El tren Talgo procedente de Madrid entró en la estación de S… con una hora de retraso debido a una avería de la catenaria en Alar del Rey. Los pasajeros aparecieron sobre el andén con prisa y alivio y se distribuyeron camino de la salida sorteando a los que se abrazaban con quienes habían ido a esperarlos. Uno de ellos, que portaba una bolsa de viaje y vestía traje y corbata, se dirigió a la cafetería, tomó asiento en una de las mesas libres y encargó un plato combinado y una bebida. Almorzó discreta y pacientemente, pagó y salió a la calle. Cruzó hacia la estación de autobuses, la sobrepasó y en la esquina siguiente entró en un hotel.

En la recepción, junto con la llave le entregaron un sobre que habían dejado a su nombre. Una vez en la habitación, dejó la bolsa sobre la cama, abrió el sobre, extrajo de su interior un papel que leyó atentamente y una fotografía. El sobre contenía también un fajo de billetes de banco.

Lo guardó todo y se dispuso a ordenar el contenido de la bolsa en el armario. Al terminar, separó un objeto indistinguible metido en una bolsa de tela y de un bolsillo interior de la bolsa extrajo un pasaporte, varios carnés y unas tarjetas de crédito, eligió una que guardó en su cartera de mano y dejó las demás, junto con el bulto metido en la bolsa, que guardó en la caja fuerte que previamente contrató en la recepción.

Salió a la calle, anduvo unos metros hasta una cabina de teléfono, se metió en ella, introdujo unas monedas y marcó un número. Aguardó hasta oír que descolgaban al otro lado de la línea.

—Un día espléndido, como pronosticó —dijo.

—Todo en orden. Volveré a llamar cuando termine —dijo. Y colgó. Al salir de la cabina comprobó que, efectivamente, era un día espléndido.