El tigre de Chao-ch’êng

En Chao-ch’êng vivía una anciana de más de setenta años, que tenía un hijo único. Un día el hijo subió al monte y fue devorado por un tigre; la madre se sumió en un dolor tan hondo que ni deseos tenía de vivir. Llorando y lamentándose acudió a contar su historia al magistrado del lugar, que riéndose le preguntó cómo pensaba que el peso de la ley podía recaer sobre un tigre.

Pero la anciana no se conformó, y por último el magistrado perdió la paciencia y le ordenó que se fuera. La anciana no se dio por enterada; y el magistrado, conmovido por su avanzada edad, y no deseando recurrir a la fuerza, le prometió que el tigre sería arrestado. No obstante, ella no quería irse hasta que la orden de arresto fuera extendida; así que el magistrado, no sabiendo qué hacer, preguntó a sus ayudantes quién quería llevar a cabo la captura. Al oír esto, uno de ellos, Li-Nêng, que estaba totalmente borracho, se adelantó y dijo que él lo haría. Se extendió el mandamiento judicial y la anciana se fue.

Cuando nuestro amigo Li-Nêng recobró la sobriedad se arrepintió de lo que había hecho; pero pensando que todo era un truco de su superior para deshacerse de una vieja inoportuna, no se preocupó demasiado, y entregó la orden de prisión como si esta hubiera sido cumplida. “¡No!”, exclamó el magistrado; “dijiste que lo podías hacer y ahora debes cumplir tu palabra”. Li-Nêng no sabía qué hacer, y rogó que se le permitiera reclutar a los cazadores del distrito; lo que le fue concedido. Así que reunió a los hombres y se dispuso a pasar el día y la noche en las montañas con la esperanza de cazar un tigre, demostrando así haber cumplido con su deber.

Pasó un mes, durante el cual recibió varios cientos de golpes con la vara de bambú, y al fin, desesperado, se dirigió al templo de Ch’êng-huang, en el suburbio oriental, donde, cayendo de rodillas, lloró y rezó. No había pasado mucho tiempo cuando entró un tigre, y Li-Nêng, muerto de miedo, pensó que iba a ser comido vivo. Pero el tigre no hizo caso de nada y permaneció sentado en la entrada. Entonces Li-Nêng se dirigió al animal con estas palabras:

“Oh tigre, si mataste al hijo de esa anciana, déjame que te ate con esta cuerda”; y sacando una cuerda del bolsillo la pasó por el cuello del animal. El tigre bajó las orejas, se dejó atar y siguió a Li-Nêng a la oficina del magistrado. Este último le interrogó diciendo: “¿Te comiste al hijo de la anciana?” A lo que el tigre contestó asintiendo con la cabeza; y el magistrado continuó:

“La ley dice que los asesinos deben morir. Además, esta anciana sólo tenía ese hijo, y al quitarle la vida la has dejado sin el único sostén de sus últimos años. Pero si prometes ser como un hijo para ella, tu crimen te será perdonado.” El tigre asintió de nuevo, y el magistrado ordenó que fuera puesto en libertad; cuando la anciana supo lo que había ocurrido, se encolerizó pensando que el tigre debía haber pagado con su vida el asesinato de su hijo.

Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando abrió la puerta de su casa, encontró un ciervo muerto; y al vender la carne y la piel, pudo comprar comida. A partir de ese día esto se convirtió en un hábito, y algunas veces el tigre incluso le llevaba dinero y objetos preciosos, con lo que la anciana se hizo bastante rica, y estaba mucho mejor atendida de lo que lo había estado por su propio hijo.

Así que le tomó aprecio al tigre, que con frecuencia iba y dormía en el porche, quedándose a veces durante todo el día, sin dar motivos de miedo ni a hombres ni a animales.

A los pocos años, la anciana murió; el tigre fue y rugió sus lamentos en la entrada. Sin embargo, con todo el dinero que había ahorrado, tuvo un funeral espléndido; y mientras sus parientes rodeaban la tumba, apareció el tigre y les hizo huir temerosos. Pero el tigre sólo había ido al entierro, y después de rugir como un trueno, desapareció de nuevo.

La gente del lugar construyó una capilla en honor del Tigre Fiel; y allí permanece hasta este día.