La detención de Constantino Ares causó sensación en G… Se llevó a cabo a las 8.30 horas de la mañana del día 29 en su domicilio, desde donde fue trasladado a dependencias policiales hasta que la juez instructora del caso solicitó que lo trasladaran a su despacho. Durante la mañana de ese día la noticia se fue extendiendo por G… como una mancha de aceite y a la hora del aperitivo era la comidilla en todos los bares y casas de la ciudad. La gente lo transmitía en el mercado, en las tiendas, en los cafés, en la playa… También en el edificio de los Juzgados, donde nadie salía de su asombro. «Esa juez se ha vuelto loca —decían unos—. De ésta la suspenden sin remisión». O bien: «Espero que la Juez De Marco haya medido bien este paso, pero la verdad es que los tiene bien puestos». O bien comentarios de este jaez: «Algún día se tenía que estampar con ese afán de figurar». O: «No sabe con quién se ha metido». Entretanto, la juez estaba reunida con sus colaboradores, interrogando al ciudadano intocable. «Constantino Ares —corría la voz por los pasillos— se ha negado a declarar». «Eso no hará más que complicar las cosas». «Pues yo te digo que si la juez ha caído sobre él, es que es culpable». «¡Quiá! ¿Un señor como Constantino?: mañana está en la calle». Y así se sucedían los comentarios de todos los colores.
Pero cuando apareció por allí el Fiscal Andrade, las opiniones empezaron a cambiar. Éste no sólo no mostró extrañeza sino que, en opinión de los observadores (aquella mañana lo eran todos, como si no hubiera otro asunto que tratar en todo el edificio), parecía formar parte de la conspiración. El juez decano y aun el comisario jefe de la policía de G… pasaron también por el Juzgado, entraron, se reunieron con la juez y salieron con gesto grave. Y a la hora del almuerzo la mayoría del personal se inclinaba por reconocer que, muy probablemente, la juez se había cubierto muy bien las espaldas y, si se encontraba con problemas, no provendrían éstos de un error de cálculo o de juicio.
Apenas la noticia llegó a El Espacio, Javier Goitia salió disparado en dirección al Juzgado. No podía dar crédito a los rumores que corrían con tanta insistencia. ¿Constantino Ares?, se preguntaba. ¿Acaso se había vuelto loca Mariana? Por otra parte, sentía que le iba naciendo un rencor dentro del pecho mezclado con una sensación de humillación, nada a fin de cuentas. Mariana había dado la impresión de que compartían una investigación que ahora, de pronto, se revelaba como sólo suya, en la cual él era sólo un peón voluntarioso que, además, se había jugado la vida. ¿Constantino Ares? No podía creerlo. Nunca, en ningún momento de la investigación había salido a relucir su nombre si no era como mera mención a la existencia del padre de la víctima, totalmente ajeno a aquel galimatías de agresión, violación, suicidio y asesinato todo en una pieza. Y lo peor es que, conociéndola, estaba seguro de que Mariana había dado con la solución, que Constantino era el asesino de su hija en una historia abracadabrante, casi imposible de creer. Tenía que contar la historia como fuese, pensó a continuación. «No se puede dejar escapar un reportaje tan formidable».
Pero ¿cómo había llegado a semejante conclusión? ¿Cómo se había atrevido a detener y encausar a semejante preboste apoyándose en una historia inverosímil? La verdad es que tenía más cojones que el caballo de Espartero y empezó a pensar que la había juzgado mal; no como juez sino como mujer. Y, sobre todo, lo más tremendo: ¿cómo se conquistaba a una mujer con tales redaños?