Udrí alude a una mítica tribu árabe del siglo X, los Banu Udra, en la que se practicaba una mística del erotismo consistente en una «morbosa perpetuación del deseo» (en palabras del arabista García Gómez). El placer de estas criaturas consistía en aplazar el placer hasta extremos morbosos y del todo extraños a la sensualidad árabe dominante[609]. El equivalente cristiano fue el amor cortés, popularizado en las Cortes de Amor proveniales, en las que el trovador se enamoraba platónicamente de la señora y la llamaba donna angelicata y finezas semejantes. Se sospecha que el trovador estaba más pendiente de la tajada o subvención del marido que del corpiño de la bella.
El amor cortés admitía grados. En el tratado De Amore de Andrés el Capellán, siglo XIII, se distingue del amor puro, «que incluye el beso en la boca, el abrazo y el contacto físico, pero púdico, con la amante desnuda, con exclusión del placer último, pues este está prohibido a los que quieren amar puramente».
O sea, que el magreo circunstancial se toleraba, otra aberración heredada del amor udrí, uno de cuyos practicantes declara: «Toda la noche yací a su lado recorriendo sus cerros y cañadas, pero me abstuve de ella, pues no soy asno que se revuelca en el sembrado».
El último testimonio de la pervivencia del amor udrí en nuestros atormentados tiempos lo suministra el venerable líder indio Mahatma Gandhi, que en sus años de senectud practicaba la técnica mística Brahmacharia (el celibato de los brahmanes), lo que entrañaba dormir cada noche con una o dos adolescentes desnudas para probarse, decía, que podía vencer a la tentación[610].