Recuerdo que me miró con una curiosidad en la que me pareció percibir un apunte de sorpresa, pero considerando yo imposible que me recordase de haber coincidido unos momentos en el vagón-cafetería del Talgo que nos trajo hasta G… preferí suponer que era mi gesto de estupor el que le llamaba la atención. Ahí no estuve atento ni rápido. En seguida puso toda su atención en unos papeles que tenía delante, comprobó mi filiación y me preguntó si deseaba llamar a un abogado.

—¿Un abogado? —pregunté inquieto—, ¿tan grave es la cosa?

La juez reprimió una sonrisa, me explicó el procedimiento y, como yo no tenía ganas de ponerme a buscar un abogado a aquellas horas de la madrugada y además estaba empezando a recuperarme de la impresión, acepté que se solicitara a quien estuviese de guardia en el turno de asistencia letrada al detenido. Aquello tenía un aire de chapuza casera que me soliviantó. En fin, por acortar la cosa: el fiscal propuso, y la juez aceptó, que el violador saliese en libertad con fianza y a mí me concedió la libertad sin fianza ni nada, cosa que me alivió considerablemente; primero: porque ya marcaba una diferencia, o eso creía yo; segundo, porque me habría hecho un agujero en el bolsillo.

Manolo, que vino a buscarme, y yo, volvimos a casa a la luz del día, agotados; en el trayecto le conté quién era la juez.

—Lo que faltaba —comentó estremecido—. Espero que ni se te ocurra intentar ligártela.

—Hombre, yo, de momento, intentaría averiguar quién era la mujer violada porque sin ella me voy a meter en un buen lío, me parece… —empecé a decir.

—No lo dudes —me interrumpió vehemente mi amigo.

—¿Tú crees que he hecho mal?

—Yo creo que te has portado con un civismo que no es normal, y eso es positivo. Pero estando tan oscuro el asunto, yo creo que te has portado como un insensato, y eso es negativo.

—Pero es que la juez está de toma pan y moja.

—¿Y eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando? —protestó mi amigo.

—Porque si no, no habría conocido a la juez; que, por cierto, ¿te acuerdas de cómo se llama?

—Sí. Mariana de Marco —contestó secamente.