A mi bisabuela, una labradora acomodada de un pueblo de Jaén, le salió un novio de un lugar distante que la cortejaba por la noche, en la reja de una ventana, como era costumbre. Ella lo suponía bastante rico puesto que vestía bien y fumaba puros habanos. Cuando alguno se le apagaba lo arrojaba displicentemente al suelo y encendía otro.
—Cosme —le decía mi bisabuela a un mulero de la casa—. Estate atento y cuando mi novio marche busca en el suelo tres o cuatro puros que ha desechado casi enteros.
—Ya los busco, señorita, pero nunca los encuentro —decía Cosme—. Se conoce que alguno se ha percatado y llega antes que yo.
Hasta que llegaron informes del pueblo del novio y se descubrió el pastel: era pobre de solemnidad, se vestía con ropas prestadas para ir a ver a mi abuela y los puros que tan pródigamente desechaba no eran sino un único puro que llevaba atado a un ojal del chaleco con un hilo negro y rescataba y encendía varias veces mientras pelaba la pava con mi bisabuela.
Naturalmente, se fastidió el noviazgo: un novio pobre no era una buena proporción. Mi bisabuela aspiraba a un novio más rico que ella.
El fingimiento de recursos es un procedimiento habitual para atraer a la mujer. En mi juventud, en la España deprimida de los años cincuenta/sesenta, cuando todos íbamos a pie o en moto, la propiedad de un coche, aunque fuera un modesto Seat 600, te clasificaba como persona de recursos. Muchos aspirantes al ligue se exhibían en coche prestado (de un amigo, de la empresa, etc.) en los tontódromos o paseos adonde cada tarde acudían chicos y chicas a socializar. Algunos que no podían disponer ni de coche prestado jugueteaban con el llavero de un vehículo inexistente o lo llevaban colgando por fuera del bolsillo del pantalón con la insignia de la marca bien visible. A este propósito circulaba un chiste:
—Chico, voy por todas partes con la llave del Renault, pero no ligo ni por ésas.
—¡Pero hombre: antes te tienes que quitar del pantalón las pinzas de la bicicleta!
Repito: no es que las mujeres sean interesadas; es que son realistas. Y a pesar de ello muchas yerran en la elección y se emparejan con pajarracos irresponsables que abandonarán el nido y se desentenderán de la camada. Es que los instintos ya no son lo que eran, desde que nos apartamos del homínido.
Otra consecuencia de la desproporción de testosterona existente entre el hombre y la mujer, agravada por la disparidad de los respectivos circuitos cerebrales, es que el hombre llega al amor a través del sexo mientras que la mujer llega al sexo a través del amor. Hemos dicho que el hombre ve a una mujer atractiva y se le dispara el deseo. La mujer es más cauta en sus afectos: para implicarse debe sentirse querida.
El hombre puede copular después de una bronca conyugal porque es capaz de separar la emoción del deseo; la mujer, no: ella sigue rumiando lo ocurrido y no le apetece hacerlo. Si finalmente accede, será por tener la fiesta en paz, en vista de la insistencia del reconciliado.
—¿De verdad quieres acostarte con una paranoica depresiva? —le reprocha ella recordando lo que él acaba de llamarla[153].
—Olvidémoslo. ¿Nos queremos, no? —propone él conciliador con esa voz sedosa y profunda que emplea para cortejar.
Aunque si fuese más sincero, diría: «Un coño es un coño. Pelillos a la mar».
Ese aplazamiento de la consumación sexual que impone el ritmo de la mujer contribuye a menudo al cambio de actitud del hombre, a su enamoramiento y aceptación del compromiso. ¿Cuántos que buscaban sólo un revolcón se enredaron en el afecto y terminaron comprometiéndose con aquella mujer a la que, en un principio, sólo deseaban para pasar el rato? Muchos españoles que hoy forman pareja con extranjeras fueron en su mocedad reprimidos sexuales que ligaron con una turista liberal sin soñar en casarse con ella, que ni siquiera era virgen (una exigencia inexcusable del macho ibérico entonces), pero al final hocicaron en el pesebre del amor[154]. La versión actualizada es la del que hace turismo sexual en Cuba y a la tercera visita se casa con la chica y con su numerosa familia. Él solamente quería sexo sin mayores complicaciones; ellas, sin embargo, están diseñadas para formar parejas perdurables, comprometidas[155].