1
—A quien madruga… Dios le da el deseo de su corazón —dijo Teddy, sentándose junto a Emily sobre la larga hierba sedosa de color verde pálido, a orillas del lago de Blair Water.
Había llegado tan silenciosamente que Emily no lo oyó hasta que lo vio, no pudo disimular la sorpresa y se ruborizó, y deseó con toda el alma que él no se hubiera dado cuenta. Se había despertado temprano y se sintió invadida por lo que su familia habría considerado, sin duda, un deseo temperamental de ver amanecer y hacerse de nuevos conocidos en el Edén. Así que bajó sin hacer ruido las escaleras de la Luna Nueva, cruzó el jardín y el bosque de John el Altivo para llegar al lago de Blair Water a esperar el misterio del amanecer. Nunca se le ocurrió pensar que Teddy también anduviera por allí.
—De vez en cuando me encanta venir aquí al amanecer —dijo él—. Creo que es la única oportunidad que tengo de estar sólo unos pocos minutos. Las tardes y las noches están dedicadas a la diversión alocada y mamá quiere que no me aparte de ella ni por un segundo durante las mañanas. Estos seis años han sido para ella de una soledad terrible.
—Lamento haber interrumpido tu valiosa soledad —dijo Emily, secamente, poseída del terrible temor de que él pudiera pensar que ella conocía este hábito suyo y había venido a propósito para encontrarlo.
Teddy rió.
—No te des aires de la Luna Nueva conmigo, Emily Byrd Starr. Sabes perfectamente bien que para mí encontrarte aquí es la mejor manera de empezar la mañana. Siempre tuve la loca esperanza de que ocurriera. Y ha sucedido. Sentémonos aquí, a soñar juntos. Dios ha hecho esta mañana para nosotros, para nosotros dos. Si hablamos la estropearíamos.
Emily estuvo de acuerdo en silencio. Qué hermoso era estar sentada con Teddy en la orilla del lago de Blair Water, bajo el coral del cielo tempranero y soñar, sólo soñar, sueños locos, dulces, secretos, inolvidables… sueños tontos. Sola con Teddy mientras todo el mundo alrededor dormía. ¡Ah, si este exquisito momento robado pudiera durar! Un verso de algún poema de Marjorie Picktail le tembló en la mente como una línea de pentagrama:
Ay, mantén al mundo por siempre en el amanecer.
Lo dijo para sí, como una plegaria.
Todo era tan hermoso en aquel momento mágico, antes de la salida del sol. Los azules lirios silvestres alrededor del estanque, las sombras violetas en las curvas de las dunas, la neblina blanca y delgadísima que pendía sobre el valle de botones de oro del otro lado del lago, el manto de oro y plata que se llamaba campo de margaritas, la deliciosa brisa fresca que venía del golfo, el azul de las tierras lejanas del otro lado del puerto, los mechones de humo púrpura y malva que subían en el aire quieto y dorado de las chimeneas de Stovepipe Town, donde los pescadores se levantaban temprano… Y Teddy tendido a sus pies, con las delgadas manos oscuras entrelazadas detrás de la cabeza. Emily volvió a sentir la atracción magnética de su personalidad. La sintió con tanta fuerza que no se atrevió a mirarlo a los ojos. Pero admitió ante sí misma, con una franqueza secreta que habría horrorizado a la tía Elizabeth, que quería entrelazar los dedos en aquellos brillantes cabellos negros, sentir los brazos de él rodeándola, apretar la mejilla contra la tierna mejilla de él, sentir los labios de Teddy sobre sus labios…
Teddy sacó una mano de detrás de la cabeza y la apoyó sobre una mano de Emily.
Por un momento de abandono, ella dejó quieta la mano. Pero en seguida le vinieron como un relámpago las palabras de Ilse, atravesándole la conciencia como una daga de fuego: «lo he visto aceptando los tributos»… «dedicando… un toque de la mano como recompensa»… «decir a cada una lo que él creía que ella quería oír». ¿Teddy habría adivinado lo que ella estaba pensando? A Emily sus pensamientos le habían parecido tan intensos que sintió que cualquiera presente podría verlos reflejados. Intolerable. Se puso en pie de un salto, apartando la mano.
—Tengo que irme.
Bruscamente. No pudo ser más suave. Él no debía pensar… no debía creer que… Teddy también se puso de pie. Hubo un cambio en su voz y en su mirada. El momento maravilloso había pasado.
—Yo también. Mamá estará esperándome. Siempre se levanta temprano. Pobre mamita. No ha cambiado nada. No está orgullosa de mi éxito, lo detesta. Para ella, el éxito me ha apartado de su lado. Los años no le han hecho las cosas más fáciles. Quiero que se venga conmigo, pero no quiere. Creo que es, en parte, porque no soporta dejar la vieja Tansy Patch y, en parte, porque no soporta verme encerrado en mi estudio trabajando, algo que la excluiría. Me pregunto cómo ha llegado a ser así. Desde que tengo uso de razón ha sido así, pero pienso que alguna vez tuvo que ser distinta. Es extraño que un hijo sepa tan poco de la vida de su madre como yo. Ni siquiera sé cómo se hizo esa cicatriz en la cara. De mi padre no sé casi nada, y absolutamente nada de mi familia paterna. Mamá no quiere hablar de los años anteriores a que viniéramos a Blair Water.
—En algún momento de su vida algo le hizo daño, pero le hizo daño de una manera tan terrible que nunca pudo recuperarse —dijo Emily.
—Tal vez la muerte de mi padre.
—No. Al menos, no si fue sólo una muerte. Tiene que haber algo más, algo ponzoñoso. Bueno, adiós.
—¿Irás al baile de la señora Chidlaw mañana por la noche?
—Sí. Me va a mandar a buscar con su coche.
—¡Ja! Entonces no tiene sentido que te invite a ir conmigo en un cochecito insignificante, y, además, prestado. Bueno, entonces invitaré a Ilse. ¿Perry va?
—No. Me dijo que no podía venir, tiene que prepararse para su primer caso. Empieza pasado mañana.
—Perry está progresando mucho, ¿no? Tiene una tenacidad de bulldog: una vez ha clavado los dientes en un objetivo ya no lo suelta. Será millonario y nosotros seguiremos siendo pobres como ratas. Pero, claro, nosotros vamos en pos del oro del arco iris, ¿verdad?
Ella no quería entretenerse: él podría pensar que lo hacía a propósito, que «esperaba con la lengua fuera», y le dio la espalda sin mucho miramiento. Él se había resignado muy rápidamente a «llevar a Ilse». Como si en realidad no le importara demasiado. Pero el roce de su mano sobre la suya seguía quemándole. En aquel momento fugaz, en aquella breve caricia, él se había apoderado totalmente de ella de una manera que Dean no hubiera logrado en años de matrimonio. En todo el día Emily no pudo pensar en otra cosa. Vivió y revivió aquel momento de abandono. Le parecía anormal que todo siguiera igual en la Luna Nueva y que el primo Jimmy se preocupara por las arañitas rojas del aster.
2
Un clavo en la carretera de Shrewsbury hizo que Emily llegara quince minutos tarde a la cena de la señora Chidlaw. Dirigió una rápida mirada al espejo antes de bajar y quedó satisfecha. Un arco de diamantes falsos en los cabellos oscuros (a su cabello le sentaban muy bien las piedras preciosas) le daba la nota necesaria de brillo al nuevo vestido de encaje de un verde plateado sobre un forro azul pálido que le quedaba tan bien. Se lo había elegido la señorita Royal en Nueva York y las tías Elizabeth y Laura se habían quedado mirándolo azoradas. La combinación de verde con azul era rarísima. Y era tan reducido… Pero, cuando Emily se lo probó, era otra persona. El primo Jimmy miró a la jovencita exquisita y resplandeciente, con un brillo de estrellas en los ojos, a la luz de las velas de la vieja cocina y, después de que se hubo ido, le dijo a Laura, con pesar:
—Con ese vestido no nos pertenece a nosotros.
—La hace parecer una actriz —dijo la tía Elizabeth, lapidaria.
Emily no se sintió como una actriz mientras bajaba corriendo las escaleras de la señora Chidlaw y cruzaba el mirador hasta la amplia terraza donde la señora había decidido servir la cena. Se sentía real, vital, feliz, llena de expectativas. Teddy estaría allí, habría la furtiva dulzura de observarlo en secreto cuando hablara con otras personas (y pensara en ella) y luego bailarían juntos. Tal vez le dijera… lo que hacía tiempo ella quería oír.
En el umbral de la puerta se detuvo un segundo, con los ojos suaves y soñadores como una sombra púrpura, y miró la escena que tenía delante, una de esas escenas que se recuerdan siempre por algún sutil encanto propio que poseen.
La mesa estaba servida en un extremo de la terraza techada de enredaderas. Atrás se levantaban altos abetos y álamos de Lombardía bajo un cielo crepuscular de un rosa apagado y un amarillo desvaído. Entre los troncos se veía la bahía, como un zafiro oscuro. Grandes masas de sombra, más allá de la pequeña isla de luz… el resplandor de las perlas en el cuello blanco de Ilse. Había otros invitados: el profesor Robins, de McGill, con su rostro largo y melancólico que parecía aún más largo con su extraña barba en forma de espada; la carita redonda y cremosa de Lisette Chidlaw, con los cabellos oscuros recogidos en un peinado alto y sus ojos oscuros y redondos; Jack Glenlake, guapo y soñador; Annette Shaw, un personaje adormecido en oro y blanco que siempre exhibía una afectada sonrisa a lo Mona Lisa; el rollizo Tom Hallam, con su graciosa cara irlandesa; Aylmer Vincent, bastante gordo, con una incipiente calvicie y aún haciéndoles bonitos discursos a las muchachas. ¡Qué absurdo recordar que en un tiempo lo había creído su Príncipe Azul! El solemne Gus Rankin, con una silla vacía al lado, evidentemente para ella. Elise Borland, joven y regordeta, alardeando un poco de sus hermosas manos a la luz de las velas. Pero de todos los presentes, Emily sólo veía a Teddy y a Ilse. Los demás eran títeres.
Estaban sentados juntos, frente a ella. Teddy impecable y bien acicalado, como siempre, con la cabeza de cabellos oscuros muy cerca de los cabellos dorados de Ilse. Ilse, una gloriosa criatura resplandeciente con un vestido de tafetán de un azul turquesa, semejante a una reina con encaje, parecido a la espuma sobre el pecho y con ramilletes de flores rosas y plateadas sobre el hombro. En el momento en que Emily los miraba, Ilse levantó la mirada hacia el rostro de Teddy y le hizo una pregunta, una pregunta íntima, vital, como se dio cuenta Emily por la expresión en el rostro de la muchacha. No recordaba haber visto jamás esa expresión en el rostro de Ilse. Había una especie de claro desafío en él. Teddy la miró y le respondió. Emily supo o sintió que la palabra «amor» era parte de la respuesta. Los dos se miraron un largo rato a los ojos, o al menos le pareció un largo rato a Emily, que contemplaba aquel intercambio de miradas extasiadas. Pero entonces Ilse se ruborizó y apartó la mirada. ¿Cuándo se había ruborizado Ilse alguna vez? Y Teddy levantó la cabeza y recorrió la mesa con ojos que parecían exultantes y victoriosos.
Emily se abstrajo de aquel terrible momento de desilusión y entró en el círculo de luz. Sintió su corazón, tan alegre y liviano un momento antes, frío y muerto. A pesar de las luces y las risas, le pareció que la noche helada iba a su encuentro. De repente, la vida entera parecía espantosa. Para ella fue una cena de hierbas amargas y no logró retener nada de lo que le dijo Gus Rankin. Ni una vez miró a Teddy, que parecía de un espléndido buen humor y no dejaba de bromear con Ilse, y estuvo fría e indiferente durante toda la comida. Gus Rankin contó sus mejores historias, pero a ella, como a la reina Victoria de bendita memoria, no le hicieron gracia. La señora Chidlaw se sintió ofendida y arrepentida de haber enviado su coche a una invitada tan temperamental. Probablemente estaba enfadada porque la habían sentado junto a Gus Rankin, invitado en el último momento para cubrir la ausencia de Perry Miller. Y con cara de duquesa ofendida. Pero había que ser amable con ella. De lo contrario, era capaz de describirla como personaje en uno de sus libros. ¡No olvidemos cuando escribió una crítica de nuestra obra de teatro! En realidad, la pobre Emily agradecía a los dioses del cielo que la hubieran puesto junto a Gus Rankin, que ni quería ni esperaba que los demás hablaran.
El baile fue espantoso para Emily. Se sentía como un fantasma moviéndose entre juerguistas que nada tenían que ver con ella. Bailó sólo una vez con Teddy, y Teddy, al darse cuenta de que era sólo su delgada forma verde plateada lo que sostenía entre sus brazos, mientras que su alma se había retirado a una ciudadela lejana e inexpugnable, no volvió a invitarla. Teddy bailó varias veces con Ilse y luego se quedó sentado mucho rato con ella en el jardín. Se notó y comentó su dedicación a ella. Millicent Chidlaw preguntó a Emily si los rumores de que Ilse Burnley y Frederick Kent estaban comprometidos eran ciertos.
—Él siempre ha estado loco por ella, ¿verdad? —inquirió Millicent.
Emily respondió, con voz fría e impertinente, que eso creía. ¿Millicent estaba interrogándola para ver si se delataba?
Claro que Teddy estaba enamorado de Ilse. ¿Por qué extrañarse? ¡Ilse era tan hermosa! ¿Qué oportunidad podía tener su encanto lunar, de oscuridad y plata, frente a aquella belleza de oro y marfil? A ella Teddy la quería como a una vieja amiga y compañera. Eso era todo. Otra vez se había portado como una tonta. Siempre engañándose a sí misma. Aquella mañana en Blair Water, cuando casi estuvo a punto de dar a entender a Teddy… tal vez Teddy se había dado cuenta… pensarlo era insoportable. ¿Alguna vez aprendería a tener juicio? Ah, sí, esa noche lo había aprendido. Basta de tonterías. ¡Qué prudente, digna e irreprochable sería de ahora en adelante!
¿No había un viejo proverbio, feísimo y vulgar, sobre cerrar la puerta del establo después de que han robado el caballo?
Pero ¿cómo haría para soportar el resto de la noche?