Capítulo 48

Sin haber sido derrotada por los aviones teledirigidos, Simone había sido el ejemplo perfecto de una tormenta de proporciones olímpicas decidida a restablecer el dominio de la naturaleza sobre el hombre, hasta que el disparo de helado fuego atravesó su corazón, destruyendo su meticulosa y organizada estructura. Las torres de convección detuvieron su ascenso en giros vertiginosos ante la fuerza del cambio atmosférico.

Se desató el caos.

Las espirales ascendentes de aire caliente y húmedo titubearon y se vinieron abajo con la desaparición de su combustible. Las bandas internas de lluvia, murallas de increíble altura de nubes girando frenéticas, se detuvieron en su sitio y se destruyeron, con una miríada de diminutas gotas aumentando de forma extraordinaria de tamaño, expandiéndose en un lapso de tiempo que apenas pudo medirse y convirtiéndose en bolitas de hielo quebradizo. Cayeron sobre el océano rugiente y ahora gélido, que las tragó.

Sin el doble impulso de las fuerzas de vida y muerte sosteniéndolos, los vientos de las bandas externas comenzaron a disminuir, perdiendo su feroz coherencia. El sol, que ya no era invisible excepto en el centro, volvió a asumir su supremacía y comenzó a conducir al mundo de vuelta al equilibrio.