TERCERA PARTE

Apenas había despuntado el día cuando Mariana de Marco se presentó en el Juzgado, donde ya la esperaban el inspector Quintero y el secretario judicial, Pelayo Arenas. Con ayuda de este último se dedicó, en primer lugar, a despejar sus compromisos de la mañana para poder dedicarse al asunto principal, la muerte de Francisco Llorente. Esperó con impaciencia la llegada del fiscal y en cuanto apareció, se encerró con él en su despacho.

La juez expuso, de la A a la Z, su versión del caso sin ocultar nada e incluyendo su propia valoración del suceso que los reunía. No tuvo inconveniente en adelantar sus sospechas, no suficientemente fundadas, pero expuestas con una lógica impecable. El fiscal consideró su petición ajustada a Derecho y se comprometió a pedir la inhibición del juez de S… para que éste declinase su competencia en favor del Juzgado de G… del que ella era titular y en el que se habían iniciado las diligencias del caso Ares.

—Tiene usted buena relación con el Juez Sarabia, ¿no es cierto? —preguntó el fiscal.

—Buena y correcta. De colegas cercanos —respondió ella.

—Supongo que, en principio, se resistirá, pero confío en convencerle. No puedo darle a él toda la información que usted me ha dado porque una parte de ella pertenece a su propia intuición o capacidad deductiva o llámelo como quiera. Espero que sea suficiente. Sarabia es muy suyo, pero razonable. Sé que la estima a usted.

—También yo a él.

—Excelente. Otra cuestión: sé que usted conoce y aprecia mucho al inspector Alameda y él a usted y no dudo que obtendrá toda la información de su parte, pero, por favor, hágalo con tiento para no herir susceptibilidades. Si pudiera encarrilar esa información hacia el inspector Quintero sería lo ideal; así todo iba a quedar entre colegas policiales y no se consideraría una intromisión suya en la policía judicial de S… haciendo de menos al juez de cara al exterior. ¿Me explico?

—No hay ningún problema. El inspector Quintero es persona de toda mi confianza.

—Me alegro, entonces. Y ahora me voy a preparar la inhibitoria. Que tenga un buen día.

Lo acompañó hasta la puerta y sintió que se quitaba un peso de encima. De inmediato llamó a Quintero.

—Mire que yo ya estaba intuyendo que esto podía pasar —dijo éste nada más entrar en el despacho y cerrar la puerta a sus espaldas.

—Sí, la verdad es que tenía sentido que la familia Llorente alejase a Francisco de la escena, sobre todo por la incomodidad que podía suscitar a los Ares. Así que el apartamiento de Francisco tenía, como digo, ese carácter de asunto particular sin trascendencia social. Y mira que es difícil en una ciudad como ésta guardar un secreto así. Pero el hecho de que no se lo pudiera localizar en S… sí era raro. Francisco no había sido ocultado sino sólo alejado, podía hacer su vida en S… sin el menor problema.

—A lo mejor si ese pesado de periodista no hubiera ido tras él, y además sin advertirnos nada…

—No entiendo. ¿Qué tiene eso que ver?

—Puede que Francisco se diera cuenta de que el periodista estaba tras él y decidiera esconderse. Al fin y al cabo, ya le sacudió una vez.

—Quintero: a Francisco Llorente lo ha matado un profesional y al periodista, como usted lo llama, lo quitaron de en medio mientras ejecutaban a Llorente. En todo caso podemos pensar que habría ayudado a Llorente de haberlo encontrado, no que fuera el causante indirecto de su muerte. Esa muerte estaba planeada de antemano. En dos días no sitúas a un sicario ante el blanco, eso requiere algo más de tiempo. Salvo que estuviera planeado de antemano, que es lo que acabo de sugerir.

—Puede ser. De todos modos tendríamos que volver a hablar con el periodista porque ya es casualidad que estuviera en S… cuando ocurre el crimen.

—Y hablaremos con él, aunque no creo que vaya a decirnos nada relevante, pero hablaremos, no se preocupe usted. Ahora tenemos dos tareas importantes ante nosotros. Primera: usted se va a ir a S… a recabar toda la información posible e imposible del inspector Alameda. Le recuerdo que el inspector cooperará en todo lo que se le solicita y que es un viejo amigo y colaborador, así que me lo trata con la mayor consideración. Segunda: empecemos a pensar ya quién gana con esta muerte, asunto bastante oscuro en mi opinión.

—Habrá que investigar a Llorente y en el entorno de los Llorente…

—Y en el mundo que frecuentaba, también —se apresuró a decir la juez—. Puede que ahora nos encontremos con nuevas claves y nuevos escenarios. Puede que esto no tenga nada que ver con la muerte de Concepción Ares sino con un ajuste de cuentas por razones ajenas al caso y, de ser así, cabe la posibilidad de que tengamos que devolver el caso a S… En fin, ese puente ya lo cruzaremos cuando lleguemos a él, pero de momento hay que abrir las expectativas más allá de lo que es un asunto particular entre familias. Usted, de esto, chitón. En S… limítese a recoger toda la información que pueda porque el instinto me dice que no es allí sino aquí donde se encuentra la clave del asunto, sea cual sea el verdadero fondo de éste.

—Si el instinto se lo sopla… —empezó a decir Quintero.

—¿Está usted sarcástico, inspector? —le interrumpió la juez.

—No. No. Quería decir lo contrario —balbuceó el inspector—. Que yo tengo mucha confianza en su instinto. No es la primera vez… He visto los resultados. Yo…

—Vale, vale, no se me aturulle. Es que lo ha dicho de una manera…

—De ninguna manera y con la mejor intención, señoría. No sabe cómo lamento el malentendido.

—Bien, a lo nuestro. A lo mejor es que yo estoy como sobre ascuas y eso me hace más susceptible. Conviene que salga para S… cuanto antes. Dígale a Alameda cuando llegue que yo también estaré en contacto con él, pero que preferiría que fuera de una manera discreta, sin testigos, ¿me entiende?

Quintero asintió, se levantó de la silla, tomó su chaqueta y se despidió de Mariana no sin volver a reiterar su confianza en las intuiciones de la juez.

—Ahora tenemos un caso sensacional —dijo Pelayo Arenas, que había aparecido en la puerta del despacho abrazado a un mazo de carpetas que sujetaba contra su pecho—. No va a haber manera de evitar a los medios.

—Cierto —suspiró Mariana—. Ésa es la parte mala del asunto. A poco que nos descuidemos, va a salir todo a la luz y para qué queremos más. Se nos van a echar encima como buitres.