Alturas y profundidades
Shrewsbury
28 de abril de 19…
He pasado el fin de semana en la Luna Nueva y he vuelto esta mañana. En consecuencia, éste es un lunes melancólico y extraño. Además, la tía Ruth siempre resulta más insufrible los lunes, o al menos eso me parece por contraste con la tía Laura y la tía Elizabeth. El primo Jimmy no ha estado este fin de semana tan agradable como de costumbre. Había tenido varios de sus ataques de rarezas y estaba un poquito malhumorado por dos razones: en primer lugar, varios de los manzanos jóvenes se estaban muriendo porque durante el invierno los habían atacado los ratones y, en segundo lugar, no pudo convencer a la tía Elizabeth de probar las nuevas desnatadoras que todo el mundo está usando. Por mi parte, yo me alegro secretamente de que ella se niegue. No quiero que nuestra hermosa lechería y los resplandecientes recipientes marrones de leche desaparezcan de la existencia. No puedo concebir la Luna Nueva sin una lechería.
Cuando conseguí que el primo Jimmy olvidase sus preocupaciones, revisamos el catálogo Carlton y hablamos de qué sería mejor elegir por mis dos dólares. Planeamos una docena de combinaciones y lechos diferentes, y nos divertimos por valor de varios cientos de dólares, pero por fin nos decidimos por un lecho largo y estrecho lleno de aster blanco alrededor de una mata de espliego y, en las cuatro esquinas, aster rosado claro con algunos grupitos de púrpura oscuro en medio. Estoy segura de que quedará precioso y, cuando en septiembre mire esa belleza, pensaré: «¡Esto salió de mi cabeza!».
He dado otro paso en el Sendero Alpino. La semana pasada el Diario Femenino aceptó mi poema La Señora Viento y en pago me dieron dos suscripciones al Diario. Nada de dinero, pero ya llegará. Pronto tendré que empezar a ganar mucho dinero para pagarle a la tía Ruth cada centavo que le haya costado mi vida aquí. Entonces no podrá rezongar con el gasto que represento para ella. Casi no pasa un día en que no diga algo, del estilo «no, señora Beatty, lo lamento, pero este año no puedo dar tanto como antes para las misiones, mis gastos han aumentado mucho, ¿sabe?», «ah, no, señor Morrison, sus nuevos productos son hermosos pero esta primavera no puedo comprarme un vestido de seda», «habría que tapizar este sofá pero ni pensarlo hasta dentro de uno o dos años». Y así sigue.
Pero mi alma no le pertenece a la tía Ruth.
El Times de Shrewsbury reprodujo La risa del búho, con lo de la «cuna del cazador» y todo. Tengo entendido que Evelyn Blake dice que no cree que lo haya escrito yo, que está segura de haber leído algo exactamente igual en algún lado, hace años.
¡Querida Evelyn!
La tía Elizabeth no dijo ni una palabra, pero el primo Jimmy me contó que lo recortó y lo puso en la Biblia que tiene en su mesilla de noche. Cuando le dije que me pagarían semillas por valor de dos dólares, me dijo que lo más probable era que, cuando las mandara pedir, me enterara de que la firma había quebrado.
Tengo ganas de enviar el cuento sobre el niño, el que le gustaba al señor Carpenter, a Las horas doradas. Me gustaría hacerlo pasar a máquina, pero eso es imposible, así que deberé escribirlo muy clarito. Me pregunto si me atrevo. Ellos seguramente pagan por los cuentos que publican.
Pronto volverá Dean a casa. ¡Cómo me alegraré de verlo! ¿Pensará que he cambiado mucho? En realidad, estoy más alta. La tía Laura dice que pronto tendré que tener vestidos largos de verdad y recogerme el cabello, pero la tía Elizabeth dice que a los quince se es muy joven para eso. Dice que ahora las niñas no son tan adultas como lo eran en su época. La tía Elizabeth tiene mucho miedo, estoy segura, de que si me permite crecer, yo me escape «como Juliet». Pero yo no tengo prisa por crecer. Es más bonito ser como soy. Porque si tengo ganas de portarme como una niña, puedo hacerlo sin que nadie ose avergonzarme; y si tengo ganas de comportarme de manera adulta tengo la autoridad de mis centímetros extra.
La noche es suave y lluviosa. En el pantano hay sauces y algunos abedules jóvenes de la Tierra de la Rectitud que han arrojado un velo transparente color púrpura sobre sus ramas desnudas. Creo que escribiré un poema sobre «Una visión de la primavera».
5 de mayo de 19…
En el colegio ha habido un brote de poemas primaverales. Evelyn tiene uno sobre las «Flores» en La pluma de mayo. Rimas muy vacilantes.
¡Y Perry! Él también sintió la urgencia anual de la primavera, como la llama el señor Carpenter, y escribió una cosa espantosa llamada El viejo granjero siembra su semilla. La envió a La pluma y La pluma se lo publicó… en la columna de «bromas». Perry está muy orgulloso y no se da cuenta de que se ha cubierto de bochorno. Ilse se puso pálida de furia cuando lo leyó, y desde entonces no le dirige la palabra. Dice que uno no puede tratarse con alguien como él. Ilse es demasiado rígida con Perry. Y sin embargo, cuando leí aquello, en especial los versos.
He arado, he limpiado, he plantado,
he hecho de lo que pude lo mejor.
Ahora dejaré quieto el sembrado
y todo en manos del Señor.
Habría querido matarlo con mis propias manos. Perry no ve qué tiene de malo.
«Rima, ¿no es cierto?».
«¡Ah, sí, rimar, rima!».
Ilse también ha estado reprendiendo a Perry últimamente porque él venía a clase con un solo botón en el abrigo. Yo tampoco lo podía soportar y un día, cuando salimos de clase, le susurré a Perry que me esperara cinco minutos junto al Fern Pool al atardecer. Fui con una aguja, hilo y botones y se los cosí. Él no entendía por qué no podría haber esperado hasta el viernes de noche para que se los cosiera su tía Tom. Le dije:
«¿Por qué no te los cosiste tú, Perry?».
«No tengo botones ni dinero para comprarlos —dijo—. Pero no te preocupes, algún día tendré botones de oro si quiero».
La tía Ruth me vio volver con hilo y tijeras y etcétera y quiso saber, por supuesto, dónde, qué y por qué. Le conté la anécdota y ella dijo: «Sería mejor que dejaras que fueran los amigos de Perry Miller los que le cosieran los botones».
«Yo soy su mejor amiga», le repliqué.
«No entiendo de dónde has sacado esos gustos tan vulgares», dijo la tía Ruth.
7 de mayo de 19…
Esta tarde, después de clase, Teddy nos llevó a Ilse y a mí a cruzar el puerto en bote para ir a recoger anémonas en los bosquecillos de abetos en el Green River. Llenamos las canastas y pasamos un rato delicioso caminando por los bosquecillos con el dulce murmullo de los abetos a nuestro alrededor. Lo que alguien dijo de las fresas lo digo yo de las anémonas: «Dios podría haber hecho flores más bonitas, pero no quiso hacerlas».
Cuando salimos para regresar a casa, una espesa niebla blanca se había levantado por encima del banco de arena y había cubierto el puerto. Pero Teddy remó en dirección a los silbatos del tren, de manera que no tuvimos ningún problema y a mí la experiencia me pareció fascinante. Parecía que flotábamos encima de un mar blanco en una calma absoluta. No había el menor sonido, salvo el débil gemido del dique; la llamada lejana de las profundidades del mar, y el ruido sordo de los remos al hundirse en el agua. Estábamos solos en un mundo de neblina en un mar velado y sin costas. Por un momento, pero sólo por una fracción de segundo, una corriente de aire frío levantaba el telón de neblina y las costas borrosas se erguían fantasmagóricas a nuestro alrededor. Pero entonces la blancura espesa volvía a cerrarse. Era como si buscáramos una playa extraña, encantada, que se alejaba más y más. Me sabía mal llegar al muelle, pero cuando regresé a casa encontré a la tía Ruth muy preocupada por la niebla.
«Sabía que no tendría que haberte dejado ir», dijo.
«Pero no hubo ningún peligro, tía Ruth —protesté—. Mira qué anémonas tan bonitas».
Pero la tía Ruth no quiso ni mirar las anémonas.
«¡Ningún peligro, en una neblina blanca! ¿Y si os hubierais perdido y se hubiera levantado viento antes de que llegarais a tierra firme?».
«¿Cómo íbamos a perdernos en un puerto tan pequeño como el de Shrewsbury, tía Ruth? —objeté—. La niebla era preciosa, preciosa, Parecía que viajábamos más allá del borde del planeta y hacia las profundidades del espacio».
Hablé con entusiasmo y supongo que mi aspecto sería algo extraño, con gotas de agua en el pelo, porque la tía Ruth me dijo, fría y compasivamente:
«Es una pena que seas tan excitable, Emilia».
Me saca de quicio que me dejen cortada y me tengan lástima, así que yo respondí, sin pensarlo:
«Pero piensa en las cosas divertidas que te pierdes por no ser excitable, tía Ruth. No hay nada tan maravilloso como bailar alrededor de una gran fogata. ¿Qué importa que termine en cenizas?».
«Cuando tengas mis años —dijo la tía Ruth—, tendrás más sentido y no caerás en éxtasis por una niebla blanca».
A mí me parece imposible que pueda envejecer o morir. Sé que sucederá, por supuesto, pero no lo creo. No respondí nada a la tía Ruth, así que tomó otro camino.
«He visto pasar a Ilse. Emilia, ¿esa chica usa enaguas?».
«Sus vestidos son de seda y púrpura», murmuré, citando el versículo de la Biblia, simplemente porque hay algo en él que me encanta. No se puede imaginar una descripción más delicada o más sencilla de una mujer vestida maravillosamente. No creo que la tía Ruth reconociera la cita; pensó que estaba haciendo alarde de algo.
«Si me quieres decir que tiene enaguas de seda púrpura, Emilia, dilo de una manera normal. Ja, enaguas de seda. Si yo tuviera algo que ver con ella, ya le daría enaguas de seda».
«Algún día, yo voy a usar enaguas de seda», dije.
«Sí, por supuesto, señorita. ¿Podría preguntarle de dónde sacará el dinero para comprarse enaguas de seda?».
«Yo tengo un futuro», repliqué con tanto orgullo como el más Murray de los Murray.
La tía Ruth resopló.
He llenado mi cuarto con anémonas y hasta lord Byron pareció tener alguna posibilidad de recuperación.
13 de mayo de 19…
Por fin he tomado una decisión y he enviado mi cuento Algo diferente a Las horas doradas. Temblaba cuando dejé caer el sobre en el buzón del Shoppe. ¡Ay, si me lo aceptaran!
Perry ha provocado otra vez las risas del colegio. Dijo en clase que Francia exportaba moda. Ilse se le acercó después de clase y le dijo «¡Engendro!». No ha vuelto a dirigirle la palabra.
Evelyn sigue diciendo dulcemente cosas hirientes, y riéndose. Yo podría pasar por alto las cosas hirientes, pero la risa jamás.
15 de mayo de 19…
Anoche tuvimos nuestra Tertulia de primer año. Siempre se hace en mayo. Se celebra en el Salón de Conferencias del colegio y cuando llegamos nos encontramos con que no podíamos encender el gas. No sabíamos qué pasaba, pero sospechábamos de los de segundo. (Hoy hemos descubierto que cortaron el gas en el sótano y cerraron con llave la puerta de acceso). Al principio no sabíamos qué hacer hasta que yo me acordé de que la semana pasada la tía Elizabeth le había traído a la tía Ruth una caja grande de velas para mi uso. Fui corriendo a casa y las traje (la tía Ruth no estaba) y las colocamos por toda la habitación. Así que, después de todo, pudimos celebrar nuestra Tertulia, que fue un gran éxito. Nos divertimos tanto improvisando candeleros que empezamos bien, y la luz de las velas fue mucho más íntima y acogedora que la luz de gas. Parecía que todos podíamos pensar en cosas más inteligentes que decir. Se suponía que todos teníamos que pronunciar un discurso sobre el tema que quisiéramos. Perry hizo el discurso del día. Había preparado un discurso sobre «Historia del Canadá» muy sensato (y, sospecho, aburrido) pero en el último momento cambió de idea y habló de «las velas». Lo inventaba a medida que hablaba, hablando de todas las velas que había visto en tierras extrañas cuando era niño y salía a navegar con su padre. Fue tan interesante y divertido que estábamos todos absortos y creo que los alumnos olvidaran las modas francesas y el viejo granjero que dejó en manos de Dios su sembrado.
La tía Ruth todavía no ha descubierto lo de las velas, porque la caja vieja todavía tiene algunas. Cuando vaya a la Luna Nueva, mañana por la noche, le rogaré a la tía Laura que me dé otra caja, sé que me la dará, y se la traeré a la tía Ruth.
22 de mayo de 19…
Hoy en el correo había un sobre largo, gordo, odioso para mí. Las horas de oro me ha devuelto el cuento. La nota de rechazo que lo acompañaba decía:
Hemos leído su cuento con sumo interés, pero lamentamos comunicarle que no podemos en este momento publicarlo.
Al principio he tratado de consolarme con eso de que lo habían leído «con sumo interés». Pero entonces me he dado cuenta de que la nota era impresa, así que, obviamente, es lo que mandan con todos los manuscritos rechazados.
Lo peor de todo es que la tía Ruth había visto el paquete antes de que yo llegara a casa y lo había abierto. Fue humillante que ella conociera mi fracaso.
«Espero que esto te convenza de que sería mejor que no desperdiciaras más sellos en estas tonterías, Emilia. ¿Cómo se te ocurre que puedes escribir un cuento publicable?».
«Ya me publicaron dos poemas», exclamé.
La tía Ruth resopló.
«Ah, poemas. Claro, tienen que hacer algo para llenar los espacios vacíos».
Tal vez sea así. Me sentí muy mal y me fui a mi cuarto con mi pobre cuentecito. En aquel momento me habría conformado con «llenar el espacio vacío». Habría cabido en un dedal.
Mi cuento está lleno de marcas y huele a tabaco. Tengo ganas de quemarlo.
¡No, no lo quemaré! Volveré a copiarlo y lo intentaré en otro lado. ¡Voy a triunfar!
Creo, ahora que he releído las últimas páginas de este diario, que estoy empezando a arreglármelas sin poner las palabras en cursiva. Pero a veces es necesario.
La Luna Nueva - Blair Water.
24 de mayo de 19…
Pues hete aquí que el invierno ha pasado; la lluvia cesó y está ausente; aparecen las flores en la tierra: ha llegado el tiempo del canto de las aves.
Estoy sentada en el alféizar de la ventana abierta en mi querida habitación. Es hermoso volver de vez en cuando. Fuera, más allá del bosque de John el Altivo, hay un suave cielo amarillo y se alcanza a ver una estrellita muy blanca donde el amarillo pálido se desvanece en un verde más pálido. A lo lejos, en el sur, «en regiones mansas de aires calmos y serenos», hay grandes palacios de nubes hechos de mármol rosado. Inclinado sobre el cerco hay un cerezo silvestre que es una masa de capullos semejantes a gusanos color crema. Todo es tan hermoso… «el ojo no se contenta con ver ni el oído con oír».
A veces pienso que no vale la pena tratar de escribir nada cuando todo está ya tan bien expresado en la Biblia. Ese verso que acabo de citar, por ejemplo, me hace sentir como un pigmeo en presencia de un gigante. Sólo una docena de palabras, pero ni una docena de páginas podría expresar mejor lo que uno siente en primavera.
Esta tarde el primo Jimmy y yo hemos plantado nuestro lecho de aster. Las semillas llegaron en seguida. Evidentemente la firma todavía no ha quebrado. Pero la tía Elizabeth piensa que son semillas viejas y que no germinarán.
Dean está en casa; anoche vino a verme, querido Dean. No ha cambiado nada. Sus ojos verdes siguen siendo tan verdes como siempre y su hermosa boca, tan hermosa como siempre y su interesante rostro, tan interesante como siempre. Me cogió las manos y me miró con seriedad.
«Tú has cambiado, Estrella —dijo—. Te pareces más que nunca a la primavera. Pero no sigas creciendo —continuó—. No quiero que me mires desde arriba».
Yo tampoco. Detestaría ser más alta que Dean. No sería correcto.
Teddy es dos centímetros más alto que yo. Dean dice que ha mejorado mucho con sus dibujos este último año. La señora Kent sigue detestándome. Hoy me la he encontrado cuando iba paseando en el crepúsculo primaveral, y ella ni se ha detenido para hablarme, ha pasado de largo como una sombra en el ocaso. Me ha mirado durante un segundo al pasar y sus ojos eran lagunas de odio. Creo que cada año que pasa es más desdichada.
En mi paseo he ido a darle las buenas noches a la Casa Desilusionada. Siempre me da tanta pena…, es una casa que nunca ha vivido, que no ha cumplido su destino. Sus ventanas tapiadas parecen atisbar, melancólicas, desde su rostro como si buscaran en vano lo que no pueden encontrar. La luz de un hogar no ha brillado jamás a través de ellas en los atardeceres veraniegos ni en la oscuridad invernal. Y sin embargo siento, por alguna razón, que la casita no ha abandonado su sueño y que algún día éste se cumplirá.
Cómo me gustaría que fuera mía.
Esta noche he vagabundeado por mis antiguos lugares queridos: el bosque de John el Altivo, la Casita de Emily, el viejo huerto, el cementerio junto al estanque, el Camino del Hoy… adoro ese camino. Es como un amigo personal.
Creo que «vagabundear» es una palabra preciosa, a su manera, no exactamente en sí misma, como algunas palabras, sino porque expresa a la perfección su significado. Aunque uno no la hubiera oído nunca, sabría exactamente lo que quiere decir: vagabundear puede significar solamente vagabundear.
Descubrir palabras hermosas e interesantes siempre me produce alegría. Cuando encuentro una palabra nueva y encantadora, me entusiasmo como un buscador de joyas y no hallo reposo hasta no haberla utilizado en una frase.
29 de mayo de 19…
Esta noche la tía Ruth vino a casa con una expresión siniestra.
«Emilia, ¿qué significa esa historia de la que habla todo Shrewsbury? Dicen que anoche estuviste en la calle Queen abrazada a un hombre y besándolo».
De inmediato supe lo que había sucedido. Me dieron ganas de patear el suelo, ganas de reír, ganas de arrancarme el pelo por ridícula y absurda que era la historia. Pero tuve que guardar la compostura y explicársela a la tía Ruth.
He aquí la historia oscura y pecaminosa.
Ilse y yo «vagabundeábamos» por la calle Queen ayer, al atardecer. Justo frente a la casa del viejo Taylor nos encontramos con un hombre. Yo no lo conozco, y no es probable que llegue a conocerlo. No sé si era alto o bajo, viejo o joven, guapo o feo, negro o blanco, judío o gentil, hombre libre o esclavo. ¡Lo que sí sé es que ese día no se había afeitado!
Caminaba a paso ligero. Entonces sucedió algo que ocurrió en menos que canta un gallo, aunque lleva varios segundos describir. Yo me aparte para dejarle paso, él hizo lo mismo en la misma dirección, yo me moví hacia el otro costado, él hizo lo mismo, entonces yo creí ver la oportunidad de pasar y avancé, él también avanzó y nos dimos de bruces. Él extendió los brazos hacia adelante al ver que la colisión era inevitable y yo entré en su abrazo, y, en la sorpresa del hecho él involuntariamente cerró los brazos, encerrándome, mientras que mi nariz entraba en contacto violento con su barbilla.
«Per… perdón», balbuceó el pobre hombre, me soltó como si yo fuera una brasa encendida y salió casi corriendo hacia la esquina.
Ilse tuvo un ataque de risa. Dice que nunca en su vida había visto algo más divertido. Todo sucedió tan rápido que, para cualquier transeúnte, daba la impresión de que el hombre y yo nos hubiéramos detenido, nos hubiéramos mirado un instante y nos hubiéramos arrojado locamente el uno en brazos del otro.
Al cabo de un rato todavía me dolía la nariz. Ilse dice que vio a la señora Taylor espiando desde la ventana en el momento del incidente. Es obvio que esa vieja chismosa propagó la historia con su propia interpretación.
Le expliqué todo esto a la tía Ruth, que no me creyó y opinó que era una historia que hacía aguas por todas partes.
«Es muy raro que en una acera de tres metros y medio de ancho no pudieras pasar junto a un hombre sin abrazarlo», dijo.
«Vamos, tía Ruth —dije—. Ya sé que me consideras reservada, astuta, tonta y desagradecida. Pero sabes que soy mitad Murray, ¿te parece que alguien con una pizca de sangre Murray en las venas podría abrazar a un caballero en medio de la calle?».
«Bueno, la verdad es que pensé que no podías ser tan descarada —admitió la tía Ruth—. Pero la señora Taylor dice que ella lo vio todo. Todo el mundo se ha enterado. A mí no me gusta que se hable así de alguien de mi familia. No habría ocurrido si no hubieras estado con Ilse Burnley en contra de mis consejos. Que no vuelva a suceder nada por el estilo».
«Esas cosas no suceden —le dije—. Están predestinadas».
3 de junio de 19…
La Tierra de la Rectitud es algo bello. Puedo ir otra vez al Estanque de Helechos a escribir. La tía Ruth recela mucho. Nunca olvidó que un atardecer «me encontré con Perry» allí. El Estanque está precioso, bajo los helechos jóvenes. Lo miro y me imagino que es el estanque legendario en el que puede verse el futuro. Me veo a mí misma llegando a él de puntillas, en una medianoche de luna llena, arrojando algo valioso dentro, y mirando con timidez lo que veo.
¿Qué me mostraría? ¿El ascenso glorioso del Sendero Alpino? ¿O el fracaso?
¡No, el fracaso no!
19 de junio de 19…
La semana pasada la tía Ruth cumplió años y le regalé un centro de mesa bordado por mí. Me lo agradeció con algo de rigidez y me pareció que no le gustaba nada.
Esta noche estaba sentada junto a la ventana del comedor, haciendo mis ejercicios de álgebra a la última luz del día. Las puertas plegables estaban abiertas y la tía Ruth hablaba en la sala con la señora Ince. Yo pensé que sabían que yo estaba junto a la ventana, pero supongo que las cortinas me ocultaban. En seguida oí mi nombre. La tía Ruth le mostraba a la señora Ince el centro, con mucho orgullo.
«Mi sobrina Emilia me lo ha regalado para mi cumpleaños. Mire qué hermoso bordado. Ella es muy hábil con la aguja».
¿Podía ser ésa la tía Ruth? Quedé tan petrificada de asombro que no podía moverme ni hablar.
«Es inteligente, y no sólo con la aguja —dijo la señora Ince—. Tengo entendido que el director Hardy espera que sea la mejor de su clase en los exámenes finales».
«Su madre, mi hermana Juliet, era una muchacha muy inteligente», precisó la tía Ruth.
«Además es muy guapa», añadió la señora Ince.
«Su padre, Douglas Starr, era un hombre muy atractivo», dijo la tía Ruth.
Entonces salieron. ¡Por una vez un espía oyó algo bueno de sí mismo!
Pero… ¡de la tía Ruth!
17 de junio de 19…
Ahora «mi vela no se extingue por las noches», al menos hasta muy tarde. La tía Ruth me deja quedarme levantada porque estamos con exámenes finales. Perry enfureció al señor Travers escribiendo al final de su examen de álgebra Mateo 7:5. Cuando el señor Travers lo buscó en la Biblia, leyó: «¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano». Se dice que el señor Travers sabe mucho menos de matemáticas de lo que pretende saber. Así que se puso furioso y tiró el examen de Perry «como castigo por su impertinencia». La verdad es que el pobre Perry cometió un error. Quiso escribir Mateo 5:7. «Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia». Fue a explicárselo al señor Travers, pero éste no quiso escucharlo. Entonces Ilse fue a ponerle el cascabel al gato, es decir, fue a ver al director Hardy, le contó la verdad y le pidió que intercediera ante el señor Travers. Como resultado, Perry tuvo su nota, pero se le advirtió que no volviera a jugar con los textos de las Escrituras.
28 de junio de 19…
Han terminado las clases. He ganado mi estrella. Ha sido un hermoso año de diversión, estudio y aguijones. Y ahora vuelvo a la querida Luna Nueva por dos espléndidos meses de libertad y felicidad.
Durante las vacaciones voy a escribir un Libro del jardín. Hace tiempo que la idea me da vueltas en la cabeza y, ya que no puedo escribir cuentos, haré una serie de ensayos sobre el jardín del primo Jimmy, con un poema como corolario a cada ensayo. Será una buena práctica y al primo Jimmy le va a encantar.