G…, 10 de julio de 2004

Querida Julia:

Por fin contestas a mis correos; me tenías en vilo. ¿Tan ocupada estás? ¿Hay algún hombre en tu vida? ¿O acaso has conocido a Niemeyer y estás flotando en el espacio sideral de los genios? Yo estoy convertida en una casta mujer que purga sus pecados de antaño contra el sexto mandamiento y sobrevive en un ambiente cultural de provincias. ¿No te doy pena? Ya veo que no y que estás descubriendo Brasil. Una escapada a Río, otra a Ouro Preto, mañana a San Salvador de Bahía, pasado a Belo Horizonte… Qué envidia, cariño, y yo aquí entre legajos tan apasionantes como un informe sobre las costumbres de los cangrejos de río.

Salgo con algunas amigas de vez en cuando, ya te imaginas quiénes, pero la verdad es que, aunque lo pasamos bien, no pasamos de charlas un tanto caseras, de escaso vuelo, y a menudo prefiero venirme a casa a leer y a escuchar música o a darle vueltas a algún caso interesante, como el que ahora tengo entre manos; pero, en general, me aburro y no encuentro alicientes, así que todavía te echo más de menos. La gente es agradable en general, nuestros amigos en especial; pero todo, el ambiente, las conversaciones, los planes… tiene un aire repetitivo y cerrado que a veces me deprime (y ahora es cuando me vas a decir eso de que lo que yo necesito es un buen novio, ya lo sé). G… es una ciudad encantadora, pero se me está quedando pequeña. Si no fuera porque decidí que sólo aceptaría marcharme y cambiar de aires cuando no pareciera una derrota, ya estaría fuera de aquí (aunque, ¿dentro de dónde?). Tampoco veo claro un destino alentador y me temo que esta murria me acompañaría a todas partes. En fin, corto porque no quiero ponerme lacrimosa. Aquí sigue el periodista en paro que viene de Madrid y que, mira por dónde, me parece que puede ser la pieza que necesito para abrir una brecha en el casco del caso, y digo casco porque es un asunto acorazado: están implicadas tres familias del más alto abolengo de G… Esto parece una novela de época. Te contaré algo si consigo abrir esa brecha porque, aunque yo sea muy novelera, este asunto tiene un morbo que no ha hecho más que asomar la punta de la nariz.

Adiós, cariño, no te olvides de esta mujer arrepentida de sus muchos pecados y reza por mi salvación. O no, déjalo, eso ya lo hace mi madre.

Un par de besos,

MARIANA