El hombre entró en la cabina telefónica de la avenida Pereda, introdujo unas monedas, marcó un número y esperó.

—He recogido el dinero. El objetivo está localizado.

—Puede ser esta misma noche.

—¿La segunda entrega?

—Tal y como quedamos.

—No, ningún apuro.

—Exacto. Usted me telefonea a esta misma hora. Si yo contesto es que está solucionado. No hablaremos.

—Correcto. He recibido los dos móviles.

—Es mi trabajo, no tenga cuidado.

—Muy bien, mañana a esta misma hora.

El hombre colgó el teléfono, recuperó un par de monedas, guardó el pañuelo con el que había estado protegiendo su mano en todo momento, salió de la cabina y empezó a caminar hacia la zona de copas del otro lado del Paseo.