Ahora que lo pienso, fui un inconsciente. No diré que me arrepiento, por lo que sucedió después, pero fui un inconsciente. Así que, una vez cumplidas las formalidades, nos llevaron al Juzgado para instar las correspondientes denuncias. Según nos explicó uno de los policías que nos llevaba a Manolo y a mí y que era bastante dicharachero, ahora el juez se tenía que ocupar del delito de faltas (¡hay que tener cojones!) por el que me acusaba el otro y yo, en cambio, tenía que enfrentarlo a una denuncia por indicios de violación; sin víctima —pensé desalentado—. Menos mal que había encontrado un pañuelo de mujer tirado en el suelo, era el único indicio de mi credibilidad aunque un buen abogado lo reduciría a la nada. Y allí nos dieron las tantas, porque el juez de guardia había tenido que abandonar el Juzgado para acudir a levantar un cadáver de la víctima de un accidente y, cuando ya le esperábamos, tuvo que acudir a un nuevo cadáver, con lo que nos tuvieron esperando unas dos horas, lo que me produjo una aprensión y un malestar premonitorios.
Como, a pesar de mi dedicación a la investigación periodística soy bastante fantasioso, para pasar el rato empecé a imaginar el momento del levantamiento del segundo e inoportuno cadáver, en mitad de la noche. Por lo que escuché por ahí, se había informado del posible suicidio de algún desesperado y el juez estaría en el lugar con el forense, la policía y toda la parafernalia bajo la luz de las farolas, con el cadáver destrozado sobre una mancha de sangre que se extendía por la acera y los faros de los coches apuntando al centro de la escena…
—Pero tú ¿de dónde sacas toda esa escena? ¿Y si es alguien que se ha suicidado en el cuarto de baño de su casa? —me espetó Manolo con gesto de fastidio, para añadir—: Tampoco sabes si es hombre o mujer. Corta el rollo y concéntrate en lo que vas a decir.
La verdad es que todo estaba siendo particularmente fastidioso. Llevábamos tanto tiempo en espera que el incidente parecía difuminarse en el tiempo y perder precisión, como si estuviéramos hablando fiados a la memoria de un suceso lejano. Pero entonces se produjo un movimiento en la puerta del Juzgado que hizo que nos pusiéramos en pie sin saber bien por qué y al momento una corta comitiva pasó velozmente ante nosotros. Luego, al cabo de unos diez minutos la seguí a una indicación de un tipo que apareció de repente y que debía de ser funcionario del Juzgado o algo por el estilo.
Nos metieron a ambos, al violador y a mí, en el calabozo hasta la mañana siguiente. Bonita recompensa para un acto de civismo como el mío. Al parecer teníamos que esperar al fiscal, sobre todo por el otro, pero el juez, que se ve que estaba por lo fácil, nos encerró a los dos. Para que nos tomaran declaración tendríamos que buscarnos un abogado, según nos adelantó el amable y dicharachero agente que nos había puesto entre rejas y que se ve que tenía ganas de palique, y pensé que trataba de amedrentarnos. Yo no tenía abogado. Resumiendo: a primera hora de la mañana, sin haber pegado ojo, nos tomaron declaración a ambos. Primero al violador, que estaba bordando su papel de tipo atacado y malherido por un alucinado que era yo, acompañado por su abogado. Le tuvieron un buen rato encerrado con el fiscal, un tipo mayor y evidentemente muy molesto por que lo sacaran de la cama; el caso es que al tipo le cayó auto de procesamiento y libertad bajo fianza, lo que hizo que mi opinión sobre el ejercicio de la Justicia ganase unos enteros, aunque no los suficientes para que se me pasara el cabreo por tener que pasar la noche en el calabozo. Manolo, que había vuelto a su casa a descansar un poco, regresó a primera hora de la mañana. Me lo encontré en un pasillo, justo cuando ya me conducían a presencia del juez, y me hizo insistentes gestos de que me calmara. Su preocupación era tan conmovedora y me animó tanto su presencia que me calmé por completo, como si hubiera estado practicando yoga en la celda, dispuesto a impresionar al juez con mi modestia y mis buenos modales. Entré con gesto decidido para causar el mejor efecto, pero fui yo el que quedó no ya impresionado sino directamente noqueado. El juez no era el juez, era la juez. Frente a mí, dispuesta a tomarme declaración, estaba la mujer del tren.