El señor Han era un caballero de buena familia, muy amigo de un hábil sacerdote taoísta y mago llamado Tan; éste, cuando se hallaba entre otros invitados, solía volverse invisible de improviso. El señor Han estaba ansioso por aprender este arte, pero Tan rehusó enseñarle a pesar de todas sus súplicas: “No”, decía, “porque desee conservar el secreto para mí, sino simplemente por una cuestión de principio. Enseñar al hombre superior[6] estaría bien; sin embargo, otros utilizarían semejante conocimiento para despojar a sus vecinos. No hay peligro de que usted hiciera algo así, pero, en ciertos casos, incluso usted podría ser tentado.” Cuando el señor Han vio que todos sus esfuerzos eran vanos, fue preso de una rabia inmensa, y en secreto acordó con sus domésticos que darían al mago un castigo sonado. Para evitar que escapara haciéndose invisible, hizo cubrir toda la era con un fino polvo de ceniza, de forma que las marcas de sus pies pudieran verse y los criados golpearan sobre ellas. Luego invitó a Tan; y en cuanto llegó, los criados de Han empezaron a golpearle por todas partes con correas de cuero.
Inmediatamente Tan se volvió invisible, pero las huellas de sus pies se podían ver con claridad cuando se movía de un lado a otro para evitar los golpes, y los criados continuaron golpeando sobre ellas hasta que, finalmente, pudo escapar. Entonces el señor Han entró en su casa; poco después reapareció Tan y les dijo a los criados que no podía quedarse más tiempo en aquel lugar, pero que antes de marcharse tenía la intención de ofrecerles una fiesta a cambio de todo cuanto habían hecho por él. E introduciendo una mano en la manga de su traje, sacó gran cantidad de manjares deliciosos y vinos, que dispuso sobre la mesa suplicándoles que se acomodaran y se sirvieran. Los criados no se hicieron rogar, y todos y cada uno de ellos se emborracharon y perdieron el conocimiento; entonces Tan les cogió uno a uno y les metió en la manga de su traje. Cuando el señor Han lo supo rogó a Tan que le mostrara algún otro truco; Tan dibujó una ciudad sobre la pared, y llamó a la puerta que se abrió inmediatamente. Introdujo su bolsa y vestidos, y entrando él también saludó con la mano y dijo adiós al señor Han. Las puertas de la ciudad se cerraron y Tan desapareció. Se dice que volvió a aparecer en Ch’ing-Chou, donde enseñó a los niños a pintarse un círculo en la mano, apoyarlo ligeramente sobre la cara de otra persona o sobre sus vestidos, y dejarlo impreso en aquel lugar, sin que quedara rastro del círculo sobre la mano.