Mariana de Marco mantuvo entre sus dedos la nota que acababan de entregarle y la leyó por segunda vez. «He estado husmeando por ahí y tengo algo que te va a interesar. ¿Podemos vernos esta mañana? ¿A almorzar quizá? Llámame, Javier». ¿Javier a secas? Se estaba tomando demasiadas confianzas. Aún se sentía afectada por el resultado del interrogatorio a Tomás Sánchez-Hevia. Probablemente se había buscado un nuevo enemigo y, de paso, un nuevo problema. A no tardar, el enfado de éste llegaría al despacho de Carbajo, de Saludes o de alguna otra autoridad capaz de llamarla al orden. Pero, con todo, lo que más le preocupaba era el final de la conversación. Esa palabra, «engaño», que utilizó para referirse a su mujer… no le sonaba bien. ¿A qué engaño se refería? ¿Al hecho de utilizarlo para escapar de su familia? Tenía la sensación de que no lo había dicho en ese sentido, que había algo más, algo diferente a su primera interpretación. Por un momento estuvo tentada de volverlo a llamar, pero luego pensó que no era el momento. «Engañado»… ¿eso lo había dicho por el matrimonio?
¿A qué engaño se refería Tomás? Con este pensamiento se mantuvo ante la mesa de su despacho sin hacer otra cosa que cavilar. Cavilaba sobre su vida, se negaba a hacerlo sobre el futuro, aunque más de una vez se le había aparecido como una presencia indistinguible, llena de sombras agoreras, y cavilaba sobre la frase de Tomás Sánchez-Hevia, que se había ido tornando misteriosa, y así continuó hasta que su mirada se tropezó con el reloj. Se acercaba la hora del almuerzo y Javier estaría esperando una respuesta, pero había perdido el apetito e incluso el interés por todo lo que la rodeaba en este momento. Le habría gustado perderse en el despacho, entre las horas que aún quedaban para terminar su jornada, pero su sentido de la responsabilidad, que ahora se le aparecía odioso, la devolvió a la realidad. Aún hizo un intento de permanecer donde estaba, dejar la mente en blanco y no pensar, pero el deseo sólo se mantuvo entero durante unos segundos y en seguida se desvaneció como el humo de un cigarrillo. Luego rompió la nota de Javier Goitia y la echó a la papelera.