La insulina se extrajo y se usó por primera vez hace más de 80 años. Desde esa época, nada ha mejorado tanto la vida de los diabéticos como poder medir su nivel de glucosa con una gota de sangre.
Antes del automonitoreo de la glucosa, los análisis de orina eran la única forma de determinar si el nivel de glucosa en la sangre era alto, pero esos análisis no indicaban si era bajo. El análisis de orina para medir la glucosa es inútil para controlar el nivel de glucosa en la sangre y, de hecho, proporciona una información engañosa. Los miles de trabajos investigativos publicados antes de 1980, que usaban los análisis de orina para medir la glucosa, no tienen ningún valor y se deberían quemar. (Sin embargo, los análisis de orina para determinar otras cosas, como la presencia de cetonas y proteínas, pueden ser útiles).
Hoy se usan básicamente dos clases de tiras de prueba. Ambas requieren que la glucosa presente en una gota de sangre reaccione con una enzima. En uno de los casos la reacción produce un color en la tira. Un medidor lee la cantidad de color para dar una lectura del nivel de glucosa. En el caso de la otra tira, la reacción produce electrones, y un medidor convierte la cantidad de electrones en una lectura del nivel de glucosa.
Entre las primeras cosas que se descubrieron cuando se hizo posible practicar análisis frecuentes de la glucosa en la sangre, fue que una persona con diabetes, incluso si se esfuerza por controlar su nivel de glucosa, puede experimentar gran variación en el nivel de glucosa en un período relativamente corto. Esto ocurre especialmente en relación con las comidas, pero las variaciones pueden ocurrir incluso en el período antes del desayuno. Por eso resulta necesario repetir las pruebas varias veces.