicante.

—Dime, mi arma.

—Que yo te quería consurtá a ver qué intensiones tiene un hombre que anda tonteando conmigo y no se echa palante.

—¿Que no te hurga, mi arma?

—¡Eso sí! Hartica me tiene con la saliera. Namás piensa en meterla en caliente. Lo que pasa es que yo, claro, antes de dejarme, yo quiero saber si va en serio, o sea, si no viene a pasar el rato, como con otras.

Asiente, grave, la bruja Lola, rubia teñida, cardada como un repollo, vestido estampado, mustio canalillo pectoral, muchas pulseras, uñas de porcelana quitipón en el extremo de unos dedos amorcillados.

La bruja Lola baraja concienzudamente el mazo de cartas y despliega seis naipes en semicírculo sobre el tapete verde. Los estudia. Medita sobre ellos con el ceño fruncido. Añade otros tres mientras piensa «a ver qué le digo yo a ésta»:

—Mira, mi arma —se arranca al fin—. Yo aquí veo sentimientos, pero claro, si tú no te haces valer, él va a lo suyo, como todos los hombres, y no quiere sujeción.

—¿Y qué hago, Lola? Es que ya me tiene loquita.

—Mira, tú te tienes que hacer valer. Tú lo dejas que se sobrepase un poquito, ¿tú me entiendes?, pero luego lo frenas. Que se entusiasme, pero no se lo pongas fácil, ¿tú me entiendes?, o sea, tú le pones el cebo —la bruja Lola extiende la mano carnosa sobre la mesa, la palma abierta hacia arriba— y que venga a comer en tu mano —la bruja Lola, con la otra mano, imita la cabeza de un ave que picoteara en la palma extendida—, que coma en tu mano, con halagos, ¿sabes?, lo que a él le guste.

—¡Sí, sí! —corrobora la consultante tomando buena nota.

La voz de la bruja Lola, antes persuasiva y acariciante, muta bruscamente a un tono enérgico, casi viril:

—… y cuando lo tengas comiendo en tu mano, y notes que ya se ha acostumbrao a ti y que ya lo tienes bien cogío por donde tú sabes…, ¡zas!, le cortas los suministros. —Cierra bruscamente la mano extendida, como si asiera los testículos del desdichado en una dolorosísima presa—. ¡Y verás cómo se casa contigo!

Luis Racionero coincide en lo básico con la bruja Lola y con la dietizada, pero no idiotizada, Bridget Jones[172] aunque, como es intelectual, explica la estrategia femenina más finamente:

«La mujer con la que te casas no es la misma que te seduce. Es la primera estafa que te hacen. Al principio, si eres futbolero, te acompañan al fútbol encantadas, y si eres lector, resulta que les gusta Baudelaire y te hablan de poesía, entusiasmadas. Pero al cabo del tiempo, cuando te han pillado, Baudelaire ya no les gusta y entonces critican tu afición al fútbol o a la lectura»[173].

«El fin del periodo de seducción llega cuando ella concluye que ya lo tiene suficientemente encandilado —dicho vulgarmente, pillado, y soezmente, y con perdón, encoñado—. Entonces puedes encontrarte con una persona que no hace el amor, lo gestiona»[174].

La bruja Lola y el escarmentado Racionero han enunciado una estrategia femenina universal que se basa, a su vez, en una inmutable ley económica: la oferta y la demanda. El macho demanda más sexo del que las hembras ofrecen y, por lo tanto, como el producto escasea, se puede vender a buen precio siempre que la dadora se adapte al mercado y conozca mínimamente sus reglas.

A mi consulta terapéutica acuden pocas mujeres, lo confieso. De hecho, a fuer de sincero, he de reconocer que no acude ninguna, y eso que a ellas no les cobro, como en las discotecas. (La bruja Lola y las revistas de relaciones Cosmopolitan, Ana Rosa, etc., me arrebatan esa clientela potencial). Sin embargo, puedo decir que, a juzgar por las estadísticas más fiables, el 73 por ciento de las mujeres encuestadas (en Estados Unidos) admiten haber usado conscientemente sus encantos para conseguir algo del varón[175]. Ello nos hace sospechar que el 27 por ciento restante no es que mienta, sino que han usado sus encantos inconscientemente[176]. A este propósito es voz común que en los departamentos de muchas universidades y en las grandes empresas no faltan mujeres que progresan adecuadamente en el escalafón u obtienen becas y prebendas por vía vaginal[177].

Es admirable esa habilidad femenina para conseguir que el macho que pretende montarla actúe del modo más conveniente para sus intereses. La seducción, largamente desarrollada desde la noche de los tiempos (hasta el punto de que ya se hereda y forma parte del bagaje de la mujer) es su arte supremo.