Tragedias varias
Obedeciendo la orden de la tía Elizabeth, Emily había erradicado de su vocabulario la palabra «toro semental». Pero no hacer caso de la existencia de los toros no los eliminaba, ni siquiera en el caso del toro inglés del señor James Lee, que habitaba la gran pradera al oeste de Blair Water y que tenía una fama terrible. Ciertamente, era un animal imponente y a veces Emily tenía unos sueños horribles en los cuales el toro la perseguía y ella no podía moverse. Y un frío día de noviembre sus sueños se convirtieron en realidad.
Había un pozo al final de la pradera que despertaba la curiosidad de Emily porque el primo Jimmy le había contado una historia terrible que tenía que ver con él. Hacía sesenta años, dos hermanos que vivían en una casita construida cerca de la costa habían cavado el pozo. Era un pozo muy profundo, considerado una curiosidad en aquella tierra baja, cerca del estanque y el mar; los hermanos habían cavado treinta metros hasta encontrar un manantial. Luego pusieron piedras a las paredes del pozo. Pero el trabajo no continuó. Thomas y Silas Lee discutieron por una trivial diferencia de opinión sobre qué tipo de brocal debían ponerle y, en el calor de la discusión, Silas le pegó a Thomas con el martillo y lo mató.
El brocal no se construyó nunca. Silas Lee fue a parar a la cárcel por homicidio y allí murió. La granja pasó a otro hermano, el padre del señor James Lee, que cambió la casa al otro extremo de la pradera y tapó el pozo. El primo Jimmy agregó que se suponía que el fantasma de Tom Lee se aparecía en el escenario de su trágica muerte, pero él no podía asegurarlo, aunque había escrito un poema sobre el tema. Y era un poema muy tétrico, que le congeló la sangre en las venas a Emily con un deleite lleno de pavor cuando él se lo recitó una noche neblinosa junto a la gran olla de patatas. Desde entonces, Emily había querido ver el viejo pozo.
La oportunidad le llegó un sábado en que estaba merodeando sola por el viejo cementerio. Más allá del cementerio estaba la pradera de los Lee y al parecer no había señales del toro ni dentro ni cerca. Emily decidió hacerle una visita al viejo pozo y echó a andar por la pradera contra el viento norte que soplaba desde el golfo. La Señora Viento era una gigante ese día y levantaba poderosos remolinos a lo largo de la costa, pero, a medida que Emily se acercaba a las grandes dunas, éstas formaban un pequeño puerto de calma alrededor del viejo pozo.
Emily levantó con serenidad una de las maderas que lo cubrían, se arrodilló sobre las otras y miró hacia abajo. Por suerte, las planchas de madera eran fuertes y no muy viejas, de lo contrario la joven doncella de la Luna Nueva podría haber explorado el pozo más a fondo de lo que deseaba. Pero tal como estaban las cosas, poco pudo ver de él, pues unos inmensos helechos crecían entre las piedras de las paredes y se cerraban, ocultando a la vista sus tenebrosas profundidades. Algo decepcionada, Emily puso la madera en su lugar y comenzó a volver a su casa. No había dado diez pasos cuando se detuvo en seco. El toro del señor James Lee se dirigía directamente hacía ella y estaba a menos de veinte metros de distancia.
El cercado de la costa no estaba lejos de las espaldas de Emily, que, de haber salido corriendo, podría haberlo alcanzado a tiempo. Pero era incapaz de correr, como escribió aquella noche en una carta a su padre, estaba «elada» de terror y no podía moverse, como no había podido moverse en sus sueños sobre este mismo hecho. Es posible que algo terrible hubiera ocurrido en ese momento y lugar de no ser por cierto muchacho que estaba sentado sobre la cerca. Había estado sentado allí todo el rato, mientras Emily miraba dentro del pozo, sin que ella lo viera, y en aquel momento bajó de un salto.
Emily vio, o sintió, un cuerpo que pasaba a su lado a toda velocidad. El dueño del cuerpo corrió hasta situarse a tres metros del toro, arrojó una piedra certera a la cara peluda del monstruo y salió corriendo a toda velocidad y en ángulo recto hacia la cerca. El toro, ofendido, se volvió con un rugido amenazador y arremetió contra el intruso.
—¡Corre! —le gritó el muchacho a Emily por encima del hombro.
Emily no corrió. A pesar del terror, algo en ella no le permitía correr hasta no cerciorarse de que su galante salvador había logrado escapar. Él llegó a la cerca justo a tiempo. Entonces y no antes, Emily también corrió y saltó la cerca justo cuando el toro ya corría por la pradera hacia ella, evidentemente decidido a pillar a alguien. Temblando, Emily caminó por entre la alta hierba de las dunas de arena y se encontró con el muchacho en la esquina de la cerca. Se detuvieron y se miraron un momento.
El muchacho era un desconocido para Emily. Tenía una cara alegre, descarada, de rasgos nítidos, con agudos ojos grises y muchos rizos oscuros. Llevaba tan poca ropa como permitía la decencia y algo en la cabeza que aspiraba a ser un sombrero. A Emily le gustó; no había en él nada del sutil encanto de Teddy, pero poseía una fuerte atracción y acababa de salvarla de una muerte espantosa.
—Gracias —dijo Emily, tímidamente, mirándolo con sus grandes ojos grises que parecían azules bajo las largas pestañas. Era una mirada muy efectiva que no perdía nada de su eficiencia por el hecho de ser absolutamente inconsciente. Nadie le había dicho todavía a Emily qué seductora era esa mirada, súbita y tímida.
—¿No es tremendo? —dijo el muchacho con soltura. Se metió las manos en los bolsillos rotos y miró a Emily tan fijamente, que ella bajó los ojos, confusa, provocando un efecto mayor con sus párpados modestos y las pestañas sedosas.
—Es espantoso —dijo ella, estremeciéndose—. Y me dio mucho miedo.
—¿En serio? Y yo que pensaba qué tenías mucho valor por quedarte parada allí, mirándolo fresca como una lechuga. ¿Cómo es tener miedo?
—¿Tú nunca has tenido miedo? —preguntó Emily.
—No, no sé lo que es —respondió el muchacho con indiferencia y algo de orgullo—. ¿Cómo te llamas?
—Emily Byrd Starr.
—¿Vives por aquí?
—En la Luna Nueva.
—¿Dónde vive Jimmy Murray el Simplón?
—No es un simplón —exclamó Emily, indignada.
—Ah, está bien. Yo no lo conozco. Pero voy a conocerlo. Voy a pedirle empleo como ayudante para el invierno.
—No lo sabía —dijo Emily, sorprendida—. ¿En serio?
—Sí. Yo tampoco lo sabía, hasta ahora. La semana pasada él se lo pidió a la tía Tom, pero entonces yo no quería. Ahora creo que sí. ¿Quieres saber cómo me llamo?
—Claro.
—Perry Miller. Vivo con la vieja bruja de mi tía Tom en Stovepipe Town. Papá era capitán de barco y yo navegaba con él antes de que se muriera, navegué por todos lados. ¿Vas a la escuela?
—Sí.
—Yo no, no he ido nunca. La tía Tom vive muy lejos. Además, creo que no me gustaría. Pero ahora creo que voy a ir.
—¿No sabes leer? —preguntó Emily, curiosa.
—Sí, un poco, y sé hacer cuentas. Papá me enseñaba cuando vivía. Después no me preocupé mucho, prefiero pasear por el puerto. Es muy divertido. Pero si me decido a ir a la escuela aprenderé en un abrir y cerrar de ojos. Supongo que tú eres muy inteligente.
—No, no mucho. Mi padre decía que yo era un genio, pero la tía Elizabeth dice que soy rara, nada más.
—¿Qué es un genio?
—No lo sé muy bien. A veces es una persona que escribe poesía. Yo escribo poesía.
Perry se la quedó mirando.
—Caramba. Entonces yo también voy a escribir poesía.
—No creo que puedas —dijo Emily, algo desdeñosa, debe admitirse—. Teddy no puede, y él es muy inteligente.
—¿Quién es Teddy?
—Un amigo mío. —Había un deje de altivez en la voz de Emily.
—Pues —precisó Perry, cruzando los brazos sobre el pecho y frunciendo el entrecejo—, voy a darle un coscorrón en la cabeza a ese amigo tuyo.
—No vas a hacer tal cosa —advirtió Emily. Estaba muy indignada y casi olvidó por un momento que Perry la había salvado del toro. Hizo un gesto con la cabeza y comenzó a dirigirse a su casa. Perry también se volvió.
—Voy a ir a ver a Jimmy Murray por lo del empleo antes de irme a mi casa —aclaró—. No te enfades. Si no quieres que le dé un coscorrón, no se lo daré. Pero tienes que decirme que yo también te gusto.
—Claro que me gustas —dijo Emily, como si no pudiera cuestionarse. Le dirigió a Perry su lenta sonrisa floreciente y así lo redujo a una servidumbre sin esperanzas.
Dos días más tarde, Perry Miller estaba instalado como ayudante en la Luna Nueva, y en quince días a Emily le pareció que había estado allí desde siempre.
La tía Elizabeth no quería que el primo Jimmy lo contratara —le escribió a su padre—, porque él es uno de los muchachos que una noche del otoño pasado hicieron una cosa malísima. Cambiaron todos los caballos que estaban atados al zerco un domingo por la noche durante una reunión de oración, y cuando salió toda la gente la confusión fue terrible. La tía Elizabeth dijo que no era seguro tenerlo en casa. Pero el primo Jimmy replicó que era muy difízil conseguir ayudante y que le debíamos algo a Perry por haberme salvado la vida. Entonces la tía Elizabeth zedió y le permite sentarse a la mesa con nosotros, pero al atardecer tiene que quedarse en la cocina. El resto de nosotros estamos en la salita de estar, aunque a mí me dejan ir a ayudar a Perry con sus lecciones. Le dejan usar sólo una vela y la luz es muy escasa. Tenemos que cortar el pabilo todo el rato. Es muy divertido despabilar las velas. Perry ya es el primero de su clase. Está en el tercer libro, aunque tiene casi doce años. El primer día de clase la señorita Brownell le dijo algo sarcástico y él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada larga y fuerte. La señorita Brownell le pegó pero no volvió a ser sarcástica con él. No le gusta que se rían de ella, me doy cuenta. Perry no le tiene miedo a nada. Cuando la maestra le pego creí que no iba a ir más a la escuela, pero él dijo que una pequeñez como ésa no va a impedirle tener una educación, ya que lo tiene decidido. Es muy decidido.
La tía Elizabeth también es muy decidida. Pero ella dice que Perry es empezinado. Le estoy enseñando gramática a Perry. Dice que quiere aprender a hablar bien. Le dije que no tiene que llamar vieja bruja a su tía Tom pero él dice que sí porque ella no es una joven bruja. Dice que el lugar donde vive se llama Stovepipe Town porque las casas no tienen chimeneas sino tubos que salen de los tejados, pero que algún día va a vivir en una mansión. La tía Elizabeth dice que yo no tendría que ser tan amiga de un muchacho contratado. Pero Perry es bueno, aunque sus modales son rudos. La tía Laura dize que son rudos. Yo no sé lo que quiere decir pero supongo que quiere decir que siempre dize lo que piensa y que come las habas con el cuchillo. A mí me gusta Perry, pero de un modo distinto de como me gusta Teddy. ¿No es extraño, querido papá, cuántas maneras hay de que a uno le guste la gente? Me parece que a Ilse no le gusta. Se burla de su ignorancia y lo mira con la nariz levantada porque lleva remiendos en la ropa, aunque la ropa de ella no está mucho mejor. A Teddy no le gusta mucho; hizo un dibujo muy gracioso de Perry colgado por los tobillos de un patíbulo. La cara parecía la de Perry pero no del todo. El primo Jimmy dice que es una caricatura y se rió, pero yo no me animé a enseñárselo a Perry porque me da miedo de que le dé un coscorrón a Teddy. Se lo enseñé a Ilse, que se puso furiosa y lo partió en dos. No entiendo por qué.
Perry dice que puede recitar tan bien como Ilse y que también podría hacer dibujos, si quisiera. Me parece que no le gusta que alguien pueda hacer nada mejor que él. Pero no puede ver el empapelado en el aire, como yo, aunque lo intenta hasta que a mí me da miedo que se haga daño en los ojos. Puede hacer discursos mejor que ninguno de nosotros. Dice que quería ser marino como el padre pero que ahora cree que cuando sea mayor va a ser abogado y va a ir al parlamento. Teddy va a ser artista si la madre lo deja, e Ilse va a ser una recitadora de conciertos, eso tiene otro nombre pero no sé cómo se escribe, y yo voy a ser poetisa. Creo que somos un grupo muy talentoso. Tal vez es una vanidaz decir eso, querido papá.
Anteayer pasó algo horrible. El sábado por la mañana estábamos diciendo nuestras oraciones, todos arrodillados muy solemnes en la cocina. Yo miré una vez a Perry y él me puso una cara tan cómica que me reí en voz alta, no lo pude evitar. (Pero lo terrible no fue eso). La tía Elizabeth se enfadó mucho. Yo no dije que Perry me había hecho reír porque tenía miedo de que, si lo decía, lo echaran. Entonces la tía Elizabeth dijo que debía castigarme y que no me dejaría ir a la fiesta de Jennie Strang esa tarde. (Fue una gran desilusión pero eso tampoco fue lo terrible). Perry estuvo fuera todo el día con el primo Jimmy y cuando volvió a casa por la noche me dijo, con una cara feroz: «quién te ha hecho llorar». Yo le dije que había llorado (un poquito, no mucho) porque no me dejaban ir a la fiesta porque me había reído en medio de las oraciones. Y Perry se fue derecho a hablar con la tía Elizabeth y le dijo que yo me había reído por culpa suya. La tía Elizabeth dijo que de todas formas yo no tendría que haberme reído, pero la tía Laura se molestó mucho y dijo que mi castigo había sido demasiado sebero, y dijo que me iba a dejar llevar su anillo de la perla a la escuela, el lunes, como compensación. Yo me puse muy contenta, porque es un anillo precioso y ninguna de las otras niñas tiene uno igual. El lunes por la mañana, apenas se terminó de pasar lista, levanté la mano para hacerle una pregunta a la señorita Brownell pero en realidad era para mostrar el anillo. Fue una muestra de soberbia y me castigaron. En el recreo Cora Lee, una de las niñas grandes de sexto, me pidió prestado el anillo por un ratito. Yo no quería prestárselo pero ella me dijo que si no se lo prestaba le diría a todas las niñas de mi clase que me mandaran al destierro (que es algo horrible, querido papá, porque uno se siente como un paria). Entonces se lo presté y ella lo tuvo hasta el recreo de la tarde y entonces va y me dice que lo había perdido en el arroyo. (Esto es lo terrible). Ay, papá querido, me puse como loca. No me atrevía a volver a casa y enfrentar a la tía Laura. Le había prometido que iba a tener tanto cuidado con el anillo… Pensé en ganar algo de dinero para comprarle otro pero cuando hice cuentas en mi pizarra vi que tendría que lavar platos durante veinte años para reunir el dinero. Lloré de desesperación. Perry me vio y después de clase fue a hablar con Cora Lee y le dijo: «o entregas ese anillo o se lo digo a la señorita Brownell». Y Cora me lo entregó, muy mansa y dijo: «yo se lo iba a dar después. Era una broma» y Perry le dijo: «no le gastes más bromas a Emily porque si no yo te voy a hacer una broma a ti». ¡Es muy reconfortante tener un paladín así! Tiemblo de sólo pensar lo que habría pasado si hubiera vuelto a casa y le hubiera dicho a la tía Laura que había perdido el anillo. Pero fue una crueldad de Cora Lee decirme que lo había perdido, siendo mentira, y atormentarme así. Yo no sería tan cruel con una niña huérfana.
Cuando llegué a casa me miré en el espejo para ver si se me había vuelto el pelo blanco. Me dijeron que a veces pasa. Pero no.
Perry sabe más geografía que cualquiera de nosotros porque ha estado en casi todo el mundo con su padre. Después de terminar con sus lecciones me cuenta unas historias faszinantes. Habla hasta que se consume la vela y luego sube al altillo de la cocina por el agujero negro con el cabo de la vela, porque la tía Elizabeth no quiere darle más de una vela por noche.
Ayer Ilse y yo nos peleamos sobre si preferíamos ser Juana de Arco o Frances Willard. No empezamos como una pelea sino como un debate, pero terminó en pelea. Yo prefería ser Frances Willard, porque está viva.
Ayer tuvimos la primera nevada. Yo le hice un poema. Aquí va.
Por la nieve los rayos del sol se deslizaban.
La tierra es una novia sin par, deslumbrante,
derramando diamantes, de blanco ataviada,
no hubo nunca novia tan hermosa y brillante.
Se la leí a Perry y él me dijo que podía escribir poesía igual de buena y rápidamente soltó ésta.
Mike se fue a las nueve
andando por la nieve.
«No parece tan buena como la tuya». A mí no me lo parece porque puede decirse igual en prosa. Pero cuando se habla de novias sin par y deslumbrantes en prosa, suena raro. Mike había dejado una hilera de pequeñas huellas atravesando el patio del granero y eran preziosas, pero no tan preziosas como las huellas que dejaron los ratones sobre un poco de harina que se le había caído al primo Jimmy en el suelo. Eran unas cositas preziosas. Parecían poesía.
Lamento que haya llegado el invierno porque Ilse y yo no podemos jugar más en nuestra cabaña del bosque de John el Altivo hasta la primavera ni fuera, en Tansy Patch. A veces jugamos en Tansy Patch, dentro de la casa, pero la señora Kent nos hace sentir raras. Se sienta a mirarnos durante todo el rato. Así que no vamos a menos que Teddy nos lo pida mucho. Y mataron a los cerdos, pobrecitos, así que el primo Jimmy ya no les hierve nada más. Pero hay un consuelo porque ahora no tengo que ponerme cofia para el sol para ir a la escuela. La tía Laura me hizo una caperuza roja preciosa, con cintas, que la tía Elizabeth miró con desprezio y dijo que eran una extravaganzia. La escuela me gusta cada día más pero no me gusta la señorita Brownell. No es justa. Nos dijo que al que escribiera la mejor redacción le regalaría una cinta rosa para utilizarla desde el viernes por noche hasta el lunes. Yo escribí La historia de los arroyos sobre el arroyo del bosque de John el Altivo, todas sus aventuras y sus pensamientos, y la señorita Brownell dijo que seguramente la había copiado y le dio la cinta a Rhoda Stuart. La tía Elizabeth dijo: «desperdicias tanto tiempo escribiendo tonterías bien podrías haberte ganado esa cinta». Estaba mortificada (creo) porque yo deshonré la Luna Nueva por no ganar la cinta pero yo no le dije lo que había pasado. Teddy dice que un buen deportista nunca se queja por perder. Yo quiero ser una buena deportista. Ahora Rhoda me resulta detestable. Dice que le llama la atención que una niña de la Luna Nueva sea novia de un muchacho contratado. Eso es una tontería porque Perry no es mi novio. Perry le dijo que tenía la lengua más larga que el sentido común. No fue algo muy amable pero es cierto. Un día en clase Rhoda dijo que la luna estaba al este de Canadá. Perry soltó una carcajada y la señorita Brownell lo hizo quedarse en el recreo, pero no le dijo nada a Rhoda por decir una cosa tan ridícula. Pero lo peor que dijo Rhoda era que me había perdonado por la forma en que la había tratado. Eso me hizo arder la sangre en las venas porque yo no le hice nada que mereciera perdón. A quién se le ocurre.
Hemos empezado a comer el gran jamón que estaba colgado en el rincón sudoeste de la cocina.
El pasado miércoles por la noche Perry y yo ayudamos al primo Jimmy a hacer un caminito entre los rábanos, en el primer sótano. Tenemos que ir por él hasta el segundo sótano porque ahora la puerta de fuera está bloqueada. Fue muy divertido. Pusimos una vela en un agujero de la pared que hacía unas sombras preciosas, y podíamos comer todas las manzanas que quisiéramos del barril grande que está en el rincón y el espíritu le pidió al primo Jimmy que recitara algunos de sus poemas mientras sacaba los rábanos.
Estoy leyendo La Alhambra. Pertenece a nuestra biblioteca. A la tía Elizabeth no le gusta decir que no es un libro apropiado para que lo lea yo porque era de su padre, pero no creo que le guste que lo lea porque teje con mucha furia y me mira por encima de los anteojos. Teddy me prestó los cuentos de Hans Christian Andersen. Me encantan, aunque a mí siempre se me ocurre un final diferente para La Reina de las Nieves y de ese modo salvar a Rudy.
Dicen que la señora de John Killegrew se tragó el anillo de bodas. Me pregunto por qué lo habrá hecho.
El primo Jimmy dice que va a haber un elipse de sol en diciembre. Espero que no interfiera con la Navidad.
Tengo las manos agrietadas. La tía Laura me las friega con grasa de cordero todas las noches cuando me voy a la cama. Es difízil escribir poesía con las manos agrietadas. Me pregunto si la señora Hemans habrá tenido alguna vez las manos agrietadas. La biografía no dice nada.
Jimmy Ball tiene que ser ministro cuando sea grande. Su madre le dijo a la tía Laura que lo consagró cuando estaba en la cuna. Cómo lo habrá hecho.
Ahora desayunamos a la luz de las velas y me gusta.
Ilse vino a casa el domingo por la tarde y fuimos a la buhardilla y hablamos de Dios, porque es apropiado para los domingos. Tenemos que tener mucho cuidado con lo que hacemos los domingos. Es una tradición de la Luna Nueva que los domingos son sagrados. El abuelo Murray era muy estrizto. El primo Jimmy me contó una historia sobre él. Siempre cortaban leña para el domingo la noche del sábado, pero una vez se olvidaron y el domingo no tenían leña para preparar la comida, así que el abuelo Murray dijo: «no se puede cortar leña los domingos, muchachos, pero se puede romper un poquito con la parte de atrás del hacha». Ilse tiene mucha curiosidad por Dios aunque no cree en Él casi nunca y no le gusta hablar de Él pero de todas formas quiere averiguar cosas. Dice que le parece que lo querría si lo conociera. Ahora escribe Su nombre con D mayúscula porque es mejor asegurarse. Yo creo que Dios es como mi «destello», sólo que «el destello» dura un segundo y Dios dura siempre. Hablamos tanto que nos entró hambre y yo bajé al armario de la salita de estar y cogí dos bizcochos. Me olvidé de que la tía Elizabeth me había dicho que no podía comer bizcochos entre las comidas. No fue robar, fue olvidarme. Ilse se enfadó y dijo que yo era una jacobita (qué será eso) y una ladrona y que una cristiana no le robaría bizcochos a una pobre tía anciana. Así que se lo confesé a la tía Elizabeth y ella me dijo que no iba a darme bizcochos con la comida. Fue duro ver a los demás comiéndoselos. Me pareció que Perry comía el suyo muy rápido pero después del almuerzo me llamó fuera y me dio la mitad, que me había guardado. Lo había envuelto en el pañuelo, que no estaba muy limpio, pero me lo comí porque no quise herir sus sentimientos.
La tía Laura dice que Ilse tiene una sonrisa muy bonita. Me pregunto si yo también la tendré. Me miré al espejo en el cuarto de Ilse y sonreí pero a mí no me pareció muy bonita.
Ahora que las noches son frías la tía Elizabeth siempre pone un botellón de ginebra lleno de agua caliente en la cama. A mí me gusta apoyar los pies en el botellón. Para eso es para lo único que lo que usamos ahora. Pero el abuelo Murray lo usaba para guardar ginebra de verdad.
Ahora que ha llegado la nieve el primo Jimmy ya no puede trabajar en el jardín y se siente muy solo. A mí el jardín me parece tan bonito en invierno como en verano. Hay unos hoyuelos y unas colinas diminutas preciosas donde la nieve ha cubierto los canteros. Y los atardeceres son rosados y a la luz de la luna es como una tierra de ensueños. A mí me gusta mirar por la ventana de la salita de estar y ver las «velas de los conejos» flotando en el aire y me pregunto en qué pensarán las raíces y las semillitas que están debajo de la nieve. Y me da un escalofrió de miedo mirar a través del cristal rojo de la puerta delantera.
Hay un hermoso flequillo de chorlitos en el alero de la cocina exterior. Pero en el cielo tiene que haber cosas mucho más hermosas. Hoy estuve leyendo la historia de Anzonetta y me hizo sentir relijiosa. Buenas noches para el más querido de los padres.
Emily.
P. D. Eso no quiere decir que yo tenga otro padre. Es sólo una manera de decir muy muy querido.
E. B. S.