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1 de octubre de 19…
Esta tarde me he sentado junto a la ventana. A ratos escribía y a ratos miraba un par de pequeños arces, muy graciosos, que están al pie del jardín. Estuvieron toda la tarde murmurándose secretos. Se inclinaban uno hacia el otro y hablaban muy seriamente un momento; luego se enderezaban y se miraban, elevando los brazos en un cómico gesto de horror y asombro ante las revelaciones mutuas. Me pregunto qué escándalo se está cocinando en la Tierra de los Árboles.
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10 de octubre de 19…
Esta noche ha sido hermosa. He ido a la colina a pasear hasta que el crepúsculo se ha convertido en plena noche de otoño con la bendición de una quietud llena de estrellas. Estaba sola, pero no me sentía sola. He sido una reina en los salones de la fantasía. He mantenido una serie de conversaciones con compañeros imaginarios y se me han ocurrido tantas frases irónicas que me he sorprendido agradablemente de mí misma.
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28 de octubre de 19…
Esta noche he dado una de mis largas caminatas. En un mundo extraño, púrpura, en sombras, con grandes nubes frías que se amontonaban en un cielo amarillo, con colinas que meditaban en un silencio de bosques abandonados, con un mar que tropezaba contra una costa rocosa. Todo el paisaje parecía:
Como aquellos que esperan
hasta que el juicio exprese el destino.
Me ha hecho sentir… terriblemente sola.
¡Qué cambiante soy!
¿«Voluble», como dice la tía Elizabeth? ¿«Temperamental», como dice Andrew?
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5 de noviembre de 19…
¡Qué malhumorado está el mundo! Anteayer no carecía de hermosura, como una vieja y digna señora adecuadamente ataviada en castaños y armiño. Ayer intentó mostrarse juvenil, dándose todos los aires y las gracias de la primavera, con tapetes de neblinas azules. Y sin embargo, era una vieja arpía arrugada, fea y harapienta. Entonces se puso de mal humor por su propia fealdad y ha rezongado durante todo el día y toda la noche. He despertado de madrugada y he oído el viento rugiendo entre los árboles, y sus lágrimas de ira y de rencor golpeando mi ventana.
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23 de noviembre de 19…
Éste es el segundo día de una lluvia otoñal pesada e incesante. En realidad, este noviembre ha llovido casi todos los días. Hoy no ha venido el correo. El mundo exterior es algo desolado, con árboles mojados, chorreantes, y campos empapados. Y la humedad y las sombras se me han metido en el alma y en el espíritu despojándome de toda vida y energía.
No podía leer, comer, dormir, escribir ni hacer nada si no era obligándome a hacerlo, pero incluso así sentía que trataba de hacer esas cosas con las manos o la cabeza de otra persona y que no funcionaba muy bien con ellas. Me siento opaca, nada atractiva y nada encantadora: hasta me aburro de mí misma.
¡Me voy a llenar de moho con esta existencia!
¡Ya está! Me siento mejor con esta pequeña explosión de descontento. Me ha sacado algo de dentro. Sé que en la vida de todo el mundo hay días de depresión y desaliento en los que parece que todo pierde su sabor. El día más soleado tiene nubes; pero uno no debe olvidar que el sol está ahí, siempre.
¡Qué fácil filosofar en el papel!
(Pregunta: Si uno está fuera bajo una lluvia fría, ¿sirve de algo recordar que el sol sigue estando ahí?).
¡Bueno, gracias a Dios que no hay dos días exactamente iguales!
6
Este atardecer ha sido tormentoso, inquieto, detrás de las pálidas colinas descoloridas y ha brillado airado a través de los álamos de Lombardía y las oscuras ramas de los abetos en el bosque de John el Altivo, sacudidos súbita y penosamente de un lado a otro por las caprichosas ráfagas de viento. Me he sentado a mirar junto a la ventana. El jardín estaba oscuro y apenas alcanzaba a ver las hojas muertas arremolinadas, bailando una extraña danza en los senderos sin flores. Las pobres hojas muertas todavía no están muertas. Había aún suficiente vida en ellas para hacerlas movedizas y desdichadas. Aún escuchaban cada llamada del viento, que ya no pensaba en ellas si no sólo para jugar a su antojo e interrumpir su reposo. He sentido pena por las hojas que veía en el crepúsculo apagado y sobrenatural, y me he enfadado (con un malhumor que casi me ha hecho reír) con el viento que no las dejaba en paz. ¿Por qué ellas (y yo) debíamos sentimos humilladas por pasajeros hálitos de deseo por una vida que pasaba de largo?
No he tenido noticias ni siquiera de Ilse desde hace tiempo. Ella también me ha olvidado.
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10 de enero de 19…
Esta tarde, cuando volvía a casa del correo, con tres aceptaciones, he disfrutado de la belleza invernal que me rodeaba. Todo está tan quieto y tranquilo… el sol bajo se reflejaba sobre la nieve y la inmensa luna plateada, mi buena amiga, espiaba por encima de la Montaña Deliciosa.
¡Vaya cambio han supuesto estas tres aceptaciones!
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20 de enero de 19…
Ahora las noches son tan lóbregas y las horas diurnas, grises y sin sol. Trabajo y pienso todo el día y, cuando llega la noche, temprano, la lobreguez se asienta en mi alma. No puedo describir lo que siento. Es feo, peor que un dolor real. En la medida en que puedo expresarlo en palabras, siento un gran cansancio, un cansancio terrible, no del cuerpo o del cerebro sino de los sentimientos, unido a un acuciante miedo al futuro, cualquier futuro, incluso feliz, no, más que nada a un futuro feliz, porque en ese extraño estado de ánimo me parece que ser feliz exigiría más esfuerzo, más vitalidad de la que yo puedo llegar a poseer. La forma fantástica que asume mi miedo es que sería demasiado trabajoso ser feliz, tanto que me pediría demasiada energía.
Quiero ser sincera en este diario, ya que no en otro lado. Sé bien lo que me sucede. Esta tarde me he puesto a hurgar en mi viejo baúl de la buhardilla y he encontrado un paquete con las cartas que me escribió Teddy el primer año que pasó en Montreal. He sido tan tonta que me he sentado a leerlas.
Ha sido una locura. Ahora pago las consecuencias. Esas cartas tienen un tremendo poder de resurrección. Me siento rodeada de amargas fantasías y de fantasmas no convocados: las pequeñas alegrías espectrales del pasado.
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5 de febrero de 19…
La vida no me parece lo mismo que antes. Algo se ha ido. No soy desdichada, pero la vida me parece algo negativo. La disfruto en términos generales y paso muchos momentos hermosos. Tengo éxito, al menos cierta clase de éxito, y creciente, y una aguda comprensión de todo lo que el mundo y el tiempo pueden ofrecer de agradable e interesante. Pero por debajo de todo yace un acuciante sentido de vacío.
Todo esto es porque «estoy hundida hasta la rodilla en la nieve del invierno» y no puedo salir a pasear. Que llegue la época del deshielo y que pueda salir al bálsamo de los abetos, la paz de los lugares blancos y la «fuerza de las colinas» (¡qué hermosa es esa vieja frase de la Biblia!) y volveré a sentirme entera.
10
Sencillamente, anoche no pude soportar más el florero lleno de flores secas que tengo en la repisa del hogar. ¡Qué me importa que haga treinta años que estaban allí! Las saqué, abrí la ventana y las arrojé fuera. Esto me calmó y dormí como una criatura. Pero esta mañana el primo Jimmy las ha recogido y me las ha dado en secreto con una suave advertencia de que no vuelva a permitir que «vuelen» otra vez. Elizabeth se espantaría.
He vuelto a ponerlas en el florero. Uno no puede escapar a su destino.
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22 de febrero de 19…
Hoy el atardecer ha sido neblinoso, color crema y luego la luz de la luna. Qué luna. La noche es tal que podría quedarme dormida y soñar felices sueños de jardines, canciones y amistad, y sentir en medio del sueño el esplendor y el brillo de ese blanco mundo de luna, mientras de sus pensamientos nace una música suave y lejana.
He salido a dar un paseo solitario por ese mágico y esplendoroso mundo. He cruzado el huerto donde las sombras negras de los árboles caían sobre la nieve; he subido a la colina de un blanco resplandeciente, con las estrellas por encima; me he agazapado en bosques de abetos oscuros en su misterio y he seguido más allá, por pasadizos de árboles donde la noche se escondía de la luz de la luna; he paseado por un campo de ensueño de ébano y marfil. Tenía una cita con una amiga de viejos tiempos: la Señora Viento. Y cada aliento era un poema y cada pensamiento un éxtasis y, al regresar, mi alma estaba limpia, blanca, lavada en el gran baño de cristal de la noche.
Pero la tía Elizabeth ha dicho que la gente creería que estoy loca si me veía vagabundeando sola a esa hora de la noche. Y la tía Laura me hizo beber una infusión de grosellas por si había cogido frío. Sólo el primo Jimmy me ha comprendido en parte.
—Has salido para escaparte. Yo lo sé —susurró.
Mi alma ha pastado con las estrellas
en las praderas del espacio
Murmuré, a modo de respuesta.
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26 de febrero de 19…
Últimamente, Jasper Frost ha estado viniendo desde Shrewsbury. No creo que siga viniendo después de nuestra conversación de anoche. Me dijo que me amaba con un amor «que va a durar toda la eternidad». Pero yo consideré que una eternidad con Jasper sería un poco demasiado larga. La tía Elizabeth se sentirá decepcionada, pobrecita. A ella Jasper le cae bien y los Frost son «una buena familia». A mí también me cae bien, pero es demasiado formal y acartonado.
«¿Quieres un novio desaseado?», preguntó la tía Elizabeth.
Eso me cerró la boca. Porque no, no me gustaría.
«Ha de haber un término medio», protesté.
«Una muchacha no debe ser demasiado pretenciosa cuando…». Estoy segura de que la tía Elizabeth iba a decir «roza los veinticuatro». Pero cambió a «ella tampoco es totalmente perfecta».
Cómo me gustaría que el señor Carpenter viviera para «oír» las cursivas de la tía Elizabeth. Matan.
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1 de marzo de 19…
Una maravillosa música nocturna llega a mi ventana desde el bosque de John el Altivo. No, ya no es el bosque de John el Altivo.
¡El bosque de Emily Byrd Starr!
Lo he comprado hoy, con lo que he ganado con mis últimos cuentos. Y es mío… mío… mío. Todas las cosas hermosas que hay en él son mías: los paisajes iluminados por la luna, la gracia del olmo inmenso bajo la luz de las estrellas, los pequeños valles en sombras, las flores y los helechos, su primavera cristalina, la música del viento más dulce que la de un viejo violín Cremona. Ya nadie puede cortarlo ni profanarlo de ninguna manera.
¡Soy muy feliz! El viento es mi camarada y la estrella de la tarde mi amiga.
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23 de marzo de 19…
¿Hay un sonido en el mundo más triste que el alarido del viento entre los tejados y las ventanas en una noche de tormenta? Parece como si esta noche todos los angustiosos llantos de hermosas mujeres que murieron y fueron olvidadas hace siglos se repitieran en el gemido del viento. Todas mis penas del pasado hallan su voz en él como si gimieran, rogando que se les permita volver a entrar en el alma que las arrojó de sí. Hay sonidos extraños en ese viento que llama a mi pequeña ventana. Oigo los llantos de viejos dolores, y el gemido de viejos desencantos, y las canciones fantasmales de esperanzas muertas. El viento de la noche es el alma errante del pasado. No tiene participación en el futuro, por eso está triste.
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10 de abril de 19…
Esta mañana me he sentido yo misma como no me sucedía en mucho tiempo. He salido a caminar por la Montaña Deliciosa. Era una mañana suave, tranquila, nublada, con un hermoso cielo color perla y olor a primavera en el aire. Cada curva del camino de la colina era una vieja amiga. Y todo era tan joven. Abril no puede ser viejo. Los abetos jóvenes estaban verdes y amigables, con gotitas de humedad perlando sus hojas.
«Eres mía», clamaba el mar, al otro lado de Blair Water.
«Somos parte de ella», decían las colinas.
«Es mi hermana», soltó un abeto.
Mientras miraba todo, ha venido «el destello», mi viejo momento supremo que lamentablemente ha venido tan pocas veces en estos últimos meses de tristeza. ¿Lo perderé del todo a medida que pasen los años? ¿No tendré nada mío entonces, sino «la luz del día común»?
Pero al menos ha venido esta mañana y he sentido mi inmortalidad. Después de todo, la libertad es una cuestión del alma.
La naturaleza nunca traicionó
al corazón que la ha amado.
Siempre tiene el don de sanarnos si vamos a ella con humildad. Los recuerdos persistentes o infelices se desvanecen. De pronto he sentido que una antigua alegría me esperaba aún, justo al tomar una curva del camino de la colina.
Esta noche cantan las ranas. ¿Por qué será que la palabra «rana» es tan graciosa, tan encantadora, tan absurda y tan bonita?
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15 de mayo de 19…
Sé que cuando esté muerta, dormiré en paz bajo la hierba durante todo el verano, el otoño y el invierno pero, cuando llegue la primavera, mi corazón se agitará y latirá en mi sueño y clamará esperanzado a todas las voces que llamen a lo largo y ancho del mundo. Hoy la primavera y la mañana se reían la una de la otra y he salido hacia a ellas para formar un trío.
Hoy me ha escrito Ilse, una carta breve y roñosa en lo que hace a noticias, y habla de venir a casa.
«Echo de menos aquello —dice—. ¿Los pájaros silvestres siguen cantando en los bosques de Blair Water y siguen llamándose las olas más allá de las dunas? Las quiero. Y, ¡ay!, ver la luna levantándose por el puerto como la vimos tantas veces cuando éramos niñas. Y quiero verte. Las cartas son tan poco satisfactorias. Hay tantas cosas que quisiera hablar contigo. ¿Sabes que hoy me he sentido un poco vieja? Ha sido una sensación muy rara».
Ni mencionó el nombre de Teddy, pero me preguntó: «¿Es cierto que Perry Miller se ha comprometido con la hija del juez Elmsley?».
Yo creo que no, pero el rumor sirve para mostrar hasta dónde ha subido Perry.