—¿Sí?

—En efecto. El encargo se ha efectuado.

—Absolutamente limpio de rastro. Sí.

—Otra cosa: el pájaro ha volado.

—Una torpeza, pero preferí elegir a un incauto. Ya no tiene remedio.

—Al parecer lo atacó al entrar con la comida, lo dejó inconsciente y huyó.

—No, es imposible que diera con la pista de nuestro hombre. Pero estaba a punto.

—De todos modos, al no tener otra indicación que la de retenerlo, pensaba dejarlo ir.

—Seguro, pero la policía no encontrará nada. Yo mismo lo saqué de allí, aún conmocionado y ya está lejos. Además, no sabe nada de nosotros. Lo escogí con toda intención; un tipo listo, a lo mejor se sentía tentado de averiguar algo.

—Esta noche estaré ya fuera de S…, pierda cuidado.

—Sí, la otra mitad del dinero.

—Me parece bien.

—La policía no tiene por dónde empezar. Yo voy a deshacerme del móvil desechable, pero aunque lo guardara, ya no me sirve para nada y en cuanto usted se deshaga del suyo será imposible el rastreo. Siga todas mis instrucciones y todo esto se desvanecerá como humo.

—No tuvo tiempo. Por periodista que sea no tuvo tiempo ni tiene recursos. Solamente se estaba acercando al objetivo. No se podían correr más riesgos. Cuanto más se aplazara, más posibilidades de quedar al descubierto. Ahora sabemos que no hay un cabo suelto ni la menor pista.

—Es evidente que lo encontrarán. Todo está preparado para que así sea.

—Dos o tres días a lo sumo, quizá antes.

—Sí, puedo dar un aviso.

—Bien. Entonces será mañana.

—Usted no me conoce y yo no lo conozco a usted. Es lo convenido. Si me vuelve a necesitar, ya sabe cómo localizarme.

—Ha sido un placer.