A las tres de la madrugada sonó el teléfono en el piso de la Juez De Marco. Mariana emergió del sueño y alcanzó a tientas su móvil en la mesilla sin encender la luz. En la pantalla, un nombre, Alameda, le hizo recuperar la conciencia de golpe. Encendió la luz y pulsó la tecla de recepción de llamada.
—¿Alameda, es usted?
—¿Señoría? Le pido perdón de antemano por la hora, pero es urgente. Tengo una mala noticia que darle: hemos encontrado el cadáver de Francisco Llorente. Asesinado. Un tiro en la nuca. Un profesional, sin duda.
Mariana se sentó en la cama con el corazón rebotando en el pecho e inquirió detalles. Escuchó atentamente. Luego dijo:
—Muy bien. Me voy a acercar a primera hora al Juzgado. ¿Sabe quién es el juez que se hace cargo del caso?
—Está aquí conmigo, es el Juez Martínez Sarabia. La conoce a usted.
—Sí, así es. Pásemelo si es posible. ¿Alfredo? Muy bien, gracias. El fallecido está bajo investigación en la instrucción que estoy llevando a cabo acerca de la relación entre una violación y un suicidio de los que es víctima la misma persona. Sí, la misma persona. Escucha: el fallecido está empadronado, además, en G… En todo caso, quiero adelantarte que voy a pedirte que te inhibas en nuestro favor ya que la muerte de este hombre, Francisco Llorente, puede ser sustancial para resolver la instrucción que estoy llevando a cabo. Sí, estaba sobre aviso. Gracias, muchas gracias, te lo confirmaré de todos modos. Quisiera volver a hablar con el inspector Alameda, por favor. ¿Alameda? Voy a necesitar información al detalle. Probablemente me desplace a S… mañana mismo. Urgente, sí. En fin, a la mierda las veinticuatro horas.
—¿Cómo dice?
—Disculpe, inspector. Cosas mías. Ahí nos vemos.
Cortó la comunicación y acto seguido marcó el número del inspector Quintero, habló, le explicó la situación, se citó con él en el Juzgado y colgó.
—Creo que es lo que estaba esperando que sucediera —se dijo a sí misma mientras se dirigía al cuarto de baño. Ya no iba a dormir más.