Sueño de lobos

El señor Pai era de Ghi-li, y su hijo mayor se llamaba Chia. Este último había desempeñado durante cerca de dos años el cargo de magistrado en el sur; pero a causa de la gran distancia, su familia no había tenido noticias suyas.

Un día, llegó un pariente lejano llamado Ting; y como el señor Pai no había visto a este caballero en mucho tiempo, le acogió con mucha cordialidad. Ting era una de esas personas que ocasionalmente son empleadas por el Juez de las Regiones Infernales para hacer arrestos en la tierra; mientras estaban charlando, el señor Pai le preguntó por el reino subterráneo.

Ting le contó todo tipo de cosas extrañas, pero Pai no le creyó, respondiendo sólo con una sonrisa. Unos días después, acababa de acostarse a dormir, cuando entró Ting y le pidió que le acompañara a pasear.

Salieron juntos, y paso a paso llegaron a la ciudad. “Allí”, dijo Ting, señalando una puerta, “vive tu sobrino”; aludiendo a un hijo de la hermana mayor del señor Pai, que era magistrado en Honan. Y cuando Pai expresó sus dudas sobre la exactitud de esta información, Ting le condujo adentro, donde, ¡oh! sorpresa, estaba su sobrino, sentado en su corte de justicia y vestido con el traje oficial. A su alrededor estaba la guardia y era imposible acercarse; Ting comentó que la residencia de su hijo no estaba lejos, y le preguntó a Pai si no le gustaría verle también. Este último asintió, y se pusieron en camino. Por fin llegaron a un gran edificio, que Ting dijo era el lugar. En la entrada había un fiero lobo, y al señor Pai le daba miedo entrar. Ting le convenció, y cuando pasaron al interior descubrieron que todos los empleados de la casa, algunos de los cuales estaban de pie y otros tumbados durmiendo, eran lobos. El camino central estaba lleno de huesos blanquecinos, y el señor Pai empezó a sentirse terriblemente asustado; pero Ting se mantenía cerca de él todo el tiempo, y por fin llegaron al interior sanos y salvos.

El hijo de Pai, Chia, salía en ese instante; cuando vio a su padre acompañado de Ting se alegró mucho, les rogó que tomaran asiento y ordenó a los criados que sirvieran refrescos. Poco después un gran lobo llegó con el esqueleto de un hombre en la boca y lo depositó ante ellos.

El señor Pai se levantó consternado, y le preguntó a su hijo qué significaba aquello. “Es sólo un ligero refrigerio para ti, padre” contestó Chia; pero esto no calmó la agitación del señor Pai, que se hubiera marchado inmediatamente a no ser por la multitud de lobos que le cerraban el camino.

Cuando meditaba qué hacer, hubo una estampida general de los animales, que se escondieron, algunos bajo los canapés y otros bajo las mesas y sillas. Y mientras se preguntaba cuál podía ser la causa de esto, entraron dos caballeros con armaduras doradas, que, mirando a Chia con dureza, sacaron una cuerda negra y le ataron manos y pies. Chia se arrojó al suelo y se convirtió en un tigre de terribles fauces; uno de los caballeros sacó una espada resplandeciente, y le hubiera cortado la cabeza si el otro no hubiera exclamado: “Aún no, aún no, eso lo dejaremos para el cuarto mes del próximo año. Ahora vamos a arrancarle los dientes.”

Sacó un gran martillo, y con unos pocos golpes esparció por el suelo los dientes del tigre, mientras la fiera rugía muy fuerte por el dolor, asustando terriblemente al señor Pai, que se despertó sobresaltado. Descubrió que había estado soñando, e inmediatamente envió a su criado a pedir al señor Ting que fuera a verle; pero este respondió que tendría que disculparle.

El señor Pai meditó sobre su sueño, y envió a su segundo hijo con una carta para Chia, llena de advertencias y buenos consejos. Cuando el hermano menor llegó a su destino, encontró que Chia había perdido todos los dientes delanteros como consecuencia de una caída de caballo estando ebrio.

Al comparar las fechas, descubrió que el día de la caída coincidía con la fecha del sueño de su padre. El hermano menor se sorprendió mucho, e inmediatamente sacó la carta y se la entregó a Chia. Éste se quedó lívido, pero enseguida preguntó a su hermano menor qué había de sorprendente en la coincidencia de un sueño.

Por aquel tiempo Chia estaba muy ocupado sobornando a sus superiores para que le pusieran el primero en la lista de ascensos, así que pronto olvidó todo lo referente al sueño; mientras tanto el hermano menor, observó la clase de arpías que eran los subordinados de Chia: aceptaban regalos de unos, utilizaban su influencia para complacer a otro, en un ininterrumpido círculo de corrupción; se acercó a su hermano y con lágrimas en los ojos le suplicó que pusiera fin a sus rapacidades. “Hermano mío”, contestó Chia “tu vida ha transcurrido en un oscuro pueblo; no sabes nada de la vida de la administración. Somos ascendidos o degradados según la voluntad de nuestros superiores, y no según la voluntad del pueblo. Por lo tanto, aquel que complace a sus superiores está destinado al éxito, mientras que el que satisface los deseos del pueblo está incapacitado para complacer también a su superior”. El hermano de Chia comprendió que su consejo caía en saco roto; así que volvió a casa y le dijo a su padre todo lo que había sucedido. El anciano se entristeció mucho, pero no podía hacer nada, así que se dedicó a ayudar a los pobres y a otros actos de caridad, rezando todos los días a los dioses para que sólo su malvado hijo sufriera por sus crímenes, sin que la desgracia cayera también sobre su inocente esposa e hijos. Al año siguiente se supo que Chia había sido recomendado para un puesto ministerial, y los amigos llegaron a la puerta del padre a felicitarle por el feliz evento. Pero el anciano lloró y se fue a la cama, pretextando estar demasiado enfermo para recibir visitas.

No había pasado mucho tiempo cuando llegó la noticia de que Chia había sido apresado por un grupo de bandidos cuando se dirigía a su casa, y que él y toda su escolta habían sido asesinados.

Al saberlo su padre se levantó y dijo: “En verdad los dioses han sido buenos conmigo, porque han hecho recaer el castigo por sus pecados sólo sobre él; e inmediatamente se dispuso a quemar incienso y a dar gracias. Algunos amigos intentaron persuadirle de que la noticia probablemente fuera falsa; pero el anciano no dudaba, y se apresuró a disponer la tumba de su hijo.

Pero Chia aún no había muerto. En la fatal cuarta luna había emprendido su viaje, y cayó prisionero de los bandidos, a quienes ofreció todo su dinero y cosas de valor; pero aquéllos exclamaron: “Hemos venido para vengar las crueles injusticias hechas a muchos cientos de víctimas; ¿piensas que sólo queremos esto?

Entonces le cortaron la cabeza, y también la cabeza de su malvado secretario, y las cabezas de varios de sus criados que habían sido especialmente diligentes llevando a cabo sus vergonzosas órdenes, y que ahora le acompañaban a la capital. Después repartieron el botín entre ellos y huyeron a toda velocidad. El alma de Chia permaneció algún tiempo cerca del cuerpo, y un mandarín que pasaba por el lugar preguntó quién era el muerto. Uno de los servidores contestó que había sido magistrado en tal y tal lugar, y que su nombre era Chia. “¡Cómo!”, dijo el mandarín, “¿el hijo del anciano señor Pai? Es difícil que su padre sobreviva a esta pena. Volved a ponerle la cabeza[15]”. Un hombre se adelantó y colocó la cabeza a Chia sobre los hombros; pero el mandarín le interrumpió diciendo: “Un hombre perverso no debe tener un cuerpo perfecto; ponle la cabeza de lado.”

Poco a poco el alma de Chia volvió a su alojamiento, y cuando su mujer y sus hijos llegaron para llevarse el cuerpo, descubrieron que aún respiraba. Le llevaron a casa, y le dieron un poco de comida, y la pudo tragar; pero el alimento no podía continuar su viaje, porque la cabeza estaba del revés. Pasaron seis meses antes de que el padre supiera la verdad; y cuando se enteró envió al segundo hijo para que llevara a su hermano a casa. Chia había vuelto a la vida, pero podía ver su espalda, y desde entonces fue considerado más una monstruosidad que un hombre. Poco después, el sobrino que el anciano señor Pai había visto sentado en su corte rodeado de oficiales, fue nombrado censor imperial, y así todos los detalles del sueño extrañamente se cumplieron.