Por correo aéreo
Queridísimo padre:
Esta noche me duele mucho el corazón. Esta mañana se ha muerto Mike. El primo Jimmy dice que tienen que haberlo envenenado. Ay, papá querido, qué mal me siento. Era un gatito tan bonito… He llorado muchísimo. La tía Elizabeth se ha enfadado. Me ha dicho «no armaste tanto barullo cuando se murió tu padre». Qué crueles palabras. La tía Laura fue más buena, pero cuando me dijo: «No llores, querida. Te conseguiré otro gatito», me di cuenta de que ella tampoco me entendía. Yo no quiero otro gatito. Aunque tuviera millones de gatitos, no me compensarían por la falta de Mike.
Ilse y yo lo hemos enterrado en el bosque de John el Altivo. Agradezco que la tierra no se halla congelado todavía. La tía Laura me ha dado una caja de zapatos para usar de ataúd, y un poco de papel tisú rosado para envolver el cuerpecito. Y hemos puesto una piedra sobre la tumba y yo he dicho «benditos los muertos que mueren en el Señor». Cuando se lo he contado, la tía Laura se ha horrorizado y me ha dicho: «Ay, Emily, eso está muy mal. No tendrías que haber dicho eso por un gato». Y el primo Jimmy ha dicho: «¿No te parece, Laura, que un animalito inocente también es parte de Dios? Emily lo amaba y el amor es parte de Dios». Y la tía Laura ha dicho: «Tal vez tengas razón, Jimmy. Pero me alegro de que Elizabeth no lo sepa».
Al primo Jimmy puede fallarle algo, pero lo que no le falla es muy bueno.
Pero, papá, esta noche me siento muy sola sin Mike. Anoche estaba jugando conmigo, tan inteligente, tan bonito, y tan esmito y ahora está frío y muerto en el bosque de John el Altivo.
18 de diciembre.
Querido papá:
Estoy aquí en la buhardilla. La Señora Viento está muy triste por algo esta noche. Suspira con tanta tristeza alrededor de la ventana… Sin embargo, la primera vez que la he oído me vino «el destello», he sentido como si estuviera viendo algo que sucedió hace muchísimo tiempo, algo tan hermoso que hasta dolía.
El primo Jimmy dice que esta noche va a haber una tormenta de nieve. Me alegro. Me gusta oír las tormentas de nieve de noche. Es muy agradable arreyanarse entre las mantas y saber que no te pueden alcanzar. Aunque cuando me arreyano la tía Elizabeth dice que me muevo. Qué cosa que alguien no sepa la diferencia entre arreyanarse y moverse.
Me alegro porque tendremos nieve para Navidad. Este año la cena de los Murray es en la Luna Nueva. Nos toca a nosotros. El año pasado fue en casa del tío Oliver, pero el primo Jimmy tenía gripe y no pudo ir, así que yo me quedé en casa con él. Este año voy a estar en toda la fiesta y me parece emocionante. Después te lo contaré todo, papaíto.
Quiero contarte algo, papá. Me da vergüenza, pero me sentiré mejor si te lo cuento. El sábado pasado Ella Lee dio una fiesta por su cumpleaños y yo estaba invitada. La tía Elizabeth me dejó ponerme mi nuevo vestido de cachemira azul. Es un vestido precioso, La tía Elizabeth quería comprarme uno castaño oscuro pero la tía Laura insistió en que fuera azul. Me miré en el espejo y me acordé de que Ilse me había dicho que su padre le había comentado que yo sería guapa si tuviera más color. Así que me pellizqué las mejillas para que se me pusieran rojas. Estaba mucho más guapa pero no duró mucho. Así que cogí una vieja flor de terciopelo rojo que había pertenecido a un sombrero de la tía Laura, la mojé y me la pasé por las mejillas. Fui a la fiesta y todas las niñas me miraban; nadie dijo nada pero Rhoda Stuart no paraba de reírse. Yo quería lavarme la cara en cuanto llegara a casa, antes de que me viera la tía Elizabeth. Pero a ella se le ocurrió pasar a buscarme cuando regresaba de la tienda. No dijo nada, pero cuando llegamos a casa me dijo: «Emily, ¿qué te has hecho en la cara?». Se lo dije y esperé una buena bronca pero todo lo que dijo fue: «¿No sabes que eso es muy vulgar?». Yo lo sabía. Lo había sabido siempre aunque no podía encontrar la palabra adecuada. «No lo haré nunca más, tía Elizabeth», le dije. «Será mejor que no lo hagas —dijo ella—. Ve a lavarte la cara en seguida». Me lavé y no quedé ni la mitad de guapa pero me sentí mucho mejor. Lo extraño, querido papá, es que después oí a la tía Elizabeth riéndose en la despensa con la tía Laura. Es imposible saber qué puede hacer reír a la tía Elizabeth. Estoy segura de que fue mucho más gracioso lo que pasó el miércoles pasado por la noche. Saucy Sal me siguió a la reunión de oración, aunque a la tía Elizabeth no le hizo ninguna gracia. Yo no voy siempre a estas reuniones pero aquella noche la tía Laura no podía ir y la tía Elizabeth me llevó porque no le gusta ir sola. Yo no sabía que Sal nos seguía hasta que la vi entrar en la iglesia. La eché, pero supongo que se escabulló cuando alguien abrió la puerta, y subió a la galería. Y justo cuando el señor Dare empezó a orar, Sal se puso a maullar. Era espantoso en aquella inmensa galería vacía. Me sentí muy culpable y desdichada. No tuve necesidad de pintarme la cara. Me puse roja. Y a la tía los ojos le relampagueaban de ira. El señor Dare rezó un largo rato. Es sordo, así que no oía a Sal, igual que aquella vez cuando se le sentó encima. Pero todo el mundo la oía y los hombres se reían. Después de la oración, el señor Morris subió a la galería y se puso a perseguir a Sal. La oíamos saltar por encima de los asientos con el señor Morris detrás. A mí me daba pánico de que le hiciera daño. Pensaba castigarla al día siguiente pero no quería que él le diera una patada. Al cabo de un rato consiguió sacarla de la galería y ella bajó las escaleras y corrió por uno y otro pasillo de la iglesia a toda velocidad con el señor Morris siguiéndola con una escoba. Ahora me hace muchísima gracia pero en aquel momento no me pareció tan gracioso porque estaba avergonzada y además tenía miedo de que lastimara a Sal.
Por fin el señor Morris la sacó. Cuando se sentó le hice una mueca por detrás de mi libro de himnos. En el camino a casa, la tía Elizabeth me dijo: «Supongo que por esta noche ya nos has avergonzado bastante, Emily Starr. No volveré a llevarte a las reuniones de oración». Yo lamento haber avergonzado a los Murray pero no entiendo qué culpa tuve yo. Además, las reuniones de oración no me gustan porque son aburridas.
Pero aquella noche no fue nada aburrida, querido papá.
¿Has visto que he mejorado la ortografía? Se me ocurrió un buen plan. Primero escribo la carta y después busco todas las palabras de las que no estoy segura y las corrijo. A veces, sin embargo, me parece que una palabra es correcta y no lo es.
Ilse y yo hemos abandonado nuestro idioma nuevo. Nos peleamos por los verbos. Ilse no quería tiempos para los verbos. Sólo quería una palabra completamente diferente para cada tiempo. Yo le dije que si voy a hacer un idioma lo voy a hacer bien y ella dijo que la gramática ya era una complicación en inglés y que, si quería, que siguiera sola con mi bendito idioma. Pero sola no tiene gracia, así que lo he dejado. Me dio pena porque era interesante y además muy divertido intrigar a las otras niñas de la escuela. No pudimos vengarnos de los muchachos franceses, después de todo, porque a Ilse le dolió la garganta durante toda la temporada de la cosecha de la patata y no pudo venir. Me parece que la vida está llena de desilusiones.
Esta semana hemos tenido exámenes en la escuela. Me fue muy bien en todo menos en aritmética. La señorita Brownell explicó algo sobre las preguntas pero yo estaba ocupada escribiendo una historia mentalmente y no la oí, así que saqué mala nota. La historia se llama El secreto de Madge MacPherson. Voy a comprar cuatro resmas de hojas con el dinero de mis huevos y las coseré en forma de cuaderno para escribir en él mi historia. Con el dinero de los huevos puedo hacer lo que yo quiera. Creo que cuando sea mayor escribiré novelas además de poesía. Pero la tía Elizabeth no me deja leer novelas así que, ¿cómo voy a poder escribirlas? Otra cosa que me preocupa: si crezco y escribo un poema maravilloso, puede ser que la gente no se dé cuenta de lo maravilloso que es.
El primo Jimmy dice que un hombre de Priest Pond dice que el fin del mundo vendrá pronto. Espero que no hasta que yo haya visto todo lo que haya que ver.
El pobre Elder McKay tiene paperas.
La otra noche me quedé a dormir en casa de Ilse porque no estaba su padre. Ilse ahora reza sus oraciones y me dijo que apostaba cualquier cosa a que puede rezar más rato que yo. Le dije que no podía y recé sobre todas las cosas que se me ocurrieron y cuando ya no se me ocurría nada pensé en empezar otra vez desde el principio. Pero entonces pensé: «No, eso no es sinzero. Una Starr tiene que ser sinzera». Así que me levanté y le dije: «Has ganado» pero Ilse no me contestó. Fui por el otro lado de la cama y ahí estaba, dormida de rodillas. Cuando la desperté me dijo que teníamos que cancelar la apuesta porque si no se hubiera quedado dormida ella habría podido seguir rezando toda la vida.
Después de meternos en la cama le conté muchas cosas de las que después me arrepentí. Secretos.
El otro día en la clase de historia la señorita Brownell leyó que Sir Walter Raleigh tuvo que yacer en la Torre durante catorce años. Perry dijo: «¿Nunca lo dejaban levantarse?». Entonces la señorita Brownell lo castigó por impertinencia, pero Perry había preguntado en serio. Ilse se enfureció con la señorita Brownell por pegarle a Perry y con Perry por hacer una pregunta tan tonta, como si no supiera nada. Pero Perry dice que va a escribir un libro de historia algún día sin cosas tan raras.
Estoy terminando la Casa Desilusionada mentalmente. Estoy amueblando las habitaciones con flores. Tengo un cuarto de las rosas todo rosado y un cuarto lirio todo blanco y plateado y un cuarto pensamiento azul y dorado. Ojalá la Casa Desilusionada pudiera celebrar la Navidad. Nunca tiene Navidades.
Ay, papá, acaba de ocurrírseme algo muy bonito. Cuando crezca y escriba una gran novela y gane mucho dinero, compraré la Casa Desilusionada y la terminaré. Así ya no estará desilusionada.
La maestra de la Escuela Dominical de Ilse, la señorita Willeson, le regaló una Biblia por aprenderse doscientos versos. Pero cuando ella la llevó a su casa el padre la puso en el suelo y de una patada la mandó al patio. La señora Simms dice que el castigo caerá sobre él, pero todavía no ha pasado nada. El pobre hombre está desorientado. Por eso hizo una cosa tan malvada.
La tía Laura me llevó al funeral de la anciana señora Mason el miércoles pasado. Mí me gustan los funerales. Son tan dramáticos.
La semana pasada se murió mi cerdo. Fue una gran pérdida finanziera para mí. La tía Elizabeth dice que el primo Jimmy le daba demasiado de comer. Supongo que no tendría que haberle puesto el nombre de John el Altivo.
Ahora tenemos que dibujar mapas en la escuela. Rhoda Stuart siempre saca las mejores notas. La señorita Brownell no sabe que Rhoda pone el mapa contra el vidrio de una ventana, el papel encima y lo calca. A mí me gusta dibujar mapas. Noruega y Suecia parecen un tigre con montañas de rayas y Irlanda parece un perrito de espaldas a Inglaterra con las patitas enrrolladas contra el pecho. Y África parece un inmenso jamón. Australia es un mapa precioso para dibujar.
Ahora a Ilse le va muy bien en la escuela. Dice que no va a permitir que yo le gane. Puede aprender en un santiamén, dice Perry, cuando quiere, y ganó la Medalla de plata del condado de Queen. La otorgaba la Unión femenina de templanza cristiana de Charlottetown a la mejor recitadora. El concurso fue en Shrewsbury y la tía Laura llevó a Ilse porque el doctor Burnley no quería y Ilse lo ganó. La tía Laura le dijo al doctor Burnley un día que él vino aquí que tendría que darle una buena educación a Ilse. Él dijo: «No voy a desperdiciar dinero educando a una hembra». Y parecía tan lóbrego como una nube de tormenta. Ay, cómo quisiera que el doctor Burnley quisiera a Ilse. Me alegro tanto de que tú me hayas querido, papá.
22 de diciembre.
Querido papá: Hoy hemos tenido examen en la escuela. Fue una gran ocasión. Estaba casi todo el mundo, excepto el doctor Burnley y la tía Elizabeth. Todas las niñas se habían puesto sus mejores vestidos menos yo. Yo sabía que Ilse no tenía nada que ponerse más que un viejo vestido tableado del año pasado que le queda demasiado corto y, para que no se sintiera mal, yo también me puse mi viejo vestido marrón. La tía Elizabeth no quería dejármelo poner al principio, porque los Murray de la Luna Nueva tienen que ir bien vestidos, pero cuando le expliqué lo de Ilse miró a la tía Laura y entonces dijo que sí.
Rhoda Stuart se burló de Ilse y de mí pero yo le arrojé carbones encendidos sobre la cabeza. (Eso se llama una metáfora). Se atascó en la mitad de su recitado. Se había dejado el libro en casa y nadie más sabía aquel texto, sólo yo. Al principio la miré con expresión de triunfo. Pero después me sentí rara y pensé: «¿Cómo me sentiría yo si estuviera atascada ante tanta cantidad de gente, como ella? Además, estaba en juego el onor de la escuela». Así que, como estaba cerca de ella, se lo susurré. Después pudo seguir con el resto. Lo extraño, papá querido, es que ya no siento que la odio. Me siento con ganas de ser buena con ella y es mucho mejor. Es incómodo odiar a la gente.
28 de diciembre.
Querido papá:
Se ha terminado la Navidad. Ha sido muy bonita. Nunca he visto cocinar tantas cosas ricas al mismo tiempo. El tío Wallace, la tía Eva, el tío Oliver, la tía Addie y la tía Ruth estuvieron aquí. El tío Oliver no trajo a ninguno de sus hijos y para mí fue una desilusión. El doctor Burnley e Ilse también vinieron. Todos iban vestidos de gala. La tía Elizabeth llevaba puesto su vestido de raso negro con cuello y cofia de encaje. Estaba guapa y yo estaba orgullosa de ella. Es agradable que los parientes estén guapos aunque no se los quiera mucho. La tía Laura se puso su vestido de seda marrón y la tía Ruth un vestido gris. La tía Eva estaba muy elegante. Su vestido tiene cola. Pero tenía olor a naftalina.
Yo sólo me puse mi vestido de cachemira azul y me recogí el pelo con cintas azules, y la tía Laura me permitió ponerme el cinturón de seda azul con las margaritas rosadas de mamá, que tenía cuando era pequeña y vivía en la Luna Nueva. La tía Ruth carraspeó al verme. Dijo: «Has crecido mucho, Emily. Espero que seas una niña más juiciosa».
Pero en realidad espera que no. Lo vi muy claro. Después me dijo que tenía una bota desatada.
«Parece que está mejor —dijo el tío Oliver—. No me sorprendería que después de todo se convierta en una muchacha fuerte y sana».
La tía Eva suspiró y sacudió la cabeza. El tío Wallace no dijo nada pero me estrechó la mano. Tiene la mano fría como un pescado. Cuando entramos en la sala para comer, pisé la cola del vestido de la tía Eva y oí que alguna costura se descosía en algún lado. La tía Eva me empujó y la tía Ruth dijo: «Eres una niña muy torpe, Emily». Yo me puse detrás de la tía Ruth y le saqué la lengua. El tío Oliver hace ruido al sorber la sopa. Sacamos todos los cubiertos de plata. El primo Jimmy trinchó los pavos y a mí me dio dos trozos de pechuga porque sabe que a mí me gusta más la parte blanca. La tía Ruth dijo: «Cuando yo era niña me conformaba con el ala» y el primo Jimmy me puso otro trozo de pechuga en el plato. La tía Ruth no dijo nada más hasta que el primo Jimmy terminó de trinchar y entonces dijo: «Vi a tu maestra el sábado pasado en Shrewsbury, Emily, y no me dio informes muy buenos de ti. Si fueras hija mía exigiría un informe diferente».
«Me alegro mucho de no ser tu hija», dije mentalmente. No lo dije en voz alta, por supuesto pero la tía Ruth dijo: «Por favor no pongas una expresión tan impertinente cuando te hablo, Emily». Y el tío Wallace dijo: «Es una lástima que tenga una expresión tan poco atractiva».
«Tú eres engreído, dominante y tacaño —dije, siempre para mí—. Se lo oí decir al doctor Burnley».
«Tiene una mancha de tinta en el dedo», dijo la tía Ruth. (Yo había estado escribiendo un poema antes del almuerzo).
Y entonces sucedió una cosa asombrosa. Los parientes siempre te sorprenden. La tía Elizabeth dijo: «Me encantaría, Ruth, que Wallace y tú dejarais tranquila a la niña». Yo no podía creer lo que estaba oyendo. La tía Ruth pareció algo ofendida pero después me dejó tranquila y sólo carraspeó cuando el primo Jimmy volvió a servirme pechuga.
Después de eso el almuerzo estuvo bien. Y cuando llegaron al postre se pusieron todos a hablar y era precioso escucharlos. Contaron historias y bromas de los Murray. Hasta el tío Wallace rió y la tía Ruth contó algunas cosas de la tía abuela Nancy. Eran historias sarcásticas pero interesantes. La tía Elizabeth abrió el escritorio del abuelo Murray y sacó un viejo poema que un enamorado escribió a la tía abuela Nancy cuando ella era joven y el tío Oliver lo leyó. La tía abuela Nancy tiene que haber sido muy hermosa. ¿Algún día alguien me escribirá un poema a mí? Si me dejaran cortarme el flequillo podría ser. Yo pregunté: «¿La tía abuela Nancy era muy guapa?», y el tío Oliver me dijo: «Dicen que hace setenta años lo era» y el tío Wallace dijo: «Se conserva bien, aún llegará a los cien años» y el tío Oliver dijo: «Ah, está tan acostumbrada a vivir que no se va a morir nunca».
El doctor Burnley contó una historia que no comprendí. El tío Wallace se rió a carcajadas y el tío Oliver se llevó la servilleta a la boca. La tía Addie y la tía Eva se miraron de soslayo, luego miraron sus platos y sonrieron tímidamente. La tía Ruth pareció ofenderse y la tía Elizabeth miró al doctor Burnley con frialdad y dijo: «Creo que te olvidas de que hay niños». El doctor Burnley dijo: «Te pido disculpas, Elizabeth» muy amablemente. Sabe hablar muy pomposamente cuando quiere. Es muy buen mozo cuando se viste bien y se afeita. Ilse dice que ella está orgullosa de él, aunque él la odie.
Después del almuerzo se distribuyeron los regalos. Es una tradizión Murray. No ponemos medias ni colocamos arbolitos sino que hay un gran pastel de salvado con los regalos enterrados dentro, con cintas colgando con los nombres de todos, y nos lo vamos pasando. Fue divertido. Mis parientes me dieron todos regalos útiles, menos la tía Laura. Ella me regaló un frasco de perfume. Me encanta. Me encantan los olores ricos. A la tía Elizabeth los perfumes no le parecen bien. Ella me regaló un delantal nuevo pero me alegra decir que no es de bebé. La tía Ruth me regaló un Nuevo Testamento y me dijo: «Emily, espero que leas un fragmento todos los días hasta que lo termines» y yo le dije: «Pero tía Ruth, yo ya he leído el Nuevo Testamento una docena de veces» (y es cierto). Me encanta el Apocalipsis. Cuando leí el versículo «Y las doce puertas eran doce perlas» las vi y me vino «el destello». «No hay que leer la Biblia como si fuera un libro de cuentos», dijo fríamente la tía Ruth. El tío Wallace y la tía Eva me regalaron un par de guantes negros y el tío Oliver y la tía Addie me regalaron un dólar entero en moneditas de plata nuevas y el primo Jimmy me regaló una cinta para el pelo. Perry me había dejado un señalador de seda. Se había ido a su casa a pasar la Navidad con su tía Tom en Stovepipe Town pero yo le guardé un montón de nueces y pasas. A Teddy y a él les regalé pañuelos (el de Teddy era algo más bonito) y a Ilse una cinta para el pelo. Estos regalos los compré yo misma con el dinero de mis huevos. (Durante un tiempo no tendré más dinero porque mi gallina ha dejado de poner). Todos estaban contentos y una vez el tío Wallace me sonrió. Cuando me sonrió no me pareció tan feo.
Después del almuerzo Ilse y yo nos fuimos a jugar a la cocina y el primo Jimmy nos ayudó a hacer caramelo. La cena era abundante pero como el almuerzo había sido tan copioso, nadie pudo comer mucho. A la tía Eva le dolía la cabeza y la tía Ruth dijo que no entendía por qué Elizabeth hacía las salchichas tan pesadas. Pero los demás estaban de buen humor y la tía Laura consiguió que la velada fuera muy agradable. Es estupenda para hacer que todo sea agradable. Y cuando todo hubo terminado el tío Wallace dijo (otra de las tradiziones Murray): «Pensemos un momento en aquellos que se han ido». Me gustó cómo lo dijo, solemne y dulcemente. Fue uno de esos momentos en los que me alegro de que la sangre Murray corra por mis venas. Y yo pensé en ti, papá querido, en el pobrecito Mike, en la tata-ra-tatarabuela Murray, en mi viejo cuaderno, el que la tía Elizabeth me quemó, porque para mí era como una persona. Y después todos nos dimos la mano y cantamos For Auld Lang Syne antes de que se fueran a sus casas. Ya no me sentí como una extraña entre los Murray. La tía Laura y yo nos quedamos en el porche observándolos cuando se iban. La tía Laura me pasó el brazo por los hombros y me dijo: «Tu madre y yo siempre nos quedábamos aquí, Emily, hace mucho tiempo, para ver cómo se iban los invitados que habían venido a pasar la Navidad». La nieve crujía y las campanas repicaron entre los árboles y el tejado helado de la pocilga resplandecía a la luz de la luna. Y todo era tan hermoso (las campanas, la helada y la gran noche blanca y reluciente) que me vino «el destello» y eso fue lo mejor de todo.