En la provincia de Kuangtung vivía un erudito llamado Kuo; una noche se dirigía a casa después de visitar a un amigo, cuando se perdió en las colinas. Llegó a una jungla espesa, donde, después de vagar durante una hora, de pronto escuchó el rumor de risas y conversaciones en lo alto de una colina. Rápidamente se dirigió hacia donde oía el sonido, y allí encontró a unas diez o doce personas sentadas en el suelo bebiendo[7]. Al ver a Kuo todos exclamaron: “Ven aquí, hay sitio para otro; has llegado en el momento preciso.” Kuo se sentó con el grupo; la mayoría de ellos eran literatos[8], y empezó a preguntarles qué dirección debía tomar para llegar a su casa; pero uno exclamó: “¡Vaya tipo! Te preocupas de la vuelta a casa y no te fijas en la magnífica luna que tenemos esta noche.” Después le ofreció una copa de vino de un aroma exquisito, que Kuo bebió de un trago, y otro caballero se la volvió a llenar al instante. Ahora, Kuo se sentía muy bien, y como estaba sediento después de tan larga caminata, bebió ávidamente vaso tras vaso, para delicia de sus anfitriones que unánimemente le declararon un muchacho excelente. Además era muy divertido y podía imitar a la perfección el canto de todo tipo de pájaros; así que, a hurtadillas, empezó a gorjear como una golondrina, ante el asombro de los otros, que se preguntaban cómo era posible que una golondrina estuviera despierta tan tarde. Luego cambió y empezó a imitar el canto del cuclillo, y se reía sin decir nada mientras sus anfitriones discutían los extraordinarios sonidos que acababan de escuchar. Después imitó a un papagayo y gritó: “El señor Kuo está muy borracho; será mejor que le acompañen a casa”; y cesaron los sonidos. Poco después empezaron de nuevo, hasta que al fin los otros descubrieron quién era, y todos se echaron a reír. Fruncieron la boca e intentaron silbar como Kuo, pero ninguno pudo hacerlo, y uno dijo: “Qué pena que la señora Ch’ing no esté con nosotros: tenemos que volver a encontrarnos aquí en otoño, y usted, señor Kuo, debe acompañarnos.” Kuo prometió que lo haría; entonces otro de sus anfitriones se levantó, y dijo que, ya que les había ofrecido un pasatiempo tan divertido, ellos iban a intentar mostrarle algunos ejercicios acrobáticos. Se levantaron todos, y uno plantó los pies firmemente sobre el suelo, el segundo saltó sobre sus hombros, el tercero sobre los hombros del segundo, el cuarto sobre éste, hasta que la torre humana fue demasiado alta para que los restantes pudieran saltar, así que empezaron a trepar como si se tratara de una escalera. Cuando todos estaban arriba, y la cabeza más alta parecía tocar las nubes, toda la columna se fue doblando lentamente sobre el suelo, y se transformó en un sendero. Durante algún tiempo Kuo permaneció considerablemente asustado; pero se adentró en el sendero, y finalmente llegó a su casa. Algunos días después volvió al mismo lugar, y vio los restos de la fiesta esparcidos por el suelo, y densos matorrales por todas partes, sin rastro de sendero alguno. En otoño pensó mantener la promesa hecha, pero sus amigos le persuadieron para que no fuera.