Existe en Occidente una lamentable tradición misógina que se opone a la equiparación de hombre y mujer en derechos y deberes que hoy caracteriza a toda sociedad moderna[578]. El libelo antifeminista publicado por la Asociación de Padres de Familia Separados, Atrévete si eres hombre (1995), resume las tesis reduccionistas de estos colectivos que no representan más que al último reducto de un machismo que se resiste a morir. En su introducción leemos:
«¿Qué es un parásito? Es un ser que vive de otro. Cada parásito se especializa en un animal determinado. ¿Sabe usted en qué animal se especializa el parásito feminista? En el animal varón. Usted es su víctima».
Más adelante, después de arremeter contra el supuesto feminismo victimista y revanchista, señalan:
«Las verdaderas mujeres liberadas son las que en su día cazaron a un varón y se han separado con su pisito y sus posesiones […]. El matrimonio es una forma de explotación económica para los varones. Un varón de clase media, al separarse, pasa a ser ciudadano de segunda, cuando no un indigente […] las mujeres utilizan el matrimonio para ascender socialmente. Las enfermeras enganchan a un médico; las secretarias, a su jefe; las azafatas, a un piloto; las trabajadoras, a un oficial… Lo contrario es raro. Incluso tener que casarse con un igual las fastidia, y lo evitan, salvo fuerza mayor»[579].
(¿Por qué culpan a la mujer de una responsabilidad que compete sólo a la Naturaleza? Cientos de miles de años de evolución, de colaboración y de conflictos han depurado las potencias de cada uno: en el hombre, la superioridad física; en la mujer, el sexo.)[580].
En 2005 se repartió en la Feria del Libro de Madrid un folleto no venal Ahora no, cariño, me duele la cabeza, que, bajo la apariencia de divertido libro de autoayuda, encubría un libelo ferozmente misógino. Como botón de muestra reproduciré, no sin cierta íntima repugnancia, uno de sus capítulos, el titulado «¡Ays, no tengo tiempo de nada!»:
Verás a tu mujer correteando sin cesar como si le fuera la vida en ello. Te recordará a los trabajadores de fábricas que corren de un lado a otro dando impresión de gran actividad pero que van con las manos vacías y no resuelven nada ni en la ida ni en la venida.
Suda, corre y se apresura, pero lo único que hace es esconder que ha conseguido la Buena Vida. Sí, así con mayúsculas.
Cuando los niños empiecen a ir a la escuela, o a la guardería, porque es mejor que se «sociabilicen» pronto, tu mujer descubrirá los desayunos con las amigas. De un tímido café con leche pasará a un megadesayuno en toda regla en el que invertirán diez minutos en comer y tres horas en hablar, cotillear y repasar a todo el vecindario incluidos los famosos de la tele.
El tiempo se les echará encima y entonces huirán despavoridas para hacer las labores del hogar. El resultado de las prisas será limpiar algunos puntos estratégicos de la casa, esos que dan la impresión de que han limpiado todo a fondo, y cocinar una comida improvisada consistente en unas patatas medio quemadas y un bistec crudo pero seco como la suela de un zapato y, si los hados les son favorables, una ensalada que nada en el agua de lavar la lechuga.
Eso con un poco de suerte, que las hay que no se molestan ni en disimular y te enchufan cualquier plato preparado de esos que ven en tarrinas de colorines y parecen latas para perros mientras se quejan de que no tienen tiempo para nada.
Por lo menos un café y un cruasán saldrán baratos, porque las hay que se han aficionado a ir a los bingos y se gastan el sueldo allí. […]
Por la tarde, las mujeres descubrirán las excelencias del parque y del rajar y criticar y machacar con otras amigas mientras sus hijos, abandonados a su suerte, se tiran de los pelos o se caen por los barrancos […].
Nos convencen de que es necesario que los niños hagan actividades extraescolares como artes marciales, ajedrez, natación, gimnasia, taller de expresión plástica, deportes de aventura y otras muchas cosas para evitar que se pasen la vida pegados al televisor y se muevan y hagan deporte.
Antes eran los padres los que pasaban tiempo con sus hijos y les enseñaban a hacer cosas como atarse los cordones de los zapatos. Actualmente, los niños no saben ni atarse los zapatos y, si no, que se lo pregunten a los desesperados maestros que se pasan la vida haciendo nudos.
Los hombres se creen a pies juntillas que es necesario que los niños hagan un centenar de actividades; los hombres parece a veces que se lo creen todo y venga a trabajar y a hacer horas extras para poder pagarlo todo. Mientras tanto, las mujeres, si no trabajan y se suman al loco afán productivo, se entretienen yendo de compras con sus amigas (otra nueva ocupación), o acudiendo a la esteticista o a la sauna o a un balneario para relajarse…
Llegas por la noche a casa y no encuentras a nadie. Los niños, cansados de tanta actividad, duermen. La mujer todavía no, pero tiene pinta de cansada y de pocos amigos y se camufla en el sofá.
Sólo queda cenar una cena ya fría y dura e irse a dormir pronto porque mañana hay que trabajar y hacer muchas horas.
Y poco a poco la familia se va convirtiendo en esa gran desconocida mientras tu sentimiento de culpabilidad va creciendo porque no estás con ellos. Pero bueno, te dices a ti mismo, alguien tiene que trabajar, ¿no? Tú estás haciendo tu parte, pero te sientes tan culpable que trabajas más y más y te gastas todo el dinero que puedes en que no les falte de nada[581].
Otro libelo de similar jaez arremete contra la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género (28 de diciembre de 2004):
«Todos los organismos judiciales consultados por el gobierno declararon unánimemente que la ley era inconstitucional, pero a pesar de todo el gobierno la hizo aprobar aprovechando su mayoría parlamentaria»[582].
Algunos juristas, pocos, denuncian también esta ley como inconstitucional por el simple hecho de que un mismo acto pueda ser delito o no serlo dependiendo del sexo del ciudadano que lo ejecuta[583]. Aducen también que la ley violenta los principios constitucionales de derecho a la presunción de inocencia, de dignidad de la persona y de tutela judicial efectiva.
Lo cierto es que esta ley genuinamente española (sin parangón en el sistema legal de ninguna otra democracia occidental, incluidas las de los países nórdicos, que hasta ahora creíamos socialmente más avanzados) está resultando utilísima pues a su amparo se acogen las 140.000 denuncias de violencia de género que se producen en España cada año (datos de 2009) y una de cada tres separaciones matrimoniales se agiliza mediante denuncias por malos tratos. El protocolo policial es rápido y efectivo: la mujer denuncia malos tratos y el denunciado pasa ya la noche en un calabozo, y sólo podrá volver a su casa, acompañado por la policía, para recoger su ropa. En España, más del 12 por ciento de los reclusos sufren prisión en España en virtud de esta ley[584]. Algunos jueces, evidentemente influidos, aunque sea de manera subliminar, por la consuetudinaria injusticia machista, se quejan de la alarmante cantidad de denuncias falsas de mujeres que acusan falsamente sin otro objetivo que el de expoliar al marido (y que después no son perseguidas de oficio, como el resto de los denunciantes falsos)[585].
Uno de los jueces opuestos a esta ley, don Francisco Serrano, del Juzgado número 7 de Sevilla, declara:
«Van cincuenta y dos mujeres muertas a manos de sus parejas en 2009. ¿Cuántos hombres han sido asesinados por sus parejas este año? Más de treinta, y de eso nadie se entera. ¿No es eso violencia de género? Hasta ahora, cuando una mujer era asesinada por su pareja se decía que “algo habría hecho ella”. Ahora, cuando un hombre es asesinado por una mujer se dice que “seguro que se lo merecía” o que había obrado en legítima defensa». Además, «hasta el año 2006 había una estadística de más de 630 hombres que se habían suicidado cuando estaban en una situación de crisis de pareja. El INE dejó de publicar esa estadística porque cantaba mucho la gallina»[586].
«Se presenta a las feministas como responsables de esa situación —apunta el forense Lorente— y se personifican los logros en su beneficio particular […] idea que se refleja en el libro El varón castrado, de José Díaz Herrera (2006), cuando se afirma: “Más de cien mil personas viven en España del negocio del maltrato.”»[587].
Las ideas son fundamentalmente dos: que se exagera la situación para provocar la alarma social que justifique las medidas y recursos que benefician a las que viven de ello. En segundo lugar, que ese colectivo profesionalmente feminista es, en última instancia, causante del problema que se denuncia, por favorecer las separaciones inducidas por las interferencias de esas feministas en las parejas.
Más adelante, Lorente señala que la Ley contra la Violencia de género pareció que acarreaba cierta disminución en el número de mujeres asesinadas (de 72 en 2004 a 57 en 2005) pero en años sucesivos el número de «femicidios» aumentó junto con el ensañamiento de los asesinos[588].
Por su parte, la magistrada de la Audiencia de Barcelona María Sanahuja señala:
«Hemos pasado de un extremo al otro. Del pasado, en que la palabra de una mujer no servía ni para comenzar una investigación, a la situación actual, en la que esa palabra, casi sin nada más, ya sirve para una condena […]. La presión mediática ha llevado a muchos profesionales a una reacción defensiva y de autoprotección ante el miedo a las posibles consecuencias personales. Así, jueces que han concedido prácticamente todas las órdenes de protección que les han solicitado por temor a que se les pudiera acusar de no haber tomado medidas, colapsando así los servicios administrativos de protección a las víctimas que difícilmente las pueden atender; fiscales solicitando en prácticamente todos los casos que se adoptara una orden de protección, normalmente alejamiento, muchas veces sin demasiadas pruebas y sin valorar que ello podía comportar pérdida de empleo si ambos trabajaban en la misma empresa, o dificultades para permanecer en una ciudad pequeña con el estigma de maltratador; policías que han procedido a la detención de miles de hombres sin más indicios que la sola afirmación de la denunciante, sabiendo que en uno o dos días serían puestos en libertad por el juez, y sin considerar el trauma que para algunos ciudadanos puede suponer pasar esas horas detenido, esposado y trasladado junto a delincuentes, todo por miedo a exponerse a un expediente disciplinario si luego ocurría un hecho luctuoso, ya que “ellos también tenían familias”[589]; abogados que han recomendado la interposición de una denuncia por malos tratos porque se podía solventar en horas la atribución provisional del uso de la vivienda familiar, ya que la orden de alejamiento supone la expulsión inmediata de la misma, así como la fijación de una pensión de alimentos y la custodia de los hijos; periodistas que cuando se producía un hecho grave lo exponían de modo que culpabilizaban a todos los que, de un modo u otro, habían intervenido, y en ocasiones de manera sensacionalista (esto ahora ya no ocurre); y mujeres que, sin ningún escrúpulo ni respeto por las que están padeciendo situaciones terribles sin atreverse a denunciar, han abusado de lo que se les ofrecía, poniendo en marcha el aparato policial y judicial con fines espurios, en algunos casos inventándose directamente hechos que ni siquiera han ocurrido, pero con escaso riesgo de que ello pueda demostrarse y se les exijan responsabilidades»[590].
En otro artículo[591], la magistrada Sanahuja denuncia:
«¿Por qué se está cometiendo la penúltima gran estafa a las mujeres en su nombre? Si la mayoría convenimos que la primera condición para avanzar hacia la igualdad de derechos es la independencia económica; si la gran conquista en los últimos treinta años en España ha sido acceder masivamente a la formación, que nos tenían vedada, y al mercado de trabajo; si las mujeres hemos realizado una gran revolución silenciosa, como ha sido retrasar la maternidad en diez años, y reducir drásticamente el número de hijos, como única posibilidad para ir ocupando espacios, por derecho propio, como ciudadanas de primera; si nos hemos ido alejando del modelo de la caverna, en que el reparto de funciones venía irremediablemente marcado por la dedicación de unos a la caza y la guerra, y otras a la reproducción, ¿por qué ese empeño en los últimos años en querer recluirnos nuevamente en el hogar, al cuidado en exclusiva de los hijos?, ¿por qué el feminismo mayoritario se muestra feroz con la custodia compartida de los hijos, si al tiempo asume que la única posibilidad de las mujeres, trabajadoras y madres, de tener espacios personales y profesionales es dejar de cargar en solitario con su cuidado y educación?
»Es una estafa pedir en nombre del feminismo que sólo las mujeres asuman el cuidado de los hijos.
»Somos una especie animal que, con los avances técnicos, ha podido modificar los roles que la naturaleza ha impuesto para la supervivencia y la reproducción, pues los riesgos de extinción nos vienen de otros peligros. Las encargadas en exclusiva de la reproducción, al tiempo que responsables de ancianos, enfermos y hombres, hemos ido adquiriendo otros roles y ocupando espacios de poder y decisión, al menos en los países mejor situados económicamente, pese a la brutal presión social y las tremendas discriminaciones. ¿Cómo vamos a permitir que tanto esfuerzo personal y colectivo se vea amenazado por corrientes de opinión que pretenden imponer nuevamente esta carga a las mujeres? ¿Cómo vamos a asumir en solitario la difícil y durísima tarea de cuidar de unos hijos en unas sociedades complejas que exigen unas generaciones con un elevado nivel de formación técnica y personal, al tiempo que trabajamos fuera?
»Lo que proponen esos grupos de presión es apoderar a las mujeres practicando una inicial expoliación al padre de sus hijos, pues apropiándose de éstos se consigue de inmediato todo el pack (hijos, vivienda, pensión). Pero ese es un regalo envenenado para nosotras por varias razones. Dedicarnos en solitario a la educación y cuidado de los hijos limita brutalmente nuestro desarrollo profesional, relegándonos a niveles que no exigen tanta dedicación, lo cual irremediablemente se traduce en salarios menores. Si ejercemos nuestra función como educadoras con responsabilidad, corremos el riesgo de ser las únicas malvadas que imponen hábitos y obligaciones, y si lo hacemos de modo irresponsable, nos encontramos en poco tiempo con unos hijos asilvestrados e intolerantes a la más mínima frustración, que no dudan en acudir a la violencia, física o psíquica, si no ven colmados sus crecientes deseos. Cuando los pequeños monstruos se emancipan, el propietario de la mitad de la vivienda de la que fue expulsado no duda en reclamarla, ya que en muchas ocasiones se vio obligado a regresar a su hogar materno, y en ese momento, cuando las mujeres tienen edades que rondan los sesenta años, con escasos ingresos, no pueden adquirir la mitad de la vivienda, con riesgo de ser expulsadas.
»El final del expolio inicial puede ser el que las mujeres se queden sin nada: sin profesión, porque no nos hemos dedicado a ella; sin espacios personales, al no disponer de tiempo, fuente de desequilibrios y frustraciones; sin casa, y sin unos hijos que, además, pueden formular serios reproches culpabilizando a las madres del alejamiento paterno, lo cual es fuente de conflicto y sufrimiento, al haberse quedado huérfanos con padres vivos, con un duelo que no se acaba.
»El modelo que se propone con la custodia compartida es que en aquellos supuestos, minoritarios pero crecientes, en los que el padre quiere participar en la corresponsabilidad tantas veces exigida a los hombres, no sólo no deben ponerse obstáculos, sino que se debe favorecer. Eso es lo mejor para los hijos, pues tienen unos progenitores que, cada uno según su criterio, hacen carreras de relevos en su agotador cuidado, y son educados en la pluralidad y en el respeto a las diferentes maneras de leer el mundo, completadas sin duda con la escuela, los amigos, las familias amplias, con Internet y la televisión. La custodia compartida no libera al progenitor con más ingresos de hacerse cargo de la mayor parte de los gastos. Por el contrario, potencia la voluntad de contribuir más porque se mantiene el contacto y afecto con los hijos, y aleja la tentación de aparentar inexistentes insolvencias, en un país con un importante nivel de economía sumergida y ahora en crisis.
»A los hijos no se les puede imponer un modelo monoparental que les perjudica, cuando tienen padre y madre que quieren y pueden responsabilizarse de ellos. Y es precisa una jurisdicción especializada en familia, tantas veces reclamada, que de un modo eficaz intervenga y haga difícil la utilización de los hijos como armas en unos conflictos de los que siempre deben ser alejados si queremos construir una sociedad en igualdad, paz y progreso».
María Sanahuja, entre otros autores, ha criticado el artículo 153.1 del Código Penal[592] (tras la reforma operada por Ley Orgánica 1/2004 de 28/12 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género) entendiendo que
«si los ciudadanos lucran conscientes de que cuando se propina un bofetón a un hijo están cometiendo un ilícito penal tipificado como delito; o cuando una pareja discute llegando a empujarse, si son vistos por agentes de la autoridad, pueden ser conducidos al Juzgado de Guardia, porque su acción está tipificada como delito y, al ser condenados, la sentencia comportará necesariamente la prohibición de acercarse a la víctima y suspensión, respecto de los hijos, del régimen de visitas (art. 52.2 en relación con el 48 CP); que el Código Penal no permite reconciliaciones porque los dos miembros de la familia podrían ser condenados por quebrantamiento de condena, uno como autor y otro como cooperador necesario (art. 468 en relación con el 28 CP); que para las mujeres extranjeras, la denuncia y condena de sus parejas conlleva la expulsión automática del territorio nacional (art. 89 CP) probablemente la inmensa mayoría convendría en que la contundencia del CP ha invadido, hasta extremos nunca antes conocidos, el ámbito de las relaciones personales».
Estos artículos se comentan por sí solos[593].