G…, 17 de julio de 2004

Querida Julia:

Lo que más me apetece de todo lo que me cuentas es San Salvador de Bahía. Sí, hay un escritor que sitúa allí sus novelas, Jorge Amado, son novelas de un colorido y una empatía con el lector arrebatadores; yo sólo conozco una, de la que también vi en su día una versión televisiva en forma de culebrón brasileño que me encantó: Gabriela, clavo y canela. En realidad la leí después de ver el culebrón. No te la pierdas.

Aquí sigo con la rutina diaria del juzgado. Lo único que me sacaría de la rutina, el suicidio de la hija de Constantino Ares, está empantanado. No sabemos si es un suicidio raro, pero suicidio, o hay algo más. Es un caso extraño porque, lo mires por donde lo mires, siempre te ofrece un lado inconvincente, como si fuera una historia a la que, en cualquiera de sus variantes, siempre le falta algo para tomar forma. El periodista del que te hablé, que no me quita ojo de encima, está encantado con la teoría del crimen, pero la cosa es más complicada. Es listo, razona bien y está deseando ayudar, pero… Por cierto que hace dos días que no se le ve el pelo, con lo rondador que es. Eso sí, me invitó a una cena estupenda en el restaurante del muelle. ¿Cuánto hace que no me invita a cenar un hombre interesante? Es la primera vez que parece que le gusto a alguien que no sea un criminal, así que ya te estás apeando de tu teoría de que tengo un gancho especial para los asesinos, como sostienes con esa mala lengua que Dios te ha dado. Pero conste que por mi parte no hay nada; pero nada de nada, ¿eh?, que te quede bien claro.

Me temo que no vas a estar de vuelta para el mes de agosto, con lo que no sé qué hacer con mis vacaciones porque tampoco puedo retrasarlas a septiembre. Lo malo es que a estas alturas, a mediados de julio y con el país nadando en la abundancia ya me contarás dónde encuentro algo atractivo. Además, pensaba acercarme a Madrid a ver a mi madre. También estoy pensando en la posibilidad de traerla a una residencia cercana, en las afueras de G… Hay una residencia geriátrica en mitad de un valle que tiene una pinta estupenda, pero me da miedo la atadura que me vaya a crear; no por ella, pobrecita, sino por mi trabajo. Y en casa no la puedo tener, porque tendría que instalar también a una enfermera y no hay sitio para las tres; aparte del agobio que supone tener a tu madre en esas condiciones porque, por mucha ayuda que consigas, te afecta de una manera tan inmediata que acabas dándote al Valium. El índice de estrés familiar en estos casos es demoledor, peor que el sentimiento de culpa. Desgraciadamente ya no se la puede dejar sola y donde se encuentra bien atendida, aunque sea doloroso, es en una residencia. Si no tuviera un hermano tan tarambana a lo mejor nos la podríamos repartir, pero con Antonio es imposible contar. En todo caso, pasaría por Madrid, dos o tres días de visita diaria a la residencia, que serán bastante penosos, y luego tengo que buscarme algo. No creas que no he pensado en Brasil. Lo que de verdad necesito es descansar en medio de alguna naturaleza salvaje. Estoy pensando en una cala nudista y recogida del Mediterráneo… pero seguro que me encuentro con un asesino en pelotas, para no defraudarte.

Te dejo y me voy a la cama. Hoy no leo. He tenido un día agotador: ni siquiera he podido salir a correr. Tú sigue escribiendo, aunque me mates de envidia.

Todo mi cariño,

MARIANA