CAPÍTULO DOS

1

La Luna Nueva

18 de noviembre de 19…

Hoy el número de diciembre de Marchwood incluye mi poema El rebaño volador. Considero que la ocasión es digna de mención en mi diario porque le dedican al poema una página entera con ilustración y todo. Es la primera vez que un poema mío es tan enaltecido. Creo que es bastante malo; cuando se lo leí el señor Carpenter se limitó a carraspear y se negó a hacer comentarios. El señor Carpenter nunca «condena con un débil elogio», aunque con el silencio puede condenar de una manera aplastante. Pero mi poema aparece tan digno que un lector inadvertido puede suponerlo bueno. Bendito sea el bondadoso editor que tuvo la inspiración de hacer que lo ilustraran. Ha aumentado considerablemente mi autoestima.

Pero la ilustración no me gustó mucho. El artista no entendió en absoluto lo que yo quise decir. Teddy lo habría hecho mucho mejor.

A Teddy le va muy bien en la Escuela de Diseño. Y Vega brilla con gran resplandor todas las noches. Me pregunto si él pensará en mí cuando la ve. O si la ve. Tal vez las luces eléctricas de Montreal la oculten. Parece que Teddy se ve bastante con Ilse. Es una suerte para los dos conocerse en esa gran ciudad llena de extraños.

2

26 de noviembre 19…

La tarde de hoy ha sido esplendorosa, con la suavidad del verano y la dulzura del otoño. Me he sentado a leer un rato larguísimo en el cementerio, junto al estanque. A la tía Elizabeth le parece un lugar muy grotesco para sentarse y dice a la tía Laura que teme que haya una tendencia morbosa en mí. Yo no le encuentro nada de morboso. Es un lugar hermoso donde siempre los vientos vagabundos que cruzan el lago de Blair Water traen dulces aromas silvestres. Y es tan tranquilo y apacible…, con todas las viejas tumbas a mi alrededor, pequeñas elevaciones verdes salpicadas por pequeños helechos. Hombres y mujeres de mi casa yacen allí. Hombres y mujeres que han sido victoriosos; hombres y mujeres que han sido vencidos, y sus victorias y sus derrotas son ahora una sola cosa. Allí nunca puedo sentirme ni muy exultante ni muy deprimida. Todo pierde, tanto los sabores como los sinsabores. Me gustan las viejísimas losas de arenisca roja, en especial la de Mary Murray, con su «Aquí me quedo», la inscripción en la que su esposo puso todo el encono escondido a lo largo de su vida. La tumba de él está al lado y estoy segura de que hace mucho que se han perdonado. Y tal vez a veces vuelvan, en medio de la oscuridad lunar, miren la inscripción y se rían. El musgo está empezando a ocultarla. El primo Jimmy ya no la limpia. Algún día la cubrirá del todo y no quedará más que una mancha roja, verde y plateada sobre la vieja losa.

20 de diciembre de 19…

Hoy ha sucedido algo fantástico. Me siento agradablemente exaltada. ¡¡¡¡¡Madison ha aceptado mi cuento Una grieta en el proceso!!!!! Sí, merece los signos de admiración, por supuesto. De no ser por el señor Carpenter lo escribiría todo en cursiva. ¡Cursiva! No, usaría mayúsculas. Es muy difícil entrar en Madison. ¡Si lo sabré! Cuántas veces lo intenté sin conseguir más que una colección de «lo lamentamos» a cambio de mis penurias. Pero al fin me han abierto las puertas. Aparecer en Madison es una señal clara e inequívoca de que se está llegando a alguna parte en el Sendero Alpino. El querido editor tuvo la bondad de decir que era un cuento muy bueno.

¡Qué hombre tan agradable!

Me ha mandado un cheque por cincuenta dólares. Pronto podré empezar a devolverles a la tía Ruth y al tío Wallace lo que gastaron en mí en Shrewsbury. Como siempre, la tía Elizabeth ha mirado el cheque con desconfianza pero, por primera vez, ha omitido preguntar si el banco me lo pagaría. Los hermosos ojos azules de la tía Laura han resplandecido de orgullo. Los ojos de la tía Laura resplandecen. Ella es victoriana. Los ojos eduardianos brillan, centellean y seducen, pero no resplandecen. A mí me gustan los ojos que resplandecen, en especial cuando es por un éxito mío.

El primo Jimmy dice que Madison vale más que todas las demás revistas yanquis juntas, en su opinión.

Me pregunto si a Dean Priest le gustará Una grieta en el proceso. Y si me lo dirá. Ahora ya no elogia nada de lo que escribo. Y yo siento un ansia enorme por obligarlo a que lo haga. Siento que el suyo es el único elogio, aparte del señor Carpenter, que vale la pena.

Es raro lo de Dean. Da la impresión de que, misteriosamente, se ha vuelto más joven. Hace unos años yo lo consideraba bastante viejo. Ahora me parece sólo un hombre maduro. Si seguimos así pronto será un muchacho. Supongo que he empezado a madurar un poco y lo estoy alcanzando. A la tía Elizabeth no le gusta mi amistad con él, no le ha gustado nunca. La tía Elizabeth siente una marcada antipatía por cualquier Priest. Pero yo no sé qué haría sin la amistad de Dean. Es la sal de la vida.

15 de enero de 19…

Hoy ha habido tormenta. He pasado la noche en vela después de recibir cuatro rechazos de sendos manuscritos que me parecían especialmente buenos. Como predijo la señorita Royal, creo que fui muy idiota al decidir no irme con ella a Nueva York cuando tuve la oportunidad. Ah, no me extraña que los niños pequeños lloren cuando se despiertan en la mitad de la noche. Yo quisiera poder hacerlo tantas veces… A esas horas todo me presiona el alma y no le veo el lado bueno a nada. Toda la mañana he estado triste y malhumorada y esperaba la llegada del correo como lo único que podía rescatarme de la depresión. Hay siempre una expectativa y una incertidumbre fascinantes en la llegada de la correspondencia. ¿Qué me traería? ¿Una carta de Teddy? Teddy escribe unas cartas preciosas. ¿Un bonito sobre delgado con un cheque? ¿Un sobre gordo, penosamente elocuente de más manuscritos rechazados? ¿Una de las fascinantes cartas garabateadas de Ilse? Nada por el estilo. Simplemente una airada epístola de la prima segunda Beulah Grant, de Derry Pond, que está furiosa porque piensa que «la describí» en mi cuento Tontos por costumbre, que acaba de aparecer en un periódico rural canadiense de amplia circulación. Me escribió una carta dura y llena de reproches que he recibido hoy. Supone que yo «podría haber exceptuado a una vieja amiga que siempre me ha deseado el bien». Ella «no está acostumbrada a verse ridiculizada en los diarios» y ¿tendría yo la gentileza, en el futuro, de abstenerme de convertirla en el blanco de mi supuesto ingenio en la prensa pública? A decir verdad, la prima segunda Beulah esgrime una pluma fácil, y, si bien algunas partes de su carta me dolieron, otras me pusieron furiosa. A mí ni por un momento se me ocurrió pensar en la prima Beulah cuando escribí ese cuento. Y, aunque lo hubiera pensado, ciertamente no la habría incluido. Es demasiado estúpida y vulgar. Y no se parece en nada a la tía Kate que es, me precio de decirlo, una anciana señora vívida, chispeante y llena de humor.

Pero la prima Beulah también le escribió a la tía Elizabeth y hemos tenido una trifulca familiar. La tía Elizabeth no cree en mi inocencia, afirma que la tía Kate es un retrato exacto de la prima Beulah y me solicita amablemente (las solicitudes amables de la tía Elizabeth son de temer) que no caricaturice a mis parientes en mis futuras obras.

«Es —dijo la tía Elizabeth en su estilo majestuoso—, algo que ningún Murray haría: ganar dinero a costa de las particularidades de sus familiares».

Otra de las predicciones de la señorita Royal que se ha cumplido. Ay, ¿tendría razón con todas las demás? Si fuera así…

Pero el golpe mayor provino del primo Jimmy, que se había reído mucho con Tontos por costumbre.

«No te preocupes por la vieja Beulah, gatita —me susurró—. Está bien. La dejaste calcada en la tía Kate. Yo la reconocí antes de terminar la primera página. Me di cuenta por su nariz».

¡Era eso! Por desgracia, había dotado a la tía Kate con una «nariz larga y ganchuda». No puede negarse que la nariz de la prima Beulah es larga y ganchuda. Se ha condenado a muchos con pruebas circunstanciales no mucho más claras. De nada sirvió que me desgañitara, desolada, explicando que ni se me había ocurrido pensar en la prima Beulah. El primo Jimmy asintió y volvió a reír.

«Claro. Mejor no decir nada. Mejor no decir nada de esas cosas».

Lo peor de todo esto es que si la tía Kate es de verdad como la prima Beulah Grant, entonces fracasé de forma notoria en lo que intenté hacer.

Sin embargo, me siento mucho mejor ahora que cuando empecé a escribir esto. Me he sacado de encima bastante resentimiento, rebelión y desaliento.

Ésa es la principal función de un diario íntimo, creo.

3

3 de febrero 19…

Hoy ha sido un gran día. He recibido tres aceptaciones. Y un editor me pide que le envíe algunos cuentos. Claro que no me gusta que un editor me pida que le mande un cuento. Es mucho peor que mandarlo si no me lo piden. La humillación de que me lo devuelvan después es mucho mayor que si envío un manuscrito a un oscuro personaje detrás de un escritorio en una editorial que está a miles de kilómetros de distancia.

Y he decidido que no puedo escribir un cuento por encargo. «Es una tarea diabólica». Ya lo he intentado. El editor de Gente joven me pidió que escribiera un cuento con determinados parámetros. Lo escribí. Me lo devolvió, señalando algunos fallos y pidiéndome que lo reescribiera. Lo intenté. Escribí y reescribí y cambié y añadí hasta que el manuscrito parecía un disparatado mosaico en negro, azul y rojo. Por fin levanté la tapa del fogón y tiré el cuento original y todas sus variantes.

Después de esto voy a escribir lo que yo quiera. ¡Qué los editores se vayan al… cielo!

Esta noche hay luces en el norte y una luna nueva cubierta de nubes.

4

16 de febrero de 19…

Mi cuento El valor de la broma ha aparecido hoy en Hogar mensual. Pero yo sólo soy una «más» de los de la portada. Sin embargo, para compensar, en Días de la niñez me incluyeron en el índice como «nuestra reconocida y apreciada colaboradora de este año». El primo Jimmy leyó el prólogo de ese editor más de una docena de veces y lo oí murmurar «reconocida y apreciada» mientras cortaba leña. Después fue a la tienda de la esquina y me trajo otro cuaderno. Cada vez que alcanzo un nuevo objetivo en el Sendero Alpino el primo Jimmy lo celebra regalándome un cuaderno nuevo. Yo nunca me compro cuadernos. Él se ofendería. Siempre mira el montón de cuadernos que hay sobre mi escritorio con admiración y reverencia, creyendo firmemente que la mezcolanza de descripciones, personajes y «cositas» que contienen encierra una literatura maravillosa.

Siempre le doy mis cuentos a Dean para que los lea. No puedo evitarlo, aunque siempre me los devuelve sin un comentario o, peor, con un débil elogio. Se ha convertido en una obsesión obligar a Dean a admitir que puedo escribir algo valioso. Eso sería triunfar. A menos que lo haga, y si es que lo hace, todo será polvo y cenizas. Porque… él sabe.

5

2 de abril de 19…

La primavera ha afectado a cierto jovencito de Shrewsbury que viene de vez en cuando a la Luna Nueva. No es un pretendiente que cuente con la aprobación de la Casa Murray. Ni, lo que es más importante, que apruebe tampoco E. B. Starr. La tía Elizabeth se puso de muy mal humor porque fui a un concierto con él. Cuando volví a casa estaba levantada.

«Como ves, no me he fugado, tía Elizabeth —le dije—. Te prometo que no me fugaré. Si alguna vez quiero casarme con alguien te lo diré y me casaré con él, aunque te resistas».

No sé si la tía Elizabeth se fue a acostar más tranquila o no. Mi madre se fugó (¡gracias al cielo!) y la tía Elizabeth cree a pie juntillas en que todo se hereda.

6

15 de abril de 19…

Esta noche he subido la colina y he merodeado a la luz de la luna por la Casa Desilusionada. Ésta fue construida hace treinta y siete años, al menos en parte, para una novia que nunca llegó. Y ahí ha estado desde entonces, tapiada, sin terminar, con el corazón deshecho, atormentada por los fantasmas tímidos y abandonados de cosas que tendrían que haber sucedido, pero nunca sucedieron. Siempre siento pena por ella. Por sus pobres ojos ciegos que nunca han visto, que ni siquiera tienen recuerdos. Ninguna luz doméstica ha brillado a través de ellos una sola vez, ni un resplandor del fuego del hogar. Podría haber sido una casita preciosa, acurrucada en la colina boscosa, rodeándose de pequeños abetos rojos para que la cubrieran. Una casita cálida, amistosa. No como la nueva que está construyendo Tom Semple en el Corner. Ésa es una casa de mal carácter. Parece una zorra, con ojos pequeños y ángulos agudos. Es raro cuánta personalidad puede tener una casa, incluso antes de que se haya vivido en ella. Una vez, hace muchísimo tiempo, cuando Teddy y yo éramos niños, arrancamos una madera de la ventana, entramos e hicimos un pequeño fuego en el hogar. Entonces nos sentamos allí y planeamos nuestras vidas. Queríamos pasarlas juntos en esa misma casa. Supongo que Teddy se ha olvidado de todas esas tonterías infantiles. A menudo me escribe y sus cartas son vitales, alegres y muy típicas de Teddy. Y me cuenta todas las pequeñas cosas que quiero saber de su vida. Pero en los últimos tiempos me da la impresión de que se han vuelto algo impersonales. Tanto podrían haber sido escritas para Ilse como para mí.

Pobre Casita Desilusionada. Supongo que siempre estarás desilusionada.

7

1 de mayo de 19…

¡Primavera otra vez! Álamos jóvenes con blancas hojas etéreas. Leguas de golfo rizado más allá de las dunas color plata y lila.

El invierno se ha ido con increíble velocidad, a pesar de algunas terribles, negras tres-de-la-mañana y de algunos desalentados atardeceres solitarios. Dean pronto volverá a su casa de Florida. Pero este verano no vendrán ni Teddy ni Ilse. Esto me ha supuesto una o dos noches de insomnio. Ilse irá a la costa a visitar a una tía, una hermana de su madre que nunca antes se preocupó por ella. A Teddy le surgió la oportunidad de ilustrar una serie de historias sobre la Policía Montada del Norte para una empresa de Nueva York y tiene que pasar las vacaciones haciendo bosquejos para ellas en el lejano norte. Claro que es una oportunidad espléndida para él y yo no tendría que apenarme en lo más mínimo… si él pareciera algo apenado por no venir a Blair Water. Pero no está apenado.

Bien, supongo que Blair Water y la antigua vida aquí son para él como un cuento que terminó.

No me había dado cuenta de cuántas expectativas había depositado en el hecho de que Ilse y Teddy pasaran aquí para el verano ni de hasta qué punto la esperanza de su vuelta me había ayudado a superar algunos malos momentos del invierno. Cuando me permito recordar que ni una sola vez oiré este verano el silbido de Teddy en el bosque de John el Altivo, que ni una vez voy a encontrármelo en ninguno de esos lugares secretos y hermosos, senderos o arroyos, que ni una vez intercambiaré con él una mirada significativa en medio de una multitud cuando hubiera ocurrido algo que tuviera alguna importancia para nosotros, parece que la vida pierde todo su color y deja sólo un algo desteñido, descolorido, hecho de hilachas y harapos.

Ayer me encontré con la señora Kent en el correo, y ella se detuvo a hablar conmigo, algo que casi nunca hace. Me odia tanto como de costumbre.

«Supongo que te enteraste de que este verano Teddy no vendrá a casa».

«Sí», dije con sequedad.

En sus ojos hubo una especie de extraño triunfo en el momento en que se dio vuelta para irse, un triunfo que yo entendí. Está muy triste por ella porque Teddy no viene a casa, pero está exultante porque tampoco va a estar en casa para mí. Esto demuestra, y ella está completamente segura, que a él yo no le importo nada.

Bueno, yo diría que tiene razón. Sin embargo, uno no puede ponerse del todo triste en primavera.

¡Y Andrew está comprometido! Con una chica que cuenta con la absoluta aprobación de la tía Addie. «No estaría más satisfecha con la elección de Andrew ni aunque la hubiera elegido yo misma», le ha dicho esta tarde a la tía Elizabeth. A la tía Elizabeth y a mí. La tía Elizabeth se ha alegrado (o dijo que se alegraba) pero ha mostrado cierta indiferencia. La tía Laura ha llorado un poquito: la tía Laura siempre llora un poquito cuando alguien a quien ella conoce nace, muere, se casa, se compromete, viene, se va o vota por primera vez. No ha podido evitar sentirse algo decepcionada. Andrew habría sido un esposo muy seguro para mí. Pero en Andrew no hay dinamita.