Javier Goitia estaba sentado en un banco del pasillo, como si aguardara turno. Mariana lo vio al ir a entrar a su despacho y le dirigió una sonrisa de disculpa que a él no dejó de parecerle maligna. Indicó a Quintero que entrase en el despacho y se dirigió al periodista.
—¿Estás esperando a alguien?
—No —contestó el otro—, es que me han echado del hotel y ahora duermo en este banco. Es duro, pero gratis.
Mariana soltó una carcajada.
—La verdad es que tienes sentido del humor.
—¿No te vuelves a casa?
—No y no sé si dormiré en casa. Tenemos que preparar un operativo complicado.
—Te puedo esperar, no me importa, no tengo nada que hacer, todo el mundo pasa de mí y tengo mucho tiempo libre para pensar y deducir lo que para otros son hechos.
—Estamos mordaces, ¿eh, amigo?
—No, natural, como siempre he sido.
—Venga, vuélvete al hotel, duerme un poco y vente mañana a primera hora. Te daré una primicia.
—Muchas gracias, señoría, qué buena es usted.