Cuando Mariana de Marco entró en su casa, lo primero que hizo fue soltar el bolso y deshacerse de sus bonitas sandalias de tacón que dejaban los pies al descubierto bajo unas sencillas tiras de piel; se quitó primero una y luego la otra, con excelente equilibrio, sosteniéndose alternativamente en una sola pierna al descalzarse. Con ellas colgando de la mano cruzó el salón, alcanzó el dormitorio y las dejó a los pies de la cama. Luego empezó a desvestirse.

—Así que Somoano, ¿eh? —musitó mientras se dirigía a buscar el albornoz.

Se detuvo en la puerta del cuarto de baño en actitud dudosa y, al cabo de unos momentos, regresó al salón en ropa interior. Tras un par de días ventosos que amenazaron lluvia, había vuelto el calor. La casa estaba cerrada, por lo que se dirigió al balcón, abrió las dos hojas de par en par y luego fue a la cocina para abrir también la ventana y establecer una corriente que se llevara el calor acumulado durante el día. Luego regresó al salón, encendió el equipo de sonido, cogió el cedé que le quedaba más a la mano, lo colocó en el platillo y pulsó la tecla de comienzo del mando. En unos segundos, el sonido íntimo y cálido de la trompeta de Chet Baker empezó a desgranar las notas de Isn’t it romantic? Entonces se dejó caer en el sofá.

¿Había sido prudente salir a cenar con el periodista? Ciertamente, no era testigo en su instrucción sino un participante accidental, y la agresión a Concepción Ares no estaba formalmente asociada al suicidio, de manera que no había lugar a preocupación. Hasta ahora, el fiscal se había limitado a aprobar todos sus pasos cuando se los fue consultando.

Pero no era menos cierto que hasta ahora había callado sus intuiciones, es decir, no le había contado nada de la sospecha de asesinato que enlazaría los dos hechos. No lo había hecho porque no era más que eso, una intuición, pero la sospecha iba creciendo en su interior y, de hecho, estaba dirigiendo sus pasos hacia esa posibilidad, de manera que, si lo comentaba con él, se vería obligada a cortar de raíz todo contacto con el periodista que no estuviera motivado por la instrucción del caso.

¿Eso la preocupaba? El caso es que le había caído bien el tipo. Un poco demasiado correcto y distante en comparación con la mayoría de los hombres que se atrevían a acercársele con intenciones poco claras o, mejor dicho, demasiado claras. No parecía una persona refinada, lo que hacía más chocante su educación en el trato. La distancia que ponía con ella era una mezcla de respeto y se diría que timidez si no fuera porque sí que parecía un hombre decidido a la hora de actuar. Pero la timidez tiene tantas formas de ser y de manifestarse… todavía recordaba el caso de aquella tímida muchacha dedicada al desnudo erótico de uno de sus casos. No llegó a tratarla, pues su primer encuentro con ella fue de la mano de la muerte, pero durante la investigación había tenido tiempo de hacerse una composición de lugar sobre su carácter y la verdad es que había quedado en su memoria asociada a la pena por su infortunado destino. Pero, volviendo a su anterior pensamiento, se reconoció que él, si no era tímido, y su oficio parecía desdecirlo aún más, quizá si lo fuera de entrada con las mujeres, o al menos con las mujeres que en verdad le interesaban. Y llegada a este punto, se alzó animosamente del sofá y se dirigió a la cocina a prepararse un whisky con soda.

De regreso, se quedó echada en el sofá a lo largo, contemplando su cuerpo, apenas cubierto por la ropa interior, con interés mientras tanteaba con la mano en la mesilla adyacente en busca de un cigarrillo. Había vuelto a fumar desde que estuvo en Egipto, pero solamente cuando regresaba a casa por las noches y para acompañar al whisky. En realidad, pensó, no era exactamente tímido sino respetuoso, y eso era sin duda producto del grado de caballerosidad que había detectado en él. En otras palabras: no parecía un mal tipo. Justo lo que a ella no le convenía. Todo lo que oliera a compromiso de largo alcance estaba fuera de lugar y este hombre estaba en ello, sin duda. Mucho riesgo.

Justo en ese momento la trompeta de Chet Baker atacó las primeras notas de But not for me, lo que la hizo sonreír.

Recogió las piernas sobre sí misma y se acodó en el brazo del sofá mientras se las acariciaba. Le gustaba el tacto de su piel. Tenía unas piernas que no estaban mal, bien dibujadas y musculadas, y unos muslos largos y atezados. Desde la adolescencia detestó sus manos y sus pies, demasiado grandes para una chica, como le decían en casa, pero se había ido acostumbrando. En cambio, sus piernas y muslos eran largos y además a ella le gustaba que se marcasen los músculos y le gustaba contemplarlos, como estaba haciendo ahora. De pronto la imagen de Francisco Llorente atravesó sus pensamientos y, sorprendida, se preguntó por qué en ese momento. ¿Acaso tenía que ver con Javier Goitia? Porque éste, recordó, había ido a S… en busca del otro y según él lo había hecho por ayudarla a ella, ayuda que se apresuró a rechazar apenas pudo hablar con él, a la vuelta de su aventura. Sin embargo, ambos coincidían en la intriga que les creaba la acción de Llorente contra Concepción. ¿Se había hecho las preguntas correctas? Ese asunto, el de la agresión, era tan extraño…

Volvió a pensar en Goitia y se reconoció que no le habría venido mal su ayuda. Y esto la llevaba a otra cuestión relacionada: el papel del abogado Somoano presionando para que el periodista retirase la denuncia por violación. ¿Qué le iba en ello a un tipo tan oscuro como el abogado? ¿Lo había contratado Llorente? Tendría que preguntar al viejo, pero sería más bien cosa de Francisco porque el viejo Llorente debería de tener sus propios asesores jurídicos y no le casaba bien que hubiera acudido al abogado que solía ocuparse de los asuntos de Constantino Ares y sus propiedades. Los patriarcas de la zona estaban a buenas los unos con los otros de puertas afuera y eran muy celosos de sus propiedades y empleados.

Pero volviendo a Goitia, la verdad es que había hecho algo por ella, además de intentar cumplir con su curiosidad como corresponde a un periodista de investigación que ha venteado una exclusiva. En el paro como estaba, y aun no teniendo a quién vendérsela, el oficio es el oficio. Y había hecho algo por ella que, si no arrojaba resultados prácticos, había puesto sobre aviso a su antiguo colaborador de la policía judicial de G… y persona por la que llegó a sentir verdadero aprecio, el inspector Alameda. Era Alameda quien la había informado de las aventuras de Goitia en S… y quien, de paso, se había puesto en alerta. Si Alameda se interesaba por el asunto es que ahí tenía que haber algo. Goitia había sido puesto fuera de combate de una manera poco clara y con intención desconocida, pero el hombre lo debió de pasar mal, consiguió escapar y, desde luego, no lo vivió como lo que parecía ser: un modo de quitarlo de en medio por unas horas, en opinión de Alameda; pero ambos, Alameda y ella, se habían hecho la misma pregunta: ¿para qué?

Ahora Chet Baker se había puesto a cantar. Mariana estiró el brazo para alcanzar la carátula del cedé y al hacerlo se estiró ella misma voluptuosamente. La temperatura había bajado unos grados y se sentía verdaderamente a gusto consigo misma. Pensó, inducida por la voluptuosidad, en servirse otra copa y llevarla al baño. Recogió los cigarrillos y el mechero y echó un vistazo al título de la melodía. Look for the Silver Lining. No tenía una gran voz, pero cantaba con la misma sensualidad con que tocaba. Para el baño prefirió cambiar de música. Lieders de Schubert, Fischer-Dieskau acompañado por Gerald Moore y un buen baño. Un clásico en su vida.