CAPÍTULO OCHO

Sin pruebas

Con pena, Emily salió de la «Booke Shoppe», donde el aroma de los libros y de las revistas nuevas era como dulce incienso a su nariz, y tomó de prisa la calle Prince, fría y llena de gente. Cada vez que podía se metía en la Booke Shoppe y se zambullía, hambrienta, en las revistas que no podía comprar, ávida de enterarse qué publicaban, en especial de poesía. Veía que no muchos de los poemas publicados en ellas eran mejores que algunos de los suyos, y sin embargo los directores le enviaban los suyos de vuelta, religiosamente. Emily ya había utilizado buena parte de los sellos estadounidenses que había comprado con los cinco dólares que el primo Jimmy le había regalado, para pagar el viaje de ida y vuelta de sus cachorros de literatura, acompañados por el único consuelo de las cartitas de rechazo. Su La risa del búho había sido devuelto ya seis veces, pero Emily todavía no había perdido totalmente la fe en él. Esa misma mañana, lo había puesto otra vez en el correo de la Shoppe.

«A la séptima va la vencida», pensó mientras tomaba la calle que llevaba a la casa donde vivía Ilse. A las once tenía examen de lengua y quería echarle una ojeada al cuaderno de Ilse antes de ir. Los de primero casi habían terminado los exámenes finales, que hacían cuando las aulas estaban libres de los de segundo y tercero, algo que siempre ponía furiosos a los de primero. Emily estaba muy segura de que iba a ganar una estrella. Los exámenes de las materias que a ella le resultaban más difíciles ya habían terminado y creía haber obtenido al menos ochenta en cualquiera de ellos. Aquel día le tocaba lengua y tendría que sacar al menos noventa. Sólo le quedaba historia, que también le encantaba. Todo el mundo esperaba que ganara una estrella. El primo Jimmy estaba muy entusiasmado y Dean le había enviado sus prematuras felicitaciones desde el pico de una pirámide, tan seguro estaba de su éxito. El día anterior había recibido carta suya, junto con un paquete que contenía su regalo de Navidad.

«Te envío un collar de oro tomado de la momia de una princesa de la decimonovena dinastía —escribía Dean—. Su nombre era Mena y en su epitafio dice que era "de corazón dulce". Por eso pienso que en la Sala de Juicio le fue bien y que los viejos dioses adustos le sonrieron con indulgencia. Este pequeño amuleto ha estado sobre su pecho durante miles de años. Te lo envío con el peso de siglos de amor. Creo que tuvo que haber sido un regalo de un enamorado. De lo contrario, ¿por qué iba a descansar sobre su corazón todo ese tiempo? Seguramente fue ella quien así lo decidió. Otros habrían puesto algo más costoso en el cuello de la hija de un rey».

La pequeña alhaja intrigaba a Emily con su encanto y su misterio y, sin embargo, le tenía una especie de miedo. Se estremeció cuando se lo puso alrededor de la blanca garganta y pensó en la niña-princesa que lo había usado en aquellos días de un imperio muerto. ¿Cuál era su historia y su secreto?

Naturalmente, a la tía Ruth no le había gustado el regalo. ¿Por qué Emily debía recibir regalos de Navidad del Giboso Priest?

—Al menos podría haberte regalado algo nuevo, ya que quiso hacerte un regalo —dijo.

—Un recuerdo de El Cairo hecho en Alemania —sugirió Emily, muy seria.

—Algo parecido —convino la tía Ruth, sin pensar—. La señora Ayers tiene un pisapapeles precioso, de vidrio y montado en oro, con la imagen de la Esfinge, que le trajo su hermano de Egipto. Esa cosa vieja parece muy barata.

—¡Barata! Tía Ruth, ¿te das cuenta de que este collar fue hecho a mano y usado por una princesa egipcia antes de los tiempos de Moisés?

—Ah, bueno, si vas a creer en los cuentos de hadas del Giboso Priest —dijo la tía Ruth, muy divertida—. Yo, en tu lugar, no lo usaría en público, Emilia. Los Murray nunca usan joyas de segunda. ¿No pensaras ponértelo esta noche, niña?

—Claro que sí. Probablemente la última vez que lo usaron fue en la corte del Faraón, en los días de la opresión. Ahora va a asistir al baile de la nieve de Kit Barrett. ¡Vaya diferencia! Espero que el fantasma de la princesa Mena no me atormente esta noche. Puede sentirse agraviada por el sacrilegio, ¿quién sabe? Pero no fui yo la que profanó su tumba y, si no lo tuviera yo, lo tendría otra persona, alguien que no pensaría para nada en la princesita. Estoy segura de que ella preferiría que estuviera calentito y resplandeciente alrededor de mi cuello y no en un sombrío museo expuesto a las miradas frías y curiosas de miles de ojos. Era «de corazón dulce», dice Dean; no se enfadará porque yo use su bonito collar. Dama del Egipto, cuyo reino ha sido derramado como el vino sobre las arenas del desierto, te saludo a través del abismo de los tiempos.

Emily hizo una profunda reverencia y saludó con la mano hacia los siglos muertos.

—Ese lenguaje pomposo es una tontería —soltó la tía Ruth.

—Casi toda la última frase es textual de la carta de Dean —dijo Emily, con inocencia.

—Suena típico de él. —Éste fue el desdeñoso comentario de la tía Ruth—. Bien, yo creo que tus cuentas venecianas te quedarían mejor que ese objeto pagano. Ahora bien, no te quedes hasta muy tarde, Emilia. Que Andrew te traiga a casa antes de las doce.

Emily iba con Andrew al baile de Kitty Barrett, privilegio acordado graciosamente dado que Andrew era uno de los «Elegidos». Aunque Emily no volvió a casa hasta la una, la tía Ruth lo dejó pasar. Pero el baile dejó a Emily con mucho sueño al día siguiente, en especial porque había estudiado hasta tarde las dos noches anteriores. En época de exámenes la tía Ruth aflojaba un poco sus rígidas reglas y le permitía una provisión extra de velas. Lo que habría dicho de enterarse de que Emily había usado parte de las velas extra para escribir un poema sobre «Las sombras», no lo sé y no puedo contarlo. Pero, sin duda, lo habría considerado una prueba más de su naturaleza reservada. Tal vez fuera una actitud algo reservada. Debe recordarse que soy sólo la biógrafa de Emily, no su apologista.

En el cuarto de Ilse, Emily encontró a Evelyn Blake, que estaba muy enfadada, en secreto, porque a ella no la habían invitado al baile y a Emily Starr, sí. Por lo tanto, sentada sobre la mesa de Ilse y balanceando una pierna enfundada en seda ostentosamente en la cara de unas chicas que no tenían medias de seda, se dispuso a ponerse desagradable.

—Me alegro de que hayas venido, amada amiga, amiga del alma —gimió Ilse—. Evelyn ha estado parloteándome toda la mañana. Espero que ahora se dedique un poco a ti y me dé un poco de descanso.

—He estado diciéndole que tendría que aprender a controlar su carácter —dijo Evelyn con aire virtuoso—. ¿No está de acuerdo conmigo, señorita Starr?

—¿Qué has hecho ahora, Ilse? —preguntó Emily.

—Ah, esta mañana he tenido una gran pelea con la señora Adamson. Iba a suceder tarde o temprano. Hace tanto tiempo que me estaba portando bien que tenía una cantidad de maldad amontonándose dentro de mí. Mary lo sabía, ¿verdad, Mary? Mary estaba segura de que se avecinaba una explosión. La señora Adamson ha empezado haciendo preguntas desagradables. Lo hace todo el tiempo, ¿verdad, Mary? Después se puso a refunfuñar, y al final ha llorado. Entonces le he dado una bofetada.

—Te das cuenta —dijo Evelyn, con intención.

—No he podido evitarlo —dijo Ilse, sonriendo—. Habría soportado la impertinencia y los retos, pero cuando se ha puesto a llorar (se pone espantosa cuando llora), bueno, le he dado una bofetada.

—Supongo que después te sentirías mejor —dijo Emily, decidida a no dejar traslucir la menor crítica ante Evelyn.

Ilse estalló en una carcajada.

—Sí, al principio. Al menos los alaridos han cesado. Pero después he sentido remordimiento. Le voy a pedir disculpas, por supuesto. Estoy sinceramente arrepentida, pero es muy probable que vuelva a hacerlo. Si Mary no fuera tan buena yo no sería ni la mitad de mala. Tengo que equilibrar un poquito las cosas. Mary es dócil y humilde y la señora Adamson se le sube encima. Tendrías que escuchar cómo reprende a Mary si sale más de una tarde por semana.

—Tiene razón —dijo Evelyn—. Sería mucho mejor que tú salieras menos. La gente habla, Ilse.

—Pero ayer tú no saliste, ¿verdad, querida? —preguntó Emily, con otra sonrisita pícara. Evelyn se ruborizó y guardó un altivo silencio. Emily se enfrascó en el cuaderno y Mary e Ilse salieron. Emily deseó que Evelyn también se fuera. Pero Evelyn no tenía intención de irse.

—¿Por qué no haces que Ilse se comporte bien? —preguntó la otra en un tono confidencial que resultó odioso.

—Yo no tengo autoridad sobre Ilse —contestó Emily, con frialdad—. Además, no creo que se comporte mal.

—Ay, querida, tú misma la has oído decir que abofeteó a la señora Adamson.

—A la señora Adamson le hacía falta. Es una mujer odiosa, siempre llorando cuando no tiene ninguna necesidad de llorar. No hay nada más enloquecedor.

—Bueno, Ilse faltó a francés otra vez ayer por la tarde y se fue a caminar río arriba con Ronnie Gibson. Si sigue haciendo eso, la pillarán.

—Ilse tiene mucho éxito con los muchachos —dijo Emily, sabiendo que era eso lo que Evelyn quería tener.

—Tiene éxito donde no debe serlo. —Ahora Evelyn se había puesto paternalista, sabiendo por instinto que Emily Starr odiaba que la gente se pusiera paternalista con ella—. Siempre tiene un séquito de muchachos vulgares detrás, los buenos muchachos no le hacen caso, ¿te has dado cuenta?

—Ronnie Gibson es un buen muchacho, ¿no?

—Bueno, pero ¿qué me dices de Marshall Orde?

—Ilse no tiene nada que ver con Marshall Orde.

—¡Ah, no! El martes pasado estuvo paseando con él hasta las doce de la noche, y, cuando fue a buscar el caballo del establo, él estaba borracho.

—¡No te creo una palabra! Ilse no salió a pasear con Marsh Orde. —Emily tenía los labios blancos de la indignación.

—Me lo contó alguien que los vio. Se habla de Ilse en todas partes. Tal vez tú no tengas autoridad sobre ella, pero estoy segura de que tienes alguna influencia. Aunque tú misma a veces cometes tonterías, ¿no? Tal vez sin mala intención. ¿Esa vez que os bañasteis en la playa de Blair Water sin nada de ropa, por ejemplo? Toda la escuela lo sabe. Oí que el hermano de Marsh se reía de eso. ¿Qué me dices? ¿Ésa no fue una tontería, querida?

Emily enrojeció de rabia y de vergüenza, aunque fue casi tanto por el hecho de que Evelyn Blake la llamara «querida» como por todo lo demás. Aquel hermoso baño a la luz de la luna…, ¡cómo lo había profanado la gente! No pensaba hablar de ese tema con Evelyn, ni siquiera le diría que llevaba las enaguas. Que pensara lo que quisiera.

—Creo que no alcanzas a comprender ciertas cosas, señorita Blake —dijo, con una cierta ironía delicada e indiferente en el tono y el gesto, que hacía que las palabras más comunes parecieran cargadas de significados impronunciables.

—Claro, tú perteneces al Pueblo Elegido, ¿no? —Evelyn soltó su risita maliciosa.

—Así es —contestó Emily, con calma, resistiéndose a apartar los ojos del cuaderno.

—Bueno, no te ofendas así, querida. Sólo he hablado porque me pareció una pena ver a la pobre Ilse metiéndose en situaciones difíciles en todos lados. Yo le tengo cariño, pobrecita. Y me gustaría que fuera un poco más discreta con su gusto por los colores. Ese vestido de noche color escarlata que llevó al concierto de primero… en serio, es estrambótico.

—A mí me parecía un esbelto lirio de oro envuelto en una vaina escarlata —dijo Emily.

—Qué amiga tan fiel eres, querida. Me pregunto si Ilse te sería igual de leal. Bien, supongo que será mejor que te deje estudiar. A las diez tienes lengua, ¿no? El señor Scoville va a vigilar la clase, porque el señor Travers no se encuentra bien. ¿No te parecen hermosos los cabellos del señor Scoville? Y hablando de cabellos, querida, ¿por qué no te peinas con el pelo más sobre la cara para taparte las orejas, o al menos las puntas de las orejas? Te quedaría mucho mejor.

Emily pensó que si Evelyn Blake le decía una vez más «querida» le arrojaría un frasco de tinta. ¿Por qué no se iba y la dejaba estudiar?

Evelyn tenía otra bala en la recámara.

—Ese inexperto amiguito tuyo de Stovepipe Town trató de que le publicaran algo en La pluma. Envió un poema patriótico. Tom me lo enseñó. Era para llorar de risa. Un verso en especial me pareció delicioso: «Canadá, como una doncella, abre los brazos para recibir a sus hijos». Si hubieras visto a Tom…

Emily fue incapaz de reprimir una sonrisa, aunque estaba furiosa con Perry por ponerse en evidencia así. ¿Por qué no podía reconocer sus limitaciones y entender que las laderas del Parnaso no eran para él?

—No creo que el director de La pluma haga bien enseñando a los extraños las contribuciones que rechaza —dijo, con frialdad.

—Ah, Tom no me considera a mí una extraña. Y, en serio, era demasiado bueno para que se lo guardara para él solo. Bueno, creo que me voy al Shoppe.

Cuando Evelyn se fue, Emily suspiró aliviada. Al poco rato volvió Ilse.

—¿Se ha ido Evelyn? Pues sí que estaba dulce esta mañana. No entiendo qué le ve Mary. Mary es buena chica, aunque no sea muy divertida.

—Ilse —dijo Emily, seria—. ¿Saliste a pasear con Marsh Orde una noche de la semana pasada?

Ilse la miró.

—No, burrita, no era yo. Pero me imagino de dónde has sacado ese cuento. No sé quién era la chica que salió con él.

—Pero ¿faltaste a francés y te fuiste a pasear por el río con Ronnie Gibson?

—Culpable.

—Ilse, no tendrías que hacer esas cosas, en serio.

—¡Emily, no me hagas enfadar! —exclamó Ilse, secamente—. Te estás volviendo demasiado mansa, hay que hacer algo para curarte antes de que se convierta en algo crónico. Odio a las modositas. Me voy, quiero pasar por el Shoppe antes de ir a clase.

Ilse recogió sus libros y salió, oronda. Emily bostezó y decidió que había terminado con el cuaderno. Todavía le quedaba media hora antes de que tuviera que ir a la escuela. Se recostaría un rato en la cama de Ilse.

Parecía que no había pasado ni un minuto cuando se incorporó en la cama y vio, aterrada, el reloj de Mary Carswell. Eran las 10:55, tenía cinco minutos para recorrer cuatro cuadras y sentarse en su banco para el examen. Emily se puso el abrigo y el sombrero, tomó los cuadernos y salió volando. Llegó al instituto sin aliento, con la desagradable sensación de que la gente la había mirado de una forma rara mientras ella corría por la calle, colgó el abrigo sin mirarse al espejo y entró rápidamente en la clase.

Una mirada de asombro seguida de una carcajada generalizada recibió su llegada. El señor Scoville, alto, delgado y elegante, estaba entregando los papeles para el examen. Puso uno ante Emily y dijo, con mucha seriedad:

—¿Se ha mirado al espejo antes de entrar en la clase, señorita Starr?

—No —respondió Emily, molesta, sintiendo que algo estaba muy mal.

—Yo… en su lugar… iría a mirarme… en este mismo instante. —El señor Scoville parecía tener dificultades para articular las palabras.

Emily se levantó y fue al baño de mujeres. En el patio se encontró con el director Hardy, y el director Hardy se quedó mirándola. Por qué la miraba el director Hardy, por qué se habían reído sus compañeros… Emily lo comprendió cuando se enfrentó al espejo del cuarto de baño.

Dibujado con habilidad, negro, atravesándole el labio superior y las mejillas, se veía un bigote, un bigote ostentoso, muy negro, con las puntas terminadas en un gancho. Por un instante Emily se quedó mirándose espantada… ¿por qué? ¿Qué? ¿Quién lo había hecho?

Giró en redondo, furiosa. Evelyn Blake acababa de entrar.

—¡Tú… tú me has hecho esto! —exclamó, sin aliento, Emily.

Evelyn la observó un momento y soltó una carcajada.

—¡Emily Starr! Pareces salida de una pesadilla. ¡No me digas que has entrado en la clase con eso en la cara!

Emily cerró los puños.

—Lo has hecho tú —volvió a decir.

Evelyn se irguió cuan alta era.

—Señorita Starr, espero que no crea que yo me rebajaría a semejante cosa. Supongo que tu querida amiga Ilse quiso gastarte una broma. Cuando llegó, hace unos minutos, se moría de risa por algo.

—Ilse no fue —exclamó Emily.

Evelyn se encogió de hombros.

—Yo primero me lavaría la cara y después me pondría a averiguar quién ha sido —dijo con una mueca, y salió.

Temblando de la cabeza a los pies con la furia, la vergüenza y la humillación más intensa que había sufrido en su vida, Emily se lavó el bigote. Su primer impulso fue irse a su casa; no podía volver a enfrentarse al aula repleta de primero. Pero apretó los dientes y, con la cabeza de cabellos negros muy erguida, regresó y caminó por el pasillo hasta su asiento. Le ardían las mejillas y el espíritu. En un rincón vio la cabeza rubia de Ilse inclinada sobre su hoja. Los otros sonreían y se agitaban. El señor Scoville estaba insultantemente serio. Emily cogió la pluma, pero le temblaba la mano encima de la hoja.

Si hubiera podido llorar hasta desahogarse, la vergüenza y la rabia habrían encontrado una válvula de escape. Pero era imposible. Ella no lloraría. No les mostraría las profundidades de su humillación. Si Emily se hubiera podido reír de la broma maliciosa, habría sido mejor para ella. Pero, siendo Emily, y siendo una de los orgullosos Murray, no pudo. Se sentía agraviada por la indignidad hasta lo más hondo de su alma apasionada.

En cuanto al examen de lengua, habría sido lo mismo si se hubiera ido a su casa. Ya había perdido veinte minutos. Pasaron diez minutos más antes de que tuviera la mano lo suficientemente firme como para escribir. No era dueña de sus pensamientos. El examen era difícil, como siempre lo eran los exámenes del señor Travers. Su mente parecía un caos de ideas saltarinas que giraban alrededor de un punto fijo de atormentadora vergüenza. Cuando entregó la hoja y salió del aula supo que había perdido la estrella. Aquel examen no le supondría más que un «aprobado», y con suerte. Pero, en el torbellino de sus sentimientos, no le importaba. Se apresuró por llegar a su casa, a su cuarto hostil, dando gracias porque la tía Ruth había salido, y lloró. Se sentía dolorida, sacudida, lastimada y, por debajo de todo el dolor había una duda acuciante, terrible.

¿Había sido Ilse? No, no, no podía haber sido ella. ¿Entonces, quién? ¿Mary? Era una idea absurda. Tuvo que haber sido Evelyn, que había vuelto y le había gastado aquella broma cruel por despecho y rencor. Pero lo había negado, aparentemente indignada y ofendida y con una mirada que tal vez fuera demasiado inocente. ¿Qué era lo que había dicho Ilse? «Te estás volviendo demasiado mansa. Hay que hacer algo para curarte, antes de que se convierta en algo crónico». ¿Ilse había elegido aquella horrible forma de curarla?

—¡No, no, no! —Emily sollozaba descontroladamente contra la almohada. Pero la duda permanecía.

La tía Ruth no tenía duda alguna. La tía Ruth había ido a visitar a su amiga, la señora Ball, y su amiga, la señora Ball, tenía una hija en primer año. Anita Ball llegó a su casa con la historia de la que tanto se habían reído en primero, segundo y tercero y Anita Ball dijo que Evelyn Blake decía que la culpable había sido Ilse Burnley.

—Bueno —dijo la tía Ruth, invadiendo el cuarto de Emily al volver a su casa—. Me he enterado de que hoy Ilse Burnley te ha hecho un hermoso decorado. Espero que ahora te des cuenta de quién es esa chica.

—No fue Ilse —dijo Emily.

—¿Se lo has preguntado?

—No. No voy a insultarla con semejante pregunta.

—Bien, yo creo que ha sido ella. Y no va a volver a pisar esta casa. ¿Entendido?

—Tía Ruth…

—Ya has oído lo que he dicho, Emilia. Ilse Burnley no es buena compañía para ti. Últimamente me he enterado de bastantes cosas sobre ella. Pero esto es imperdonable.

—Tía Ruth, si le pregunto a Ilse si fue ella y ella me contesta que no, ¿la creerías?

—No, no creería a ninguna chica criada como fue criada Ilse Burnley. Estoy segura de que es capaz de hacer cualquier cosa y decir cualquier cosa. No quiero volver a verla en mi casa.

Emily se puso de pie e intentó convocar la mirada de los Murray en una cara contorsionada por las lágrimas.

—Perfecto, tía Ruth —dijo, con frialdad—, no traeré a Ilse aquí si no es bien recibida. Pero iré a verla. Y si me lo prohíbes, regresaré… regresaré a casa, a la Luna Nueva. De todas maneras, ahora siento que tengo muchas ganas de regresar. Pero no voy a permitir que Evelyn Blake me eche.

La tía Ruth sabía muy bien que los de la Luna Nueva no estarían de acuerdo con un completo divorcio entre Emily e Ilse. Eran demasiado buenos amigos del doctor Burnley. A la señora Dutton nunca le había gustado el doctor Burnley. Debió contentarse con la excusa para mantener a Ilse lejos de su casa, algo que ansiaba desde hacía tiempo. Su enfado con la situación no surgía de su solidaridad con Emily, sino de la ira de que una Murray hubiera quedado en ridículo.

—Yo diría que lo que ha pasado es suficiente para no volver a ver a Ilse. En cuanto a Evelyn Blake, es una chica demasiado inteligente y sensata como para hacer una tontería como ésa. Yo conozco a los Blake. Son una familia excelente y el padre de Evelyn tiene dinero. Ahora deja de llorar. Bonita cara tienes. ¿De qué te sirve llorar?

—De nada —respondió Emily, desconsolada—, pero soy incapaz de evitarlo. No soporto que me pongan en ridículo. Puedo soportar cualquier cosa, menos eso. Ay, tía Ruth, por favor déjame sola. No quiero comer nada.

—Estás muy alterada, típico de los Starr. Nosotros, los Murray, ocultamos nuestros sentimientos.

«No creo que tengáis sentimientos para ocultar, al menos, algunos de vosotros», pensó Emily, rebelde.

—Después de esto, mantente lejos de Ilse Burnley y no estarás expuesta a la vergüenza pública. —Fue el consejo de despedida de la tía Ruth.

Después de una noche en vela durante la cual Emily pensó que si no podía apartar aquel techo de su cara seguramente se acaloraría, Emily fue a ver a Ilse y, a su pesar, le contó lo que había dicho la tía Ruth. Ilse se puso furiosa pero Emily notó, con una puntada en el corazón, que no se declaró inocente de la broma del bigote.

—Ilse, tú… ¿fuiste de verdad tú? —balbuceó. Ella sabía que no había sido Ilse, estaba segura, pero quería oírlo de sus labios. Para sorpresa suya, un súbito rubor encendió las mejillas de Ilse.

—¿Es tu sirviente un perro? —dijo, algo confusa. Era muy atípico que la directa Ilse, la que siempre decía lo que pensaba, estuviera tan confundida. Apartó la mirada y se puso a jugar torpemente con la bolsa de los libros—. ¿Tú crees que yo podría hacerte algo así, Emily?

—No, claro que no —dijo Emily, despacio. Dejaron el tema. Pero la duda y la desconfianza yacentes en el fondo de la mente de Emily salieron de su escondite y se hicieron visibles. Incluso así, ella no podía creer que Ilse pudiera hacer algo semejante y después mentir. Pero ¿por qué estaba tan confundida y avergonzada? Una Ilse inocente, ¿no hubiera hecho un escándalo, no hubiera insultado a Emily, sin más ni más, por haber sospechado, no habría insistido en seguir con el tema hasta que no quedara ningún punto oscuro?

No volvieron a hacer referencia a él. Pero la sombra estaba allí y estropeó, hasta cierto punto, las vacaciones de Navidad en la Luna Nueva. Por fuera, las chicas eran las amigas de siempre, pero Emily tenía la aguda conciencia de que se había abierto una brecha entre ellas. Por más que luchaba no podía cruzarla. La aparente indiferencia hacia esa brecha por parte de Ilse sirvió para ahondarla. ¿Es que a Ilse nunca le habían importado ni ella ni su amistad? ¿No se daba cuenta de la frialdad de la relación? ¿Podía ser tan superficial e indiferente como para no percibirlo? Emily reflexionaba y se obsesionaba con esas preguntas. Algo así (algo oscuro y venenoso que se agazapaba en las sombras y no osaba salir a la luz) siempre hacía estragos en su temperamento sensible y apasionado. Ninguna pelea abierta con Ilse podría haberla afectado tanto; había peleado con Ilse miles de veces y enseguida se habían reconciliado sin que quedaran rencores ni una mirada hacia atrás. Esto era diferente. Cuanto más reflexionaba Emily sobre el tema, más monstruoso se hacía. Emily se sentía desdichada, ausente, inquieta. La tía Laura y el primo Jimmy se dieron cuenta y lo atribuyeron a la decepción por la estrella. Ella les había dicho que estaba segura de que no la ganaría. Pero a Emily la estrella ya no le importaba.

Pero sí que lo pasó mal cuando regresó al instituto y se anunciaron los resultados de los exámenes. Ella no fue una de los envidiados cuatro que exhibieron estrellas, y la tía Ruth se lo recriminó durante semanas. La tía Ruth sentía que había perdido prestigio familiar a causa de Emily y estaba muy resentida. En términos generales, Emily sentía que el nuevo año había venido con muy malos auspicios para ella. El primer mes fue una época que nunca le gustó recordar. Se sentía muy sola. Ilse no podía ir a visitarla y, aunque ella se obligó a ir a verla, la sutil brecha que las separaba crecía lentamente. Ilse seguía sin dar señales de ser consciente de ello pero, por otro lado, ahora rara vez Emily estaba a solas con ella. El cuarto estaba siempre lleno de chicas, y había mucho ruido, risas, bromas y chismes sobre el colegio, todo muy inofensivo e incluso divertido, aunque muy diferente de la antigua intimidad y comprensiva camaradería que las unía. Antes eran dos compinches que podían caminar o estar sentadas durante horas, juntas, sin decir una palabra y, sin embargo, sentirse espléndidamente bien. Ahora, esos silencios no existían: cuando quedaban solas, charlaban alegre y huecamente, como si las dos tuvieran un miedo secreto a que llegara el momento del silencio que traiciona.

El corazón de Emily sufría por su amistad perdida; todas las noches su almohada se empapaba de lágrimas. Pero no podía hacer nada; no podía, por más que lo intentaba, deshacerse de la duda que se había apoderado de ella. Hizo sinceros esfuerzos por conseguirlo. Todos los días se decía que Ilse Burnley no podía haberle gastado aquella broma, que por temperamento era incapaz de algo así, y se iba a ver a Ilse con la firme determinación de ser exactamente lo que siempre había sido para ella. Sin embargo, el resultado era una actitud forzadamente cordial y amable, incluso efusiva, pareciéndose así tanto a su propia personalidad como a Evelyn Blake. Ilse era igualmente cordial y amable, y la brecha era más ancha que nunca.

«Ahora Ilse ya no se enfada conmigo», reflexionaba Emily, con tristeza.

Era cierto. Ilse siempre estaba de buen humor con Emily, presentando un frente impenetrable de cortesía que no quebraba ningún relámpago de su antiguo espíritu salvaje. Emily sentía que no deseaba nada tanto como una de las viejas rabietas tormentosas de Ilse. Rompería el hielo que se formaba tan implacablemente entre las dos y liberaría el río contenido de su antiguo afecto.

Una de las espinas más punzantes de la situación era que Evelyn Blake se daba perfecta cuenta de todo. La burla de sus grandes ojos castaños y el desdén oculto en sus frases, en apariencia inocentes, traicionaban su conocimiento y su goce al respecto. Eso era hiel y sal para Emily, que se sentía indefensa. Evelyn era una chica a quien irritaba la intimidad entre otras chicas y la amistad entre Ilse y Emily la había molestado en especial porque había sido tan completa y absorbente. En ella no había habido lugar para nadie más. Y a Evelyn no le gustaba sentir que la dejaban fuera, que había un jardín cerrado en el cual no podía entrar. Por lo tanto, estaba encantada al pensar que había terminado aquella hermosa amistad hasta lo ofensivo entre dos chicas a las que ella odiaba en secreto.