—Una hipótesis arriesgada —dijo el fiscal cuando terminó de escuchar a Mariana—. Fantástica y arriesgada.

A pesar de ser domingo, estaban ambos en el despacho de Mariana en el Juzgado, a primera hora de la mañana. El Fiscal Andrade tenía una expresión de preocupación en su rostro, habitualmente sereno y animoso. En la mesa, haciéndose un hueco entre los legajos, se veía una bandeja con dos vasos de plástico que habían contenido café.

—Lo sé, pero es la única explicación que se me ocurre; es fantasiosa, pero tiene sentido. Lo que ocurre es que no vale nada si no soy capaz de dar con quien ha concebido esa estrategia y, sinceramente, no tengo idea de quién pueda ser.

—Porque no ha descubierto el móvil —apuntó el fiscal.

—Exacto. No doy con el móvil.

—Lo que no podemos permitir es que esto se eternice. La muerte de Francisco Llorente ya está en la calle.

—Afortunadamente —dijo Mariana— nadie la relaciona con el suicidio de Concepción Ares.

—Afortunadamente. Sin embargo, pronto o tarde lo harán. Menos mal que las tres familias acordaron silenciarla; si no, estábamos con los fotógrafos a la puerta del Juzgado. Qué fastidio.

—Al menos me habría hecho famosa por una semana —dijo Mariana, riendo.

—No quisiera yo esa fama para mí —contestó gravemente el fiscal.

—Escuche, Andrade, reconozco que no tengo un hilo definido del que tirar, pero sí que tengo varios; es un poco azaroso, pero es lo que hay. Si consigo disponer de un poco de tiempo más estoy segura de que daré con él o los responsables de todo este montaje.

—Mire, De Marco, yo sé cómo trabaja usted y le tengo confianza, pero las presiones van a venir de todos lados. Tiene que darse prisa, mucha prisa, le guste o no, porque el caso está muy verde aún, no hay materia para elaborar conclusiones fiables. Su hipótesis es un tanto fantástica y muy grave porque apunta muy alto; aunque no sepamos adónde, apunta a zonas sensibles. Se trataría de un doble crimen premeditado…

—No, disculpe, Andrade, se trataría de un crimen premeditado, muy bien planeado y resuelto, y de un segundo crimen obligado por las circunstancias, no por el planeamiento inicial, aunque respecto a esto último, tengo mis dudas. Voy a reunirme con el inspector Quintero para poner en marcha una línea de investigación paralela a la mía y ya le diré si hay resultados. Por otra parte, el inspector Alameda se encuentra tras el paradero del sicario a partir de su presencia detectada en S… y que sería el ejecutor de Francisco Llorente. Parece que es un sicario a la española, o sea, más bien cutre.

—Cutre, pero efectivo si usted tiene razón. Haga lo que le parezca más conveniente, pero téngame al tanto de lo que vaya encontrando, por nimio que parezca.

—Así lo haré. Descuide.

Lo vio salir con paso apesadumbrado. Quizá fuera el final del curso lo que pesara sobre sus espaldas más que otra cosa, pero sin duda el caso Ares-Llorente había contribuido a acentuar su pesadumbre. Una vez que hubo traspasado el umbral, Mariana pensó en él un tanto compungida; sentía simpatía por aquel hombre.